Era tan hermoso despertar, cuando, todavía, estábamos todos juntos; a lo lejos las otras quintas, de una casi increíble perfección, y la nuestra, con todo desparramado, tan bellamente, abandonado: del magnolio, sacábamos los cubiertos de porcelana; cruzaban por el aire, el espliego, el perejil, y los loros de largos vestidos verdes, iguales a bailarinas; pero, todos ellos eran reyes, pues, tenían una corona de piedras rojas, y otra corona de piedras verdes.
A las diez se almorzaba algún vino y se hacía algún trabajo, como sonámbulo, que, a la postre, siempre, resultaba mal.
Y caía la tarde, y cada uno volvía a su lecho enjardinado, a las roperías del malvón.
A las diez se almorzaba algún vino y se hacía algún trabajo, como sonámbulo, que, a la postre, siempre, resultaba mal.
Y caía la tarde, y cada uno volvía a su lecho enjardinado, a las roperías del malvón.
(De Los papeles Salvajes)
Marosa di Giorgio (Uruguay, Salto, 1932-Montevideo, 2004)
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