Muestren ahora, muchachas, los bellos dones de las musas
de seno fragante y a la aguda lira que ama el canto.
De la suave piel que yo tenía ya la vejez
se ha apoderado, presa ya de la vejez:
blancos se han vuelto mis cabellos negros.
Pesado siento el corazón y no me sustienen las rodillas,
que antes eran ligeras para danzar, como cervatillos.
A menudo me lamento, pero ¿qué se puede hacer?
No envejecer, siendo humano, es imposible.
Cuentan que a Titono la Aurora de rosados brazos,
locamente enamorada, lo llevó hacia los confines de la Tierra.
Joven y hermoso entonces, con el tiempo lo alcanzó
la gris decrepitud, a él que tenía una esposa inmortal.
Safo (Lesbos, actual Grecia, s. VII a.C.-id., s. VI a.C.)
(Traducción de Carlos A. Rohehi March)
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