viernes, 1 de mayo de 2009

HISTORIA DE ARDASIR Y DE HAYAT AL-NUFÚS



Algunas noches

Y entre lo que se cuenta también, ¡oh rey feliz!, es que en la ciudad de Siraz había un gran rey llamado al-Sayf al-Azam Sah (1), el cual ya contaba muchos años, pero no había tenido ningún hijo.
Un día reunió a los galenos y médicos y les dijo:
— Yo soy muy viejo y vosotros conocéis mi estado y las condiciones y leyes de mi reino. Tengo miedo por mis subditos, después de mi muerte, pues hasta ahora no he tenido ningún hijo.
— Nosotros te haremos algo con plantas medicinales que, si Allah, ensalzado sea, quiere, podrá serte de utilidad—le contestaron.
Le prepararon, pues, una medicina y el rey, después de haberla tomado, se unió con su esposa y la dejó embarazada con el permiso de Allah, ensalzado sea, que dice a una cosa «sé» y «es». Pasados los meses de embarazo, la reina dio a luz un niño, que parecía la luna y al que pusieron por nombre Ardasir (2).
El príncipe creció y se desarrolló, y al mismo tiempo aprendió ciencias y letras, hasta que cumplió quince años.
Había en Iraq un rey llamado Abd al-Qadir (3), que tenía una hija hermosa como la luna llena cuando aparece. Se llamaba Hayat al-Nufús (4) y detestaba a los hombres hasta tal punto que casi no se podían mencionar en su presencia. Los reyes de Persia la habían pedido por esposa a su padre, pero cuando éste se lo decía, la princesa contestaba;
—Jamás haré esto; y si me forzases a ello, me mataría.
El príncipe Ardasir oyó hablar de ella e informó a su padre de que estaba enamorado de la princesa. El rey, al ver el estado en que se hallaba su hijo, se compadeció de él y todos los días le prometía que lo casaría con ella. Luego, envió al visir al padre de la princesa para pedirle la mano de la joven, pero el rey se la negó.
Cuando el visir regresó de su entrevista con el rey Abd al-Qadir e informó a su soberano de lo que le había pasado con él, comunicándole que sus deseos habían sido rechazados, el monarca se molestó por la negativa y, lleno de ira, gritó :
—¿Está bien que alguien como yo solicite una cosa de un rey y éste no se la conceda?
Y ordenó que se convocara al ejército para que sacaran las tiendas y se prepararan con gran cuidado, aunque fuera necesario empeñarse para pagar los gastos.
—¡No regresaré antes de haber arrasado el reino del rey Abd al-Qadir, de haber matado a sus hombres, de haber borrado su huella y de haberme apoderado de todas sus riquezas — se prometió.
Cuando llegaron estas noticias a oídos de Ardasir, saltó del lecho, entró a ver a su padre y, después de besar el suelo ante él, le dijo:
—¡Oh rey al-Azam ! ¡No hagas tal cosa !

El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando fue la 720.ª noche
Dijo:
Me contaron, ¡oh rey feliz!, que cuando llegó aquella noticia a oídos del príncipe, éste entró a presencia de su padre, el rey, besó el suelo ante él y le dijo:
— ¡Oh rey al-Azam! ¡No hagas tal cosa, ni envíes a los campeones y al ejército, ni gastes tus riquezas, porque eres más fuerte que él. Si levantaras este ejército tuyo contra él, arrasarías todas sus casas y todo el país, matarías a sus hombres y paladines, y tomarías como botín sus riquezas, pero él también moriría. Entonces, su hija, al enterarse de lo que le habría sucedido a su padre y a su pueblo por su culpa, se quitaría la vida y yo moriría también, porque no podría vivir sin ella.
El padre le preguntó:
—¿Y cuál es tu opinión, hijo mío?
— Yo mismo solucionaré mi propio problema -contestó Ardasir—. Me vestiré de mercader e inventaré una estratagema para llegar a ella; entonces ya veré cómo arreglármelas para conseguir mi deseo.
—¿Lo tienes bien decidido? -le preguntó el padre.
— Sí, padre mío.
El rey llamó al visir y le ordenó : — Acompaña en este viaje a mi hijo, fruto de mi corazón. Ayúdalo a conseguir su objetivo, cuídalo y guíalo con tus buenos consejos; ocupa mi jugar junto a él.
— Oigo y obedezco — respondió el visir.
Luego, el rey dio a su hijo trescientos mil dinares de oro, además de piedras preciosas, gemas, objetos valiosos, mercancías, tesoros y cosas semejantes. Después el príncipe entró a ver a su madre, le besó las manos y le pidió su bendición. Una vez lo hubo hecho, la reina se levantó, abrió su tesoro y sacó alhajas, collares, objetos valiosos, vestidos, obsequios y todas las cosas que se habían ido almacenando allí desde la época de los reyes anteriores, cosas que no tenían equivalencia en dinero.
El príncipe se llevó consigo todos los mamelucos, pajes y mulas que podía necesitar durante el camino, y más aún. Finalmente se disfrazó de mercader y lo mismo hicieron el visir y los que con ellos estaban.
El hijo del rey se despidió de sus padres, de su familia y parientes, y acto seguido emprendió la marcha con sus compañeros a través de campos y desiertos, día y noche.
Después de haber recorrido un largo trayecto, Ardasir recitó estos versos:

