Después de doscientos años, oh Lech Walesa,
Después de doscientos años de la esperanza que se recobraba
y de nuevo perdía,
Te volviste el jefe supremo del pueblo polaco
Y como aquel, tienes contra ti las potencias.
Es amargo saber lo que sabemos, oh Lech Walesa,
El sacrificio que se exige en cada generación.
Las tumbas de los héroes, anónimas.
El triunfo de los traidores y los torturadores
A cuyos hijos e hijas habrá que perdonar,
Es amargo llegar a conocer la fuerza que tiene el cautiverio.
Mora en el pan y en la manzana, en cada trago de agua.
En la luz matinal sobre el vidrio, en el atardecer en la calle,
No te abandona en el trabajo ni en el amor.
El sueño de las horas antes del alba está lleno de él.
Y acecha en las letras de la palabra escrita,
Hasta que los libros polacos hablan sólo de ello,
Y obscurece los colores en los lienzos de los pintores,
Y cubre con el gris los edificios de las ciudades.
No sé si tenga derecho, oh Lech Walesa,
De dirigirse a ti quien escogió extranjero
Y rehúsa a pensar cada día sobre el cautiverio.
Aunque entiende que debería pensar.
Czeslaw Milosz (Polonia; Szetejnic, 1911 - Cracovia, 2004)
(Traducción de Barbara Stawicka)
IMAGEN: Lech Walesa; político y sindicalista polaco; premio Nobel de la Paz.
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