jueves, 9 de abril de 2009

ACERCA DE LA MEDIDA




















Un testimonio para Cid Corman

Origin, 1954

El verso —sería mejor no hablar de poesía para no confundirnos— el verso siempre ha estado asociado en la mente de los hombres con "la métrica", es decir, con las matemáticas. Al examinar cualquier trabajo en verso, uno "cuenta" las sílabas. Tampoco hablemos de ritmo, esa cosa vaga y sin un significado preciso. Sin embargo, el término sugiere algo que puede ser medido. Actualmente el verso ha perdido toda métrica.
Nuestras vidas han perdido todo aquello que antes les permitía ser medidas, excepto algunos criterios anticuados que no tienen sentido para nosotros. De igual modo, nuestros versos, de los cuales están hechos nuestros poemas, han quedado sin una construcción métrica real, sin algo reconocible, alguna nueva medida que nos permita construirlos. Recibimos sonetos, etc., pero no hay nadie vivo hoy en día, o medio vivo, que reconozca la incongruencia en ello. No logran entender que ya no es posible hacer poemas siguiendo la medida euclidiana, por muy "hermosos" que ésta los haga. Los cimientos mismos de nuestras creencias han cambiado. Ya no vivimos de esa manera; en el fondo, nada ha sido ordenado en nuestras vidas de acuerdo a esa medida; nuestros conceptos de lo social, nuestras escuelas, nuestras ideas religiosas y ciertamente nuestra comprensión de las matemáticas han sido profundamente alterados. De estar forzados a volver a aquello en lo que antes creíamos, estaríamos perdidos. Sólo la construcción de nuestros poemas —e idealmente un poema tendría que ajustarse a los márgenes de nuestra percepción intelectual— ha quedado vergonzosamente en el pasado.
Un orden relativo opera en otro lugar de nuestras vidas. Incluso las leyes de divorcio han logrado reconocerlo. ¿Somos tan estúpidos que no podemos ver que las mismas cosas son aplicables a la construcción del verso moderno, a un arte que aspira a llamar la atención del mundo moderno? Si los hombres no encuentran en el verso una forma que les interese o en la que puedan creer, no leerán tus versos y yo, al menos, no los culpo. ¿Qué pueden descubrir ahí que valga la pena? De modo que, según entiendo, los jóvenes de mi generación están volviendo a Pope. Déjenlos. Quieren ser leídos con un mínimo de comprensión acerca de lo que dicen y Pope es, cuando menos, comprensible; un buen maestro. Asimismo, los asusta toda la experimentación desenfrenada que los ha precedido, de manera que prefieren ir a la segura y conformarse.
Tienen razones válidas para hacerlo —claro que no todos lo están haciendo, pero los ingleses, con un hombre tan destacado entre ellos como Christopher Fry, lideran la manada. Dylan Thomas anda azotándose tras bastidores, pero él es gales y no reconoce regla alguna —no es de gran ayuda para nosotros. Retomar los modelos de los clásicos no les servirá de nada. Más tarde tendrán que enfrentarse a los problemas fundamentales que conciernen a una nueva construcción del verso que se ajuste a nuestro tiempo. Sus hermanos del laboratorio químico, de donde saldrán la mayoría de sus lectores, si saben lo que les conviene, tendrán que ser enfrentados sobre una base que no será conservadora sino igual a la propia. Aunque quizá reconozcan lo anterior teóricamente, ninguno se atreve a dar un paso más allá de la marca de lo convencional.
No se trata tan sólo de un asunto de atrevimiento, nadie les ha enseñado a hacer las cosas de otro modo. La mayor parte de los poemas que veo hoy en día se preocupan por lo que están diciendo, por lo profundos que les ha tocado ser. Esto es tan cierto que aquellos que los escriben han olvidado convertirlos en poemas. Gracias a Dios no somos músicos, de ser así, con nuestra falta de invención estructural nos daría vergüenza vernos a la cara. No hay nada interesante en la construcción de nuestros poemas, nada que logre arrancar al oído de su aburrimiento. Al menos yo no puedo leerlos. No hay nada en su construcción métrica que me atraiga, así que vuelvo a e. e. cummings y a los convencionalismos disfrazados que presenta, los cuales resultan por lo menos divertidos —tan divertidos como "Doctor Foster went to Gloucester, in a shower of rain".* Ogden Nash también es placentero, pero no tan placentero.