Mi pasión aumenta por la nostalgia y el sufrimiento
y no tengo quien contra la tiranía del tiempo me ayude.
Contemplo las Pléyades y Arturo, cuando aparecen,
como si los adorase desde mi gran amor.
Espío el lucero del alba, pero cuando llega enloquezco
de deseo y mi ardor crece.
¡Por ti juro que no me he apartado nunca de la fe
de tu amor!
No soy más que un eterno insomne que sufre de pasión.
Si lo que espero está aún lejos, aumentará mi debilidad,
pues lejos de ti disminuye paciencia y ayuda.
Pero yo tendré paciencia hasta que Dios nos reúna.
¡Qué abatidos estarán nuestros enemigos y quienes
nos envidian!

Apenas terminó de recitar estos versos cayó desmayado; el visir le roció la cara con agua de rosas, y cuando el príncipe volvió en sí, el ministro le dijo:
—¡Oh príncipe! Ten paciencia, pues la paciencia tiene como premio la
alegría. Mira, tú ya estás en camino hacia lo que deseas...

El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando fue la 722.ª noche
Dijo:
Me contaron, ¡oh rey feliz!, que Ardasir, el hijo del rey, dijo a la anciana :
—¡Por Allah, madrecita, te ruego que tengas compasión de mí, que me encuentro en tierra extraña, y que sientas piedad por las lágrimas que derramo!
—¡Por Dios, hijo mío!—exclamó la mujer—. Mi corazón se parte ante estas palabras tuyas, pero no está en mi mano el trazar ningún plan para conseguirlo.
—Yo quisiera que tú, en tu bondad, aceptases de mí una carta, se la entregases en mi nombre y le besases las manos de mi parte.
La anciana se enterneció y le dijo :
—Escríbele lo que quieras, que yo se lo entregaré.
Al oír aquello, Ardasir estuvo a punto de echar a volar de alegría. Pidió tintero y papel y le escribió estos versos :

«¡Oh Hayat al-Nufús! Sé generosa de tu unión
para con un enamorado al que
destruyó la separación.
Vivía en el placer una vida feliz, pero ahora
estoy enfermo y turbado.

En las noches interminables sólo conozco el insomnio
y mis únicos
compañeros de vela son las penas.
Apiádate de un enamorado doliente y torturado
a quien la pasión ha herido
los párpados,
y cuando por fin llega la mañana él está por el vino
del
amor embriagado.»


