No tiene la misma velocidad el domingo
que el viernes con su revuelo de compras
haciendo aumentar el tráfico y el consumo
de caldo de caña helado,
ni tienen
la misma velocidad
la azucena y la marea
con su ejército de burbujas y ardientes caravelas
penetrando silenciosamente el río
con una lentitud que no es la del crepúsculo
que, en lo alto,
con su gran engranaje descoyuntado
molía la luz.
Otra velocidad
tiene Bizuza sentada en el piso del cuarto
doblando las sábanas lavadas y
planchadas, arrumándolas en la gaveta de la cómoda como
si la vida fuese eterna
Y lo era
en aquel universo suyo de almuerzos y condimentos
de hojas de laurel y de pimienta del reino
toronjil para la tos rebelde,
universo
de ollas y fatigas entre las paredes de la cocina
dentro de un gastado vestido de organdí,
en fin,
donde latía su pequeño corazón.
Y si no era
eterna la vida, dentro y fuera del armario,
lo cierto es que teniendo cada cosa una velocidad
(la del melado oscura,
clara la del agua
que se derrama)
cada cosa se apartaba
desigualmente
de su posible eternidad.
O
si se quiere
desigualmente
la tejía
en su propia carne oscura o clara
en un transcurrir más profundo que el de la semana.
Por eso no es correcto decir
que es en los domingos cuando mejor se ve
la ciudad
-las fachadas de azulejo, la calle del Sol vacía
las ventanas trancadas en el silencio-
cuando
ella
detenida
parece fluctuar.
Y que se ve mejor una ciudad
cuando -como Alcántara-
todos los habitantes se fueron
y nada queda de ellos (ni siquiera
un espejo de aparador en uno de aquellos
aposentos sin techo), tan sólo
entre las ruinas
la persistente certeza de que
en aquel suelo
donde ahora crecen las zarzas
ellos en efecto danzaron
(y casi se oyen voces
y carcajadas
que se encienden y apagan en los surcos de la brisa)
Pero
si es espantoso pensar
que tantas cosas se han ido, tantos
guardarropas y camas y mucamas
tantas y tantas sayas, enaguas,
zapatos de los más variados modelos
arrastrados por el aire junto con las nubes,
a eso
responde la mañana
que
con sus muchas y azules velocidades
sigue en frente
alegre y sin memoria
Ferreira Gullar (Brasil, São Luís do Maranhão, 1930)
(Traducción de Elkin Obregón Sanín)
Poema Sujo
Nâo tem a mesma velocidade o domingo
que a sexta-feira com seu azáfama de compras
fazendo aumentar o tráfego e o consumo
de caldo de cana gelado,
nem tem
a mesma velocidade
a açucena e a maré
com seu exército de borbulhas e ardentes caravelas
a penetrar soturnamente o rio
noutra lentidâo que a do crepúsculo
que, no alto,
com sua grande engrenagem escangalhada
moía a luz.
Outra velocidade
tem Bizuza sentada no châo do quarto
a dobrar os lençóis lavados e passados
a ferro, arrumando-os na gaveta da cômoda, como
se a vida fosse eterna.
E era
naquele seu universo de almoços e temperos
de folhas de louro e de pimenta-do-reino
mastruz para tosse braba,
universo
de panelas e canseiras entre as paredes da cozinha
dentro de um surrado vestido de chita,
enfim,
onde batia o seu pequenino coraçao.
E se nâo era
eterna a vida, dentro e fora do armário,
o certo é que
tendo cada coisa uma velocidade
(a do melado
escura, clara
a da água
a derramar-se)
cada coisa se afastava
desigualmente
de sua possível eternidade.
Ou
se se quer
desigualmente
a tecia
na sua própria carne escura ou clara
num transcorrer mais profundo que o da semana.
Por isso nâo é certo dizer
que é no domingo que melhor se vê
a cidade
-as fachadas de azulejo, a Rúa do Sol vazia
as janelas trancadas no silêncio-
quando ela
parada
parece flutuar.
E que melhor se vê uma cidade
quando -como Alcântara-
todos os habitantes se foram
e nada resta deles (sequer
um espelho de aparador num daqueles
aposentos sem teto) -se nâo
entre as ruinas
a persistente certeza de que
naquele châo
onde agora crescem carrapichos
eles efetivamente dançaram
(e quase se ouvem vozes
e gargalhadas
que se acendem e apagam nas dobras da brisa)
Mas
se é espantoso pensar
como tanta coisa sumiu, tantos
guarda-roupas e camas e mucamas
tantas e tantas saias, anáguas,
sapatos dos mais variados modelos
arrastados pelo ar junto com as nuvens,
a isso
responde a manhâ
que
com suas muitas e azuis velocidades
segue em frente
alegre e sem memória
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