El niño deja una espera de siglos al entrar al mundo. Su rostro, al nacer, no es el de un ángel. Está como despercudido por la intemperie y la sonrisa jamás ha anidado en las larvas, ni en las ninfas de la mariposa. Son los primeros meses en que el niño busca orientarse hacia el cielo cuando descubre la sonrisa. La sonrisa cohesiona, liga, aglutina socialmente al niño. Esperaban esa contraseña de la sonrisa para darle paso. Entra en el mundo riendo, su infancia será una carcajada. No tiene control.
La sonrisa parece estar vinculada a la salud. Esa sonrisa vacilará entre el azar, el éxito y la derrota, entre los días felices y las noches de insomnio.
La sonrisa es la flor de la voz. La sonrisa tiene su tanto por ciento en cada detalle del rostro, en la mano, en los movimientos del cuerpo. Es la espina dorsal de una personalidad. Es el ministro de relaciones exteriores de un imperio espiritual, que es comarca toda nuestra. El hombre maduro que no ha llegado a poseer este sublime don de la sonrisa, el hombre que no escucha el cascabel de la sonrisa en el fondo claro de su alma, no ha vivido en este mundo. Ha fracasado.
(Revista Paturuzú Nº653,
17.04.50)
Vizconde de Lascano Tegui -Escritor argentino (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1887-Buenos Aires, 1966).17.04.50)
No hay comentarios:
Publicar un comentario