Cuando terminó de escribir la carta, la plegó y, después de besarla, se la dio a la anciana. Luego alargó la mano hacia una caja, sacó de ella otra bolsa que contenía cien dinares y se la entregó a la vieja diciéndole:
—¡Repártela entre las esclavas! Pero la vieja se opuso:
—¡Por Allah, hijo mío! Yo no te he hecho nada para merecer esto.
Ardasir le dio las gracias, pero insistió:
— Tienes que aceptarla.
Por fin la mujer la tomó, le besó la mano y se fue. Cuando entró a presencia de la princesa, le dijo:
— ¡Oh mi señora! Te traigo algo como no hay semejante entre la gente de nuestra ciudad. Procede de un hermoso muchacho, como no hay más bello sobre la faz de la tierra.
— ¡Oh nodriza! —exclamó la joven—. ¿De dónde es ese muchacho?
— Es de una región de India y me ha dado este vestido, tejido con oro e incrustado de perlas y piedras preciosas, cuyo valor es comparable al reino de Cosroes y al del César.
Apenas la princesa lo desenvolvió, el palacio quedó iluminado por la luz que aquel vestido despedía a causa de la belleza de su factura y de la gran cantidad de gemas y piedras preciosas que tenía. Todos los que estaban en el palacio se quedaron maravillados. La hija del rey lo examinó y calculó que su valor no sería menor que el de la total recaudación anual de los impuestos de su padre el rey.
— ¡Oh nodriza! —le dijo a la vieja—. ¿Este vestido es de su parte, o de parte de otro?
— De su parte —le respondió la anciana.
— ¡Oh nodriza!— siguió preguntando la princesa—. ¿Este mercader es de nuestra ciudad, o extranjero?
— Es extranjero, oh mi señora. Ha llegado a la ciudad hace muy poco tiempo y ¡por Allah! que posee criados y servidores, es hermoso de rostro, de figura proporcionada, tiene nobles maneras y un pecho generoso.
No he visto a nadie más bello que él, excepto tú.
— Esto es algo verdaderamente maravilloso — dijo la hija del rey—. ¿Cómo es posible que este vestido, que no puede ser pagado con dinero, esté en manos de un mercader? ¿Cuál es el precio que te ha pedido por él, nodriza?
— ¡Por Allah, oh mi señora! —respondió la mujer—. No me ha pedido precio alguno; sólo me ha dicho: «No acepto dinero por él; es un regalo que hago a la hija del rey, pues no es digno de nadie más que de ella.» Y me ha devuelto e| dinero que me habías dado, jurando que no lo aceptaría. Luego, añadió : «Si la princesa no lo acepta, quédatelo.»
— ¡Por Allah ! — exclamó la hija del rey—. ¡Ésta es una generosidad extraordinaria y una gran largueza! Pero tengo miedo de cómo terminará todo esto, no vaya a ser que su acción le reporte perjuicios. ¿Por qué no le preguntas, nodriza, si tiene algún deseo que podamos satisfacer?
—¡Oh mi señora! —le contestó la anciana—. Yo ya le he preguntado y le he dicho : «¿Tienes algún deseo?» Y él me ha replicado que sí que tenía un deseo, pero no me ha explicado qué era; sólo me ha dado esta hoja de papel y me ha rogado: «Dáselo a la princesa.»
Hayat al-Nufús -la cogió y después de abrirla la leyó hasta el final. Muy alterada, fuera de sí y mortalmente pálida, le gritó a la vieja:
-¡Ay de ti, nodriza! ¿Qué se le puedo decir a este perro que se atreve a dirigir estas palabras a la hija del rey? ¿Qué relación existe entre yo y este perro para que me escriba? ¡Por Allah, el Grande, Señor de Zamzam (5) y de al-Hatim (6), que si no temiese a Allah, ensalzado sea, enviaría a buscar a ese perro, le ataría las manos a la espalda, le rasgaría Las fosas nasales y le cortaría la nariz y las orejas para que sirviera de ejemplo; luego lo mandaría crucificar en la puerta del zoco donde está su tienda!
La vieja, al oír aquellas palabras, palideció, se echó a temblar y sintió que la lengua se le pegaba al paladar. Luego, armándose de valor, dijo:
— ¡Bien, mi señora! ¿Pues qué contiene esa carta que tanto te ha irritado? ¿Acaso no es una petición que te hace lamentándose de su pobreza o de las injusticias sufridas, por la que espera alcanzar tu favor y tu gracia frente a la miseria?
— ¡No, por Allah, nodriza!—gritó la joven—. Son versos y palabras ruines.
Pero a este perro sólo pueden ocurrirle tres cosas: o está loco y falto de razón, o va en busca de la muerte, o para lograr su deseo respecto a mí cuenta con la ayuda de alguien de gran fuerza y muy poderoso. También es posible que haya oído decir que yo soy una de las prostitutas de la ciudad, que pasan una o dos noches junto a aquel que las solicita, y por eso me ha enviado estos versos tan desvergonzados, para hacerme perder el juicio con estas cosas.
— ¡Por Allah, oh mi señora! —le dijo la vieja —. Tienes razón, pero no te preocupes por ese perro ignorante. Tú estás en este elevado palacio de sólida construcción, al que ni siquiera los pájaros pueden subir ni el viento circular por él. Seguramente está turbado. Pero escríbele una
carta, repréndele y no dejes de hacerle toda clase de reproches; por el contrario, amenázalo seriamente y ponle la muerte ante los ojos. Dile «¿De dónde me conoces para osar escribirme, perro mercader? ¡Oh tú, que durante toda tu vida no has hecho más que caminar por estepas y desiertos para poder ganar un dirhem o un dinar! ¡Por Allah te prometo que si no despiertas de tu sueño y te apartas de tu embriaguez, te haré crucificar en la puerta del zoco en que se halla tu tienda!»
La hija del rey dijo:
— Tengo miedo de que si le escribo se vuelva más audaz.
— ¿Pero qué rango, qué posición tiene para atreverse con nosotros?
—exclamó la nodriza —. Le escribiremos precisamente para que cese en sus pretensiones y para atemorizarlo. Y así continuó hablando astutamente a la hija del rey, hasta que ésta
pidió tintero y papel y escribió estos versos:

