Libro I
Capítulo III
Aquiles meó a oscuras, luego puso la aldaba a la media puerta.
Estaba enmohecida por el soplo de la mar. Con el cangrejo
de su mano izó la cesta para el pescado; ocultó el escalón de cenizas
en el hoyo, debajo de la cabana. Cuando estuvo cerca del almacén,
la brisa de la calle lo roció de sal remontando la calle gris,
luego de las viviendas dormidas a pierna suelta, bajo las barras de sodio
de los faroles, hasta el seco asfalto raspado por sus pies;
contó las pequeñas centellas azules de las estrellas sueltas.
Las hojas de los plátanos se inclinaban bajo la ondeante
cólera de los gallos, los gritos crujían como tiza roja
dibujando cerros en una pizarra. Como su maestro, en espera,
el oleaje se impacientaba por su andar tan pausado.
Cuando se encontraron frente al muro del cobertizo de concreto,
la estrella del alba había dado un paso atrás, asqueada por el olor
a redes y tripas de pescado; en el cielo la luz era fuerte
y había un horizonte. Puso la red junto a la puerta del almacén;
después se lavó las manos en la pileta.
El oleaje no alzaba la voz, y aun los perros de calcadas costillas
estaban tranquilos cerca de las canoas; una botella de ajenjo
se turnaban los pescadores, haciendo ruido después de probarlo
y escalofriándose al contacto de la amarga cascara con que fue fermentado.
Ésta era la luz en que Aquiles era más dichoso.
Cuando dejaban, antes de que sus manos asieran las bordas,
que la anchura de la mar los penetrara, sintiendo que su jornada comenzaba.
Libro II
Capítulo XXI
III
"¿Por qué?"
Ella estaba colgando su combinación de seda
en una percha, doblándola con destreza. Dio un giro a sus senos.
Entre el despeñadero de sus hombros, su rabia
escurría como el agua de jabón sobre el caminito de piedras
que había plantado allí, donde se secaban sus menudas pisadas.
Aún brillaba la luna, y su claridad bañaba el esplendor del camisón
en que se zambulló como en agua mientras su arrogancia
se zafaba del cuello. Él vio la exaltada mecha
brillar sobre el rostro de ébano, y la sombra que Helena proyectaba
en la pared. Ahora la sombra se quitaba una arracada,
con la cabeza inclinada, y sonreía. Estaba de buen humor.
Examinó sus dientes en un espejo; él la vio
llevar el espejo cerca de sus ojos. La fiesta había acabado.
La aldea estaba muy tranquila, oía las estrellas como arracadas
golpeando en seco cuando la sombra las pone en tierra.
Volvió el rostro hacia la pared. Aunque se tratara de ella,
por muy inocente que fuera su alegría, ya no podía
tolerarlo. Un vehículo pasó, y, en medio del silencio,
sintió que el corazón se le partía mientras la miraba cepillarse despacio
los cabellos, y luego detenerse. Y Aquiles vio la satisfacción de Helena
por primera vez. Vio cómo anhelaba cierta paz
más allá de su belleza, y de los continuos disgustos
por un rostro que no era culpa suya como tampoco lo era
la gracia de la luna llena timoneando oscuros árboles,
y en ese instante Aquiles, en medio de su enojo, fue presa
de una piedad que sobrepasaba su dolor. Había paz en las nubes,
y la luna envuelta en blanco camisón de seda
se alzaba por encima de él.
"¿Por qué?", dijo él. "¿Por qué estás tan puta?
¿Por qué no me dejas en paz y te largas a joder con Héctor?
Más hombres surcaron ese cuerpo que canoas la mar."
La lanza de su odio la penetró sin ruido,
pero ella se acercó y se tendió a su lado, y yacieron
en la intimidad como dos troncos en paralelo sobre la arena
al claro de la luna. Oyó a las higueras abrazándose y sonrió cuando
el primer gallo le madrugó. Helena encontró su mano y la aferró.
Él se dio la vuelta. Helena estaba dormida. Como una niña.
Derek Walcott (Castries, isla de Santa Lucía, 1930)
(Versión de José Luis Rivas)
Book One
Chapter IIII
Achille peed in the dark, then bolted the half-door shut.
It was rusted from sea-blast. He hoisted the fishpot
with the crab of one hand; in the hole under the hut
he hid the cinder-block step. As he neared the depot,
the dawn breeze salted him coming up the grey street
past sleep-tight houses, under the sodium bars
of street-lamps, to the dry asphalt scraped by his feet;
he counted the small blue sparks of separate stars.
Banana fronds nodded to the undulating
anger of roosters, their cries screeching like red chalk
drawing hills on a board. Like his teacher, waiting,
the surf kept chafing at his deliberate walk.
By the time they met at the wall of the concrete shed
the morning star had stepped back, hating the odour
of nets and fish-guts; the light was hard overhead
and there was a horizon. He put the net by the door
of the depot, then washed his hands in its basin.
The surf did not raise its voice, even the ribbed hounds
around the canoes were quiet; a flask of l'absinthe
was passed by the fishermen, who made smacking sounds
and shook at the bitter bark from which it was brewed.
This was the light that Achille was happiest in.
When, before their hands gripped the gunwales, they stood
for the sea-width to enter them, feeling their day begin.
Chapter XXI
III
"What?"
She was draping the silk slip on a hanger,
twisting it skillfully. She turned her breasts away.
Down the deep ravine of her shoulders, his anger
drained like the soapy water over the pathway
of stones he had placed there, where her small footprints dried.
It was still moonlight, and the moonlight filled the sheen
of the nightgown she entered like water as her pride
shook free of the neck. He saw the lifted wick shine
on the ebony face, and the shadow she made
on the wall. Now the shadow unpinned one earring,
its head tilted, and smiled. It was in a good mood.
It checked its teeth in a mirror, he watched it bring
the mirror close to its eyes. The blocko was done.
It was so quiet in the village, he heard the stars
click like its earrings when the shadow put them down.
He turned his face to the wall. Whoever she was,
however innocent her joy, he couldn't take it
anymore. A transport passed, and in the silence
he felt his heart sicken, watching her as she brushed
her hair slowly and stopped. And Achille saw Helen's
completion for the first time. He saw how she wished
for a peace beyond her beauty, past the tireless
quarrel over a face that was not her own fault
any more than the full moon's grace sailing dark trees,
and for that moment Achille was angrily filled
with a pity beyond his own pain. There was peace
in the clouds, and the moon in a silk-white nightgown
stood over him.
"What?" he said. "What make you this whore?
Why you don't leave me alone and go fock Héctor?
More men plough that body than canoe plough the sea."
The lance of his hatred entered her with no sound,
yet she carne and lay next to him, and they lay quietly
as two logs laid parallel on moonlit sand.
He heard the fig-trees embracing and he smiled
when the first cock cuckolded him. She found his hand
and held it. He turned. She was asleep. Like a child.
IMAGEN: Helena de Troya, pintura de autor desconocido.
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