viernes, 26 de septiembre de 2008

MUSEO DE LA NOVELA DE LA ETERNA























Prólogo, también


Desearía que esta novela tuviera algo de un ensueño, el más sutil que conocí. Lo soñé (fechando ensueños; pueden éstos fecharse por su concomitancia con las series de la vigilia, e igualmente por referencias a otros ensueños que los precedieron o siguieron) en 1928. "Me hallaba en una habitación en la cual hacia un fondo en penumbra o tras un