«¡Oh tú que buscas el amor y sufres de insomnio!
¡Oh tú que te pasas las noches entre la pasión y el pensamiento!
¿Acaso pretendes, iluso, unirte a la luna?
¿Es que un hombre puede alcanzar lo que desea de ella?
Yo te aconsejo que escuches mis palabras: abandona,
pues te hallas rodeado por la muerte y el peligro.
Y si insistes en tu petición yo te castigaré
con los peores tormentos.
Sé educado y habíl, inteligente y sagaz.
Yo te he dado un buen consejo con mis versos
y mis palabras.
Pero te juro por Aquel que creó las cosas de la nada
y que adornó la bóveda con las estrellas radiantes,
que si vuelves a repetir lo que has dicho
te crucificaré en el tronco de un árbol.»


Plegó la carta y se la dio a la vieja, que emprendió la marcha hasta que llegó a la tienda del muchacho, al que entregó el mensaje.

El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando fue la 724.ª noche
Dijo:

...Cuántas noches paso, mientras el ala de la tiniebla se extiende,
lamentándome interna y externamente!

Pero no encuentro consuelo para tu amor.
¿Cómo voy a consolarme si mi paciencia
se consumió en la pasión?
¡Oh pájaro de la separación.(7) Dime:
¿está ella a salvo de los males
y de las vicisitudes y desgracias del tiempo?»