El asunto es que el "verso libre", desde el tiempo de Whitman, nos ha llevado a la deriva. Como los líderes de la Revolución Francesa antes de él, Whitman quedó cautivado por la idea abstracta de la libertad. Se derramó sobre todo su pensamiento. Pero era una idea letal para toda clase de orden, particularmente para ese orden que tiene que ver con el poema. Whitman tuvo razón en romper nuestras ataduras pero, al no tener límites efectivos que lo contuvieran, se volvió loco. Era todo lo que conocía. Finalmente recurrió a una especie de lenguaje diluido e indisciplinado, del cual hemos copiado el peor de sus rasgos, justo ése.
El correctivo posible es olvidarnos de Whitman, aunque instintivamente estuviera en el camino correcto, para descubrir una nueva disciplina. La invención es la madre del arte. Debemos inventar nuevas formas que tomen el lugar de aquellas que se han desgastado. Por falta de éstas hemos regresado a los viejos estilos con nuestra lengua de fuera y nuestras bocas babeando por la "belleza", la cual no se encuentra siquiera en la misma categoría bajo la cual la buscamos. No obstante su enorme impulso renovador, Whitman fue el causante de nuestro extravío. Yo, al igual que el resto, tengo muchas cuentas que rendir. No hay verso que pueda ser libre, debe ser gobernado por algún tipo de medida, mas no la vieja medida. En este punto Whitman tuvo razón, pero fue ahí, al mismo tiempo, que falló su líderazgo. Debemos volver a algún tipo de medida, pero una medida que corresponda a nuestro tiempo y no a un estilo tan podrido que apeste.
No contamos con una medida que sirva para guiarnos, excepto una puramente instintiva que sentimos mas no nombramos. No estoy hablando del verso que desde hace mucho terminó congelado en un molde rígido que significó su muerte, sino de un verso que se muestre insatisfecho con su estado actual. Está sobre toda la página por el mero capricho del hombre que lo ha compuesto. Esto no sirve. Ciertamente un arte que exige una disciplina, como el poema, que exige una regla, una medida, no podrá tolerarlo. No existe una medida para guiarnos, no una medida reconocible.
La relatividad nos da la pauta. Así que, nuevamente, las matemáticas vienen al rescate de las artes. La métrica, esa palabra ancestral en la poesía, algo que hemos olvidado en su significado literal de lo medido, se pone en contacto otra vez con lo poético. Lo que hay que hacer hoy, como siempre, con la poesía, es usar un pie relativamente estable, no uno rígido, que nos permita relacionarnos con lo poético. Ahí está toda la diferencia. Es esto lo que ha de convertirse en el objetivo de nuestra búsqueda. Sólo cuando hayamos entendido lo anterior podremos escapar al poder de esos magníficos versos del pasado que nos han maravillado desde siempre y aún poder disfrutarlos. Vivimos en un mundo nuevo, preñado de una inmensa posibilidad de iluminación, pero a veces, siendo viejo, me impaciento por él. Ya que al poema, que siempre ha abierto el camino hacia las otras artes como a la vida, siendo explícito, el único arte que es explícito, últimamente, se le ha abandonado.
Sin medida estamos perdidos. Incluso hemos perdido la habilidad de contar. En realidad, no estamos tan mal. Hemos seguido contando instintivamente como siempre, pero no se ha vuelto un proceso consciente y el ser inconsciente, ha descendido a un nivel inferior de la invención. Existen unas cuantas excepciones aunque no hay nadie entre nosotros que esté consciente de lo que está haciendo. Por tanto, yo he hecho algunos experimentos que aparecerán pronto en un nuevo libro. Lo que deseo enfatizar es que no considero nada de lo que he escrito ahí como algo terminado e irrefutable. Habrán otros experimentos pero todos estarán dirigidos al descubrimiento de una nueva medida, repito, una nueva medida que nos permita poner orden en nuestros poemas al igual que en nuestras vidas.


* El doctor Foster fue a Gloucester, bajo un chaparrón

(de Selected Essays, N.York,
New Directions, 1969)



William Carlos Williams (estadounidense, Rutherford, New Jersey, 1883-1963)

(Traducción de Ricardo Cáceres;
el poeta y su trabajo/ 23-
verano 2006)





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