domingo, 6 de septiembre de 2009

LOS IMPERDONABLES

























IV

Un poeta no habla la lengua sino que la medita; así la potencia de un león está en sus garras.
Marianne Moore

¿Dónde, pues, buscar al escritor? Las preguntas se generan una de otra; por ejemplo: ¿qué es el estilo?
La primera imagen que se presenta es esta: una virtud polar, gracias a la cual el sentimiento de la vida es enrarecido e intensificado al mismo tiempo, de manera que, gracias a un movimiento simultáneo y contradictorio, allí donde el artista concentra al máximo el objeto, reduciéndolo, como los pintores Tang, a ese único perfil que es, por así decirlo, la pronunciación misma del alma, el lector lo sienta multiplicarse dentro de sí, exaltarse en innumerables armónicos. Un ejemplo de estilo trágico y horror sublime concentrado en un solo rasgo se encuentra en Plinio el Joven, cuando refiere el suplicio de la Gran Vestal que, mientras desciende viva a la estancia sepulcral» se vuelve graciosamente para sujetar la túnica desarreglada y rechaza la mano del soldado "con un último gesto de delicadeza, como para no ensuciar su cuerpo casto y puro". No es distinto el ardid del gran mimo Moretti quien, en Arlecchino servo di due padroni, durante la escena de los dos almuerzos servidos a la vez, en la acmé de una progresión maravillosa de saltos y cabriolas, reducía de golpe sus movimientos a una sucesión de cadenciosas inmovilidades, piernas en cruz, brazos abiertos, brazos en cruz, piernas abiertas, hasta caer de improviso sobre la cabeza mientras piernas y brazos, lentísimos, proseguían aquel movimiento de tijeras. En el público, el sentimiento de actividad vertiginosa alcanzaba entonces la imagen deseada, la de algo imposible; concretaba en cierto modo el dicho: "nada más inmóvil que una flecha en vuelo". Sir Lawrence Olivier multiplicaba el peso de la batalla pendiente, de las heridas posibles, de los recuerdos futuros, levantando, en Enrique V, un centímetro la manga sobre la muñeca.
Tan concentrada tensión es patrimonio de pocos escritores, es decir, de todos los grandes escritores. Los menos grandes extraen de ella, de cuando en cuando, momentos altos o exquisitos. Es más fácil que tales sorpresas o felicidades pueda ofrecérnoslas hoy un texto casi anónimo sobre el que haya operado una pasión inalterable. Marianne Moore confiesa la ebriedad de que fue víctima al leer la relación "apasionadamente precisa" de un experto del Tesoro norteamericano sobre ciertos billetes falsificados puestos en circulación. Hojeando una guía del Palacio Ducal de Urbino, advertí una alegría como la que se siente escuchando música del siglo XVII: descubrí que el autor, un superintendente pleno de delicado arrebato, empleaba deliciosamente y de un modo inusitado, en lugar de la palabra mucho, la palabra tan: "Todas las puertas del palacio debían ser originariamente tan preciosas... Desde el capitel surgen los elegantísimos arcos que van a descargarse sobre puntales tan decorativos". Hasta la inocente negligencia en la reiteración de los adjetivos ("Desde esta ventana altísima se comprende muy bien que estamos en una alta torre") se añadía a la airosa belleza, de modo tal que la descripción del gabinete del Duque —rasgo de intrepidez si lo hay— la alcanzaba este hombre ex corde, en virtud de su asombro.
Hoy buscamos placeres de esta índole en los diccionarios, en los tratados. Sin pretender los esplendores de un Buffon, es raro que aun en un tratado de zoología moderno y hasta en el catálogo de un vivero no se gocen verbalizaciones perfectas, con las cuales muy pocos escritores de hoy sabrían asombrarnos. (Descripción de una lechuza: "Un profundo pero breve ulular de dos sílabas, la segunda apagándose en lento decaer a veces seguida de una calma risita gutural... Un alto, estornudado ladrido... Un neto y ladrante 'uirro', etc.". Descripción de una rosa: "Capullo ahusado y perfecto, turbiniforme, que se abre en flor, siempre solitaria, de pétalos aterciopelados, vueltos en el borde. Color amarillo salmón, que se esfuma en gamuza rameada al unirse con el tallo. Porte erecto, follaje bronceado...")
Una devoción espiritual por el misterio de la naturaleza es estilo por virtud propia, como demuestra el admirable lenguaje, hoy en vías de extinción, de los campesinos. Un poeta que prestara idéntica medida de atención a todas las cosas singulares, de lo visible o de lo invisible, del mismo modo que el entomólogo se concentra sobre el inexpresable azul de un ala de libélula, sería el poeta absoluto. Ha existido, y es Dante. Otros tocaron estas formas de atención total en ciertos momentos. Otros, en todo momento, formas de atención menores. Esta es quizá la sola discriminación no momentánea entre un poeta y otro, entre narradores o filósofos. (El místico que nos dio la ratificación técnica de cada uno de los instantes de la vida espiritual, en tratados que nada tienen que envidiar al más perfecto repertorio científico, sin que el ala de la palabra pierda ni un ápice de su púrpura, es San Juan de la Cruz.)
Sólo una devoradora pasión por la verdad informa estos instantes de vida multiplicada y, como ya se dijo, la elocuencia puede apoyarse en una partícula. La última carta (italiana) de Mozart constituye un ejemplo casi terrible de estilo convertido integralmente en naturaleza. Se recordará la gran frase central, el reiterado lamento sobre la muerte cercana, envuelta en la capa negra del desconocido del Réquiem. Y: "... La vita era pur sì bella..." (la vida era sin embargo tan bella), prorrumpe . Trátese de quitar una sola de estas seis palabras. He aquí la forma ordinaria: la vita era bella; o la nostálgica: la vita era pur bella; o la cándida: la vita era sì bella. Pero "La vita era pur sì bella...". Este sólo es el puñal que traspasa: salido de la vaina en virtud de dos monosílabos dispuestos en un orden sencillo e inescrutable.



Cristina Campo

(De: La Nuez de oro y
otros ensayos *, Selecciones
de Amadeo Mandarino, Ed.
al cuidado de Ernesto
Montequin, tomado de la
Revista Sur, sin mención
del traductor)

Cristina Campo, seudónimo de Vittoria Guerrini, nació en Bolonia el 28 de abril de 1923 y murió en Roma el 10 de enero de 1977. En vida sólo publicó tres libros ("Cristina Campo ha escrito poco, y le gustaría haber escrito menos" reza la contratapa de uno de ellos): Passo d'addio (1956, poesía); Fiaba e mistero (1962, ensayo); e Il flauta e il tappeto (1970, ensayo). La editorial Adelphi reunió su obra completa en tres volúmenes: Gli imperdonabili (1987) y Sotto falso nome (1998) contienen su prosa, con el agregado de numerosos textos dispersos o inéditos, mientras que La tigre assenza (1991) recopila toda su poesía, además de sus traducciones de poetas ingleses, norteamericanos y alemanes. Dos epistolarios completan su obra postuma: Lettere a un amico lontano (1989), recopilación de cartas a Alessandro Spina publicada por las ediciones Libri Scheiwiller, y Lettere a Mina (1999), también de Adelphi, que recoge las enviadas a Margherita Pieracci Harwell entre 1955 y 1975.
*BIOGRAFÍA tomada de la misma obra.
RECOMIENDO leer dos partes más de las seis que integran el ensayo que presentamos, en la Revista Atmósferas.

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