Luego, dobló la carta y se la dio a la vieja, a la que entregó también una bolsa con quinientos dinares. La anciana tomó el papel y se fue.
Cuando entró a presencia de la hija del rey, le entregó el escrito. La princesa, después de haberlo leído y comprendido, lo arrojó de su mano y gritó a la mujer :
— Dime, vieja miserable, ¿por qué ha tenido que ocurrirme todo esto por tu culpa y por tus malas artes? ¿Por qué él te gustó incluso hasta el extremo de que le hayas hecho escribirme carta tras carta y las hayas llevado y traído hasta que ha surgido esta correspondencia y estas historias? A cada mensaje tú me decías: «Quiero librarte del mal que pueda ocasionarte y haré que deje de hablarte.» Pero no decías estas palabras sino para que yo le escribiera otra carta; y de esa forma has estado yendo y viniendo de uno a otro, hasta que por fin has destruido mi honra. ¡Aquí, eunucos, prendedla!
Y ordenó a los eunucos que la azotaran; así lo hicieron los criados hasta que la sangre corrió por todo su cuerpo y perdió el sentido. Entonces, la princesa mandó a las esclavas que se la llevaran y éstas la arrastraron por los pies hasta el otro extremo del palacio. Hayat al-Nufús dijo a una esclava que permaneciera junto a la cabecera de la anciana y que cuando ésta volviera en sí le dijera:
— La princesa ha jurado que no volverás a este palacio y que jamás entrarás en él. Si volvieras a él, mandaría que te descuartizaran.
Cuando la vieja salió de su desmayo, la esclava se le acercó y le dijo lo que la reina le había encomendado.
- Oigo y obedezco — contestó la nodriza.
Acto seguido las esclavas llevaron una jaula y ordenaron a un cargador que transportase en ella a la mujer a su casa.
El hombre la cargó y la llevó a su domicilio.
La princesa mandó buscar a un médico y le ordenó que la atendiera cuidadosamente hasta que sanase. Y el médico cumplió la orden.
Apenas la vieja se encontró bien, montó a caballo y se dirigió a la tienda del príncipe. Éste se hallaba muy triste porque la anciana no había ido a verlo y no tenía noticias de la princesa.
Al verla se levantó de un brinco y se precipitó hacia ella, pero mientras la saludaba se dio cuenta de que estaba muy débil y le preguntó qué le pasaba. La mujer le informó de todo lo que le había sucedido con la reina, lo cual apenó al joven sobremanera; golpeándose el pecho con la mano, le dijo:
— ¡Por Allah! ¡Cuánto siento lo que te ha sucedido! Pero dime, madrecita, ¿por qué odia la princesa a los hombres?
— ¡Oh hijo mío!—le respondió la vieja—. Has de saber que tiene un hermoso jardín como no hay igual en toda la faz de la tierra. Sucedió que una noche se quedó dormida en él y, mientras se hallaba en el más dulce de los sueños, soñó que se encontraba en el jardín y que un cazador extendía una red, esparcía granos de trigo a su alrededor y se sentaba después esperando la presa que cayera en la trampa. Al poco rato varios pájaros acudieron a picotear el grano y un macho cayó en la red y comenzó a debatirse en ella, en tanto que los otros pájaros huían de allí. Entre ellos también se hallaba su hembra, pero no estuvo ausente durante mucho tiempo; por el contrario volvió, se acercó a la red y, después de buscar la malla donde se había enredado la pata de su pareja, se puso a picotearla durante un buen rato, hasta que por fin la rompió y logró poner en libertad al macho.
»Todo esto sucedía mientras el cazador estaba durmiendo.
»Cuando al despertarse miró hacia la red y vio que estaba estropeada, la arregló, volvió a esparcir granos de trigo alrededor y se sentó un poco alejado de la red.
»Al poco rato volvieron a aparecer los pájaros, entre los cuales se hallaba aquella pareja. Las aves se acercaron a picotear el grano y de pronto la hembra cayó en la red y comenzó a debatirse en ella. Todos echaron a volar alejándose de ella, incluso el macho al que la hembra
había salvado; y no volvió más.
«Entretanto, al cazador lo había vencido el sueño y no despertó sino al cabo de un largo rato; entonces vio a la hembra presa en la red, se acercó a ella, la desprendió de las mallas y la degolló.
»En aquel momento la hija del rey se despertó asustada y se dijo:
»—Así obran los hombres con las mujeres. La mujer se compadece del hombre y se juega la vida por él, cuando éste se halla en peligro. Pero después, cuando Allah decreta una dificultad para la mujer y es ella quien se encuentra en un mal trance, el hombre la abandona y no la salva, olvidando así el bien que ella le hizo. ¡Maldiga Allah, a quien confía en los hombres, pues no reconocen las buenas acciones que les hacen las mujeres!
»Y desde aquel día la princesa odia a los hombres.
Entonces, el hijo del rey le dijo a la vieja :
— ¡Madrecita ! ¿Es que no sale nunca a la calle?
— No, hijo mío — respondió ella—. Tiene un jardín que es uno de los lugares de deleite de nuestro tiempo. Todos los años, cuando los frutos maduran, se dirige a él y se pasea por allí durante un día entero, La noche no la pasa más que en su palacio y no baja al jardín sino por una puerta secreta que da al mismo. Yo deseo decirte algo que, si Allah quiere, te hará alcanzar el éxito: has de saber que sólo falta un mes para que llegue la época de los frutos, en que la princesa baja al jardín para pasearse por él. Te aconsejo que a partir de este momento vayas al encuentro del guardián de dicho jardín y trabes conocimiento y amistad con él...


