¿Quién en la hora de la muerte no adorará la alegría de los juncos? ¿Quién no evocará la ventura de las ondas que nunca se detienen?
Es tan persistente el dolor de mis ojos
que niego el paraíso y afirmo que la luz no podría
vivir sin la sombra
Digo que nada hace suyo al hombre sino después de un largo dolor
hacia adentro
por mortaja de viento recóndito impulsado
hasta que la misma sangre es una piedra donde sus deudos lloran.
Digo que hasta los huesos duelen cuando se canta
(tanto como si naciéramos de nuevo)
y todo duele ¡oh!, alta corona mortal de la tiniebla
que me abisma
¡oh!, laúd de ceniza que sólo dedos ciegos
podrían pulsar al pie de los quietos limoneros ahora
plateados por la luna.
Hay una hora para llorar la dicha semejante a un río perdido
pues todo lo que amas cesará en un instante de latir
y sólo los profundos cánticos en que el hombre celebra
el fuego, el mar, la sangre y su agonía
serán, os digo, eternos como el héroe
que allí desnudo y libre un día alzara.
las doradas columnas que sostendrán la tierra.
Carlos de Rokha
Carlos de Rokha. Poeta chileno. Hijo del mítico poeta Pablo de Rokha y de Winétt de Rokha, nacidó en Santiago en 1920 y murió a temprana edad, en 1962, víctima de un ataque cardíaco. A pesar de constituir una de las figuras relevantes de la poesía posvanguardista -o de la "otra vanguardia", como la llama Octavio Paz-, su obra, limitada por lo exiguo de las ediciones, no se ha difundido como se podría esperar. Carlos de Rokha publicó cuatro libros: Cántico profético al primer mundo (1944), El orden visible (1956), Memorial y llaves (1949-1961) y Pavana del gallo y el arlequín (1967). Obtuvo los Premios Municipales Gabriela Mistral de los años 1961 y 1962.
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