Aunque te vayas, no desaparecés,
el sol no está más lejos que la mandarina olvidada en la mesa,
ni tampoco el lápiz que se aferra a tu nombre
se mueve de su pedestal.
Me convertí en niño de vuelta,
dejé caer mi ceguera como un pañuelo por la ventana
y vi que no cae,
que el universo no se expande,
que entre las estrellas no hay distancia,
que los vivos no están más cerca que los muertos,
que la Tierra no es redonda
y que todo está
en un solo punto: donde el carbón se convierte
en diamante, el sufrimiento en palabra.
Tomi Kontio (Finlandia, Helsinki, 1966)
(Traducción: Lumi Eronen)
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