El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando fue la 730.ª noche
Dijo:
Me contaron, ¡oh rey feliz !, que el viejo guardián, una vez hubo tomado los dos mil dinares que la reina le daban, regresó a su casa y su familia se alegró mucho y bendijeron a aquel que había sido el causante de todo aquello.
Esto es lo que a ellos se refiere.
En cuanto a la vieja, he aquí que dijo :
—¡Oh mi señora! Verdaderamente este lugar es muy hermoso; no he visto jamás una blancura más intensa que ésta ni unas pinturas más bellas. Veamos si el interior es tan perfecto como el exterior, pues quizás el jardinero sólo haya hecho enjalbegar por fuera, y por dentro continúe estando ennegrecido. Entremos a dar una vuelta.
Dicho esto, la nodriza entró y la princesa la siguió: una vez dentro descubrieron que el interior estaba pintado y decorado bellamente.
Hayat al-Nufús miró a derecha e izquierda y se acercó a la cabecera del salón, donde se puso a mirar la pared durante un largo rato. La nodriza comprendió que había descubierto la pintura que representaba el sueño, y se llevó a las dos esclavas que estaban junto a ella para que no la distrajeran.
Cuando la princesa terminó de ver la pintura que representaba el sueño, se volvió, llena de asombro, hacia la vieja, y exclamó dando una palmada:
— ¡Nodriza! ¡Ven y mira qué cosa tan extraordinaria! Si se pudiese grabar con una aguja en los lagrimales, sería buena enseñanza para quien quisiera aprender.
— ¿Qué es mi señora?
— Vete hasta la testera del salón y mira: luego me dirás lo que has visto.
La vieja se adelantó y observó detenidamente la pintura del sueño; después salió muy asombrada y exclamó:
— ¡Por Allah, oh mi señora!¡Es la reproducción del jardín, del cazador, la red y todo lo que viste durante tu sueño! Realmente fue un obstáculo insuperable lo que impidió al macho, cuando echó a volar, el regresar junto a su compañera para salvarla de la red del cazador. Yo he visto cómo se hallaba entre las garras de un ave de rapiña que, después de degollarlo, se bebía su sangre y desgarraba su carne para devorarla. Esta fue, oh mi señora, la causa por la que no volvió junto a la hembra para librarla de la red. Pero, oh mi señora, lo más extraordinario es cómo está representado este sueño: si tú misma hubieras querido hacerlo, no lo hubieras llevado a cabo mejor. ¡Por Allah, que esto es algo maravilloso, digno de que conste en la historia! Tal vez, mi señora, los ángeles que cuidan de los hijos de Adán, al enterarse de que el pájaro macho había sido juzgado injustamente cuando le reprochábamos que no hubiera vuelto, se han preocupado de su asunto y han sacado a la luz su inocencia. Porque ahora lo he visto entre las garras del ave de rapiña, degollado.
Entonces dijo la princesa;
— Nodriza, hemos sido injustas con este pájaro, en el que se cumplió el decreto divino y la suerte del destino.
— ¡Oh mi señora! —añadió la anciana—. Ante Allah, ensalzado sea, serán juzgadas todas las contradicciones. Pero ahora se nos ha hecho manifiesta la verdad y ha quedado demostrada la inocencia del pájaro macho. Si no hubiera estado suspendido de las garras del ave de rapiña que, después de matarlo, se bebió su sangre y devoró su carne, habría regresado junto a la hembra. Sí, hubiera vuelto junto a ella y la habría liberado de la red, pero con la muerte no valen tretas. Piensa especialmente en el hombre: ¡cuántas veces pasa hambre para dar de comer a su esposa, se desnuda para vestirla y hasta se enfada con su familia para satisfacerla y desobedece a sus padres para obedecerla a ella! Ella conoce sus secretos y sus pensamientos más ocultos y no puede prescindir ni un solo momento de él. Si el hombre está ausente una sola noche, los ojos de la mujer no pueden cerrarse. No hay nadie más amado para ella que él y le quiere más que a sus propios padres...

El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando fue la 731.ª noche
Dijo:
Me contaron, ¡oh rey feliz!, que el príncipe Ardasir, que se hallaba escondido en el jardín, vio a la princesa cuando ésta bajó a pasear con la nodriza por entre los árboles. A causa del violento amor que sintió, perdió el conocimiento; y al volver en sí se encontró con que la joven había desaparecido de su vista y que los árboles la ocultaban.
El hijo del rey, dando un profundo suspiro, recitó estos versos:

Cuando mis ojos vieron el resplandor de su belleza
la pasión y el amor desgarraron mi corazón,
y de pronto cai tendido en el suelo mientras
la princesa ignoraba lo que me sucedía.
Caminó destruyendo el corazón de un esclavo de amor.
¡Por Allah! ¡Sé clemente y piadosa con mi pasión!
¡Oh Señor! Apresura nuestra unión y concédeme,
antes de bajar al sepulcro, la sangre de mi corazón.
Que pueda besarla diez veces, pero diez veces diez,
que caigan sobre su mejilla los besos de un pobre
enfermo de amor.


