martes, 11 de agosto de 2009

PUEBLOS



Uno va por los pueblos

y es como si se vieran cosas ya sin regreso.

Una paz de presagio, entonces,
suelta sobre los pianos un poco de llovizna.

¿Alguien sabrá que estoy alegre ahora?
Como no pasa nadie,
nadie sabe que canto en esta sala
donde los que una vez, amantes, se besaron los ojos
sueñan desde retratos amarillos
y ella me da la rosa de su pecho
como una brasa hermosa del ocaso.

¿Quién me acompaña a chapotear el agua
que vuelca el peluquero en su guitarra?
¿Quien, como si golpeara su corazón, despide
con la campana al ángel de la tarde?

¿Por qué siempre a esta hora pasa
como un verdugo arrepentido
el carnicero con su carro rojo?
Como yo sé que llega y que me duele
me voy a ver las cañas donde el aire
es una miel inmensa levantándose.

Voy a los callejones
por donde los carreros, faja, rebenque y grito,
entran llenos de polvo
igual que si acabaran de cruzar el olvido.

Después me arrimo, lento,
hasta las galerías de geranios
y cuando las mujeres van a encender las lámparas
en la hamaca de mimbre del corredor, vacía;
se mece, solo, el tiempo.

Niño, de marinero y golosinas,
vuelvo a días celestes de patria y de banderas
y a días colorados de circos y clarines.
Paso en paz en la noche
por las cantinas donde
va voraceando el vino
y al final, dentro el sueño,
en un andén remoto
pierdo el último tren que me salvaba.



Manuel J. Castilla (Argentina, Salta, Cerrillos, 1918- 1980)




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