Yo no soy el que mata a distancia, escudado en el aire invisible.
Yo no soy el que hace inviolable su crimen bajo el ropaje de una
ley
una iglesia.
Salgo de en medio de las multitudes, ebrio de indignación y de
cólera;
no me importa morir, sé que mi muerte es poco comparada con
esta
empresa espléndida
de mostrar al tirano que su carne es mortal, que hasta el último
esclavo
puede tocar la estrella con la frente, puede tomar el hacha de la
justicia;
que no hay nadie tan mísero que no pueda despojar a un rey de
su trono,
que hasta el último hombre puede ser en su hora el estruendo y el
rayo de un Dios de cólera.
Avanzo hacia el cortejo marcial; quedan atrás la multitud
y el pasado.
Tomo las riendas del caballo del príncipe, miro su rostro elegante
y perplejo.
Apunto el arma hacia su pecho cargado de medallas y emblemas.
Ya en vano corren hacia mí los sobresaltados esbirros.
El caballo me salpica de espuma. La barbada boca del príncipe
intenta una maldición o una orden.
Este seco estampido se está escuchando hasta en los últimos
confines del mundo.
William Ospina (Colombia; Padua, Tolima, 1954)
IMAGEN: El italiano Enrico Malatesta, uno de los grandes teóricos del anarquismo.
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