La vieja siguió dando vueltas por el jardín con la hija del rey, hasta que por fin llegaron al sitio donde se hallaba el príncipe. Entonces, la anciana exclamó:
— ¡Oh tú, cuyos favores se hallan ocultos!¡Sálvanos de lo que tememos!
Al oír el hijo del rey la señal, salió de su escondite y echó a andar, seguro de sí mismo y con altivez, por entre dos árboles, haciendo que las ramas se sintieran avergonzadas. Su frente estaba coronada por el sudor y sus mejillas eran como el crepúsculo. ¡Alabado sea Allah, el Grande, por lo que ha creado!
De pronto, la princesa, se volvió y lo descubrió; al verlo, lo estuvo contemplando durante un largo rato, y así se fijó en su belleza y hermosura, en su porte, en sus armoniosos miembros, en sus ojos que aventajaban los de las gacelas y en su figura, que avergonzaba a las ramas de los sauces.
El príncipe trastornó su razón y se apoderó de su espíritu cuando las flechas de sus ojos se clavaron en su corazón.
— ¡Oh nodriza! —exclamó Hayat al-Nufús—. ¿De dónde ha salido este muchacho de hermoso porte?
— ¿Dónde está, oh mi señora? —le preguntó la vieja.
— Ahí cerca, entre los árboles.
La anciana se puso a mirar a derecha e izquierda como si no supiera nada de él, y luego dijo:
— ¿Y quién ha enseñado a este joven el camino del jardín?
— ¿Quién podrá informarnos acerca de ese muchacho? — siguió preguntando Hayat al-Nufús—. ¡Alabado sea Aquel que creó a los hombres! Pero tú, nodriza, ¿tú le conoces?
— ¡Oh mi señora— le contestó la vieja —. Es el joven cuya correspondencia yo te llevaba.
Y la princesa, sumida en el mar de su pasión y en el fuego del deseo y del amor, exclamó :
— ¡Ay nodriza ¡Qué hermoso es ese joven! ¡Es tan agradable contemplarlo! Creo que no habrá en toda la faz de la tierra nadie más bello que él.
La vieja, al darse cuenta de que Hayal al-Nufús estaba conquistada por el amor hacia el muchacho, le dijo:
— ¿No te dije, mi señora, que era un hermoso joven de atractivo rostro?
— ¡Ay, nodriza! —se lamentó la princesa—. Las hijas de los reyes no saben nada de las cosas de este mundo, ni conocen las cualidades de los seres que en él viven: no tratan con nadie, ni toman ni dan. ¡Ay, nodriza! ¿Cómo podré llegar a él? ¿Qué estratagema emplearé para acercarme? ¿Qué le diré yo y qué me dirá él?
— ¿Qué medio tengo yo ahora en mi mano?— protestó la vieja—. En este momento estamos desorientadas en este asunto por tu culpa.
— ¡Nodriza! —insistió la joven—. Has de saber que si alguien ha de morir de amor, ese alguien seré yo. Tengo la seguridad de que voy a morir en seguida, y la causa será el fuego de mi pasión.
La vieja, al oír sus palabras y ver el amor y la pasión que la princesa sentía, le dijo :
— ¡Oh mi señora! Que venga a ti es imposible y que tú vayas a su encuentro tampoco es factible, porque eres muy joven todavía. Pero vente conmigo: yo te precederé hasta que lleguemos a su lado. Entonces me pondré a hablar con él de forma que tú no tendrás por qué avergonzarte y, de ese modo, en un instante surgirá la confianza entre vosotros.
— Pues ve delante de mí y que se cumplan los designios de Alla'h — le dijo la muchacha.
La nodriza y la hija del rey se aproximaron al príncipe, que estaba sentado, bello como la luna llena. Cuando la vieja llegó a su lado, le dijo:
— Mira, muchacho, quién tienes ante ti. Es la hija del rey del tiempo, es Hayat al-Nufús. Piensa en su condición y el honor que te concede al venir hasta ti. Levántate por respeto a ella y permanece en pie.
Al instante, el joven se puso en pie de un salto, sus ojos se encontraron con los de la princesa, y ambos se sintieron embriagados aun sin beber vino. Hayat al-Nufús notó que su anhelo y su amor por el joven aumentaban, por lo que abrió los brazos; el muchacho hizo lo mismo y los dos se abrazaron llenos de deseo; la pasión y el amor los habían vencido hasta tal punto que perdieron el sentido y cayeron al suelo desmayados, y durante largo rato permanecieron tendidos.
Pero la vieja, temiendo el escándalo, los metió en el pabellón y sentóse a la puerta. Después dijo a una de las esclavas:
— Aprovechad la ocasión para dar una vuelta, porque la princesa está durmiendo.
Y las esclavas reanudaron el paseo.
Cuando los dos enamorados volvieron en sí, se hallaron dentro del palacio.

