Fragmentos
su hueserío se desliza por la casa quién seré después de tantas despedidas qué músculo o nave quedará en pie cuando el último rastro de todo lo amado se disgregue en la noche
y ella que no viene se digna a dilatar los crisantemos los lentes negros el nudo va dejando sus hilachas ella arrulla la indolencia hasta dejarnos dormidas
un laberinto no es una casa una casa alza sus paredes defendiendo el territorio las fijaciones en las que se instala la angustia cultura del sacrificio olor a comida una casa es en los libros de lectura una madre que teje los felinos no son de fiar nada decían los silabarios sobre la urdimbre de quien tejía desesperación y tedio en esa tarde de bucólica estampa maqueta de vidrios esmaltados una casa no es un laberinto
llegar tarde a la púa del disco que vuelve al mismo surco sin sembrar no habrá espigas ni panes ni santa comunión -el blanco engorda -decía barby mientras peinaba papeles plateados bailarinas o grullas que nunca iban a volar
una mano del abuelo héctor me ocupa casi toda la espalda mis diez años sobre su regazo acunándolo su llanto es un volcán de leche desolada pienso en salvavidas en el bote de la isla en esa viejita de ojos grises que ahora parece de cera en la habitación de al lado las tazas el abanico chino la lata de las galletitas todo flota y va cayendo en cascada por la ventana hacia la galería mi mano acaricia su cabeza enorme que huele a glostora alguien quiere mandarme a jugar con los otros bajo la glicina estoy ocupada murmuro mientras canto bajito para que mi hijo se duerma
el jugo oscuro de la zarzamora escurriéndose en la boca hablo con la señora del espejo le cuento del ala de mariposa que encontré bajo la piedra y ella ríe con sus labios violáceos su vestido verde la mano hacia atrás se alimenta de polen igual que las abejas o de los frutos rojos del ligustro quiere que vaya más allá del reino al otro lado de la calle una ofrenda de frutos y bolillas del paraíso para permitirme el paso
el jardín delante de la casa el silencio de la siesta en un pueblo de provincias
los niños perseguían hilos plateados por la casa el pulso enloquecido la niebla escindida por un leve soplo un giro y otro giro y otro giro canción de náufragos y más tarde casi muda entre los grises del zócalo una babosa
la retahíla del amor y su desmesura
un sendero con flores de romero la lata de leche nido de la que asoma un malvón mi madre protesta los moños desatados el vestido blanco impresentable pero la abuela me dice yuyerita pone sobre mis brazos rodajas de papa para el exceso de sol aloe en los raspones de las rodillas cada brizna tiene su secreto en el jardín los tamarindos entregan sus hojas agridulces para calmar la sed y la ruda a un lado de la casa aleja la mala conversación al mismísimo oscuro si hace falta yuyerita hay que pedirles permiso a las plantas para que entreguen su virtud cortarlas con la mano fuerte en el nombre de san Juan esa higuera es tu árbol de nacimiento yuyerita una velita roja y tres deseos cada año a sus pies
Marisa Negri (Argentina, Buenos Aires, 1971)
Los poemas fueron tomados de su libro: "Estuario", de Ediciones en Danza, Bs.As., 2008.
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