La luz que a manos llenas ha entrado en este cuarto
no podría volver sobre sus pasos ni siquiera a una voz de mando
inapelable
del sol, el Anciano Señor de toda luz:
permanecerá con nosotros largas horas, líquidamente quieta,
casi inamovible en el sitio de costumbre y será un mueble más
en esta pieza de recién desposados
donde el día transcurre a través de los vidrios que se entibian
en la medida del amanecer de cada día.
El sol sí que se pone en nuestros dominios que enmarcan cuatro
muros desiguales
por las sombras distintas que de ellos se ocupan día a día.
Lo que hay de cierto en esta luz es ella misma.
Los jirones que arranca de las sombras y no las sombras cerradas
en su mudez.
Más real que ella es sólo la ventana
y los vidrios lo presienten en la irrealidad de su contacto
desprevenidos siempre en su rigidez de ascetas,
mientras la luz hace visible el aire, la contextura del polvo,
y aun todo el volumen del día que se deja llevar -lleno de ruidos-
hacia el cuarto,
hasta entonces apenas el reverso inhabitable de un espejo.
Waldo Rojas (Concepción, Chile, 1944)
IMAGEN: Window -Cour de Rohan-1951, pintura de Balthus.
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