Entonces, el joven dijo a Hayat al-Nufús.
— ¡Oh señora de la belleza! ¿Estoy soñando, o es que desvarío?
Y volvieron a abrazarse, embriagados sin haber bebido, quejándose mutuamente de las penas de amor. De pronto el muchacho se puso a recitar estos versos:

El sol aparece radiante por su rostro mientras
por sus mejillas surge la rojez del crepúsculo.
Dondequiera que se muestre ante las miradas
hace desaparecer, avergonzada, la estrella del horizonte.
Cuando aparece en su boca el relámpago de la sonrisa,
la mañana se ilumina y se disipa la oscuridad de la noche.
Y cuando su esbelto cuello se inclina balanceándose,
las ramas de los sauces sienten celos entre el follaje.
Todo me es indiferente cuando la veo.
¡Que el Dios de los hombres y del alba (8) la proteja!
Ella prestó a la luna una parte de su belleza
y el sol quiso igualarla, pero no pudo.
¿Cómo puede tener el sol caderas con las que andar?
¿De dónde va a sacar la luna su belleza física y moral?
Quien me reproche el estar enamorado de ella,
o está separado de ella o está de acuerdo.
Ella es quien reina en mi corazón con su mirada.
¿Qué es lo que puede preservar los corazones
de los enamorados?


El alba sorprendió a Sherezade, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido.


(1) Significa «la espada más poderosa».
(2) O sea, Artajerjes.
(3) Quiere decir "siervo del Todopoderoso"
(4) Hayat al-Nufús significa «Vida de las almas».
(5) Pozo sagrado de La Meca, cuya agua goza lama de cura tiva.
(6) La «sagrada pared». Es un muro de forma semicircular que circunda las
tumbas de Ismael y Agar y que se halla en la parte noroeste de la Kaaba.
(7) El «pájaro de la separación» es el cuervo.
(8) El alba y Los hombres son los títulos de las azoras 113 v 114 del
Corán



Anónimo
(Traducción de Leonor Martínez Martín,
Tomo III de Las mil y una noches,
Vergara, Barcelona, 1965)



"El Libro de las Mil y Una Noches" es a veces llamado, con mayor fidelidad al original árabe "Al laylah wa laylah", el "Libro de las Mil Noches y Una Noche"; los angloparlantes lo conocen por un título menos sugerente, "Arabian Nights" ("Noches árabes"). Muchas de las historias, en rigor, no son árabes sino indias o persas, y hasta puede adivinarse la influencia de la "Odisea" en la historia de Simbad. La tradición dice que la compilación árabe "Mil noches" (Alf laylah) se originó alrededor del año 850, y es atribuida al reputado contador de historias Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar. El más temprano texto con una clara relación con las Noches actuales es un papiro del siglo IX, que menciona dos personajes, Dînâzâd y Shîrâzâd, y la primera le pide a la otra que le cuente una historia. También se menciona un título: "El libro de historias de las mil noches". El carácter de "Mil y Una" de las Noches parece haber sido, en principio, una manera de decir "muchas" o aún "infinitas" Noches. (Pensemos en ciertos usos cotidianos que damos hoy a los valores numéricos y que están lejos de ser literales: por ejemplo, "estuve esperándote un millón de años"). Circulaba el mito de que quien las leyera todas se volvería loco. Muchas historias parecen haber nacido como ficciones independientes transmitidas en forma principalmente oral, y luego terminaron absorbidas por el por cierto muy flexible corpus de las Noches. Por ello, haríamos bien en considerarlas una obra colectiva cuyo autor es el conjunto de la gran civilización medieval árabe. La primera traducción occidental fue la versión francesa de Antoine Galland (principios del siglo XVIII). Las versiones españolas de las Noches son por lo general traducciones de la traducción de Galland. La primera versión española del texto árabe es sorprendentemente tardía, y es la del escritor judío español Rafael Cansinos Assens, que se la dedica al pueblo árabe: "Al noble pueblo árabe, que dio a 'Las Mil y Una Noches' lo que un padre da a sus hijos: sangre, nombre y lengua. ¡Sélam!" (Pablo Martín Cerone).Tomado de: quinta dimensión, donde se puede leer una síntesis argumental y más datos sobre la obra.



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