domingo, 22 de febrero de 2009

Oda I

(Libro Tercero)



Odio al vulgo profano y lo rechazo.
Guarden silencio: canciones nunca oídas,
yo, sacerdote de las Musas,
a vírgenes y muchachos canto.

Hay reyes temidos por su propia grey;
sobre esos mismos reyes, el rey es Júpiter,
el vencedor de los Gigantes,
el que mueve el mundo con el ceño.

Sucede que un hombre ordena mejor
que otros la viña, que alguno desciende
al Campo con más noble sangre,
y otro de más fama y más virtud

lo enfrenta, y a otro lo sigue una turba
mayor. La Necesidad con ley pareja
sortea a pobres y ricos:
una gran urna mezcla todos los nombres.

Aquel sobre cuya impía cabeza
pende una espada, no siente la dulzura
de los banquetes sicilianos
y ni cítaras ni canto de aves

le devuelven el sueño, el suave sueño
que no desprecia la casa campesina,
pobre, ni la ribera umbría,
ni el valle animado por los céfiros.

Al que no quiere más que lo necesario
no lo inquieta el tumultuoso océano
ni el fiero Arturo que se pone
ni las Cabrillas que se levantan

ni la viña castigada por granizo
ni la tierra engañosa en que los árboles
se quejan del agua, de estrellas
que abrasan los campos, del invierno cruel.

Los peces sienten que las aguas se encogen
cuando el amo insatisfecho con su tierra
y el constructor y los esclavos
arrojan sillares mar adentro.

Pero el Temor y las Asechanzas suben
donde sube el señor, y la negra Angustia
se sienta detrás del jinete,
no cede su sitio en el trirreme

de bronce. Entonces, si ni el mármol frigio
ni la púrpura, más clara que los astros,
ni la vid falerna ni el nardo
de Persia alivian al doliente,

¿por qué haría yo una casa en lo alto,
al nuevo estilo, con puertas envidiables?
¿Por qué cambiaría mi valle
sabino por bienes más pesados?





Horacio


(Versión de Daniel Samoilovich
y Antonio D. Tursi)

Odi profanum vulgus et arceo.
Favete linguis: carmina non prius
audita Musarum sacerdos
virginibus puerisque canto.

Regum timendorum in proprios greges,
reges in ipsos imperium est lovis,
clari Giganteo triumpho,
cunta supercilio moventis.

Est ut viro vir latius ordinet
arbasta sulci, hic generosior
descendat in campum petitor,
moribus hic meliorque fama

contendat, illi turba clientium
sit maior; aequa lege Necessitas
sortitur insignes et imos;
omne capax movet urna nomen.

Destrictus ensis cui super impia
cervice pendet, non Siculae dapes
dulcem elaborabunt saporem,
non avium citharaeque cantus

somnum reducent. Somnus agrestium
lenis virorum non humiles domos
fastidit umbrosamque ripam,
non Zephyris aguata Tempe.

Desiderantem quod satis est neque
tumultuosum sollicitat mare,
nec seevus Arcturi cadentis
impetus aut orientis Haedi,

non verberatae grandine vinae
fundusque mendax, arbore nunc aquas
culpante, nunc torrentia agros
sidera, nunc hiemes iniquas.

Contracta pisces aequora sentiunt
iactis in altum molibus. Huc frequens
caementa demittit redemptor
cum famulis dominusque terrae

fastidiosus. Sed Timor et Minae
scandunt eodem, quo dominus, neque
decedit aerata triremi et
post equitem sedet atra Cura.

Quod si dolentem nec Phrygius lapis
nec purpurarum sidere clarior
delenit usus nec Falerna
vitis Achaemeniumque costum,

cur invidendis postibus et novo
sublime ritu moliar atrium?
Cur valle permutem Sabina
divitias operosiores?






Horacio (Quintus Horatius Flaccus; Venusia, actual Italia, 65 a.C.-Roma, 8 a.C.) Poeta latino. Hijo de un esclavo liberto, tuvo la oportunidad de seguir estudios en Roma, y posteriormente en Atenas, adonde se trasladó para estudiar filosofía. Una vez allí, fue acogido por Bruto, el asesino de César, y nombrado tribuno militar de su ejército. Sin embargo, en la batalla de Filipos (42 a.C.) se evidenció su falta de aptitud para el arte militar y decidió regresar a Roma. Empezó a trabajar como escribano de la cuestura, cargo que le dejaba tiempo libre para dedicarse a escribir versos. Por entonces conoció a Virgilio, quien lo introdujo en el círculo de Mecenas, donde paulatinamente ganó relevancia y afianzó la amistad con éste, quien lo presentó a Augusto. Consiguió también la protección del emperador, que incluso le ofreció el cargo de secretario personal suyo, puesto que rechazó por no adecuarse a los principios de su moral epicúrea. Personaje muy respetado en los altos círculos romanos, tanto literarios como políticos, se mantuvo siempre bajo el amparo de Mecenas, junto con quien está enterrado. Su poesía se divide en cuatro géneros que dan nombre a sus obras: Sátiras, invectivas personales y retratos irónicos de su tiempo divididos en dos libros y escritos en hexámetros; Épodos, diecisiete poemas yámbicos de temática variada e influencia helenística, en especial de Arquíloco; Odas (Carmina), también en hexámetros; y las Epístolas, su última obra, en la que, coincidiendo con una actitud vital y literaria más calma y más propicia a la reflexión moral que a la invectiva y la sátira mordaz que caracterizaron sus obras primeras, optó por la ficción epistolar sin abandonar la escritura en hexámetros. Entre las Epístolas se encuentra la célebre Arte poética, que marcó las pautas de la estética literaria latina. La poesía horaciana, con su variedad de temas nacionales y, sobre todo, su perfección formal, signo de equilibrio y serenidad, fue identificada en el Renacimiento como la máxima y más excelsa expresión literaria de las virtudes clásicas, y su influencia se ha mantenido hasta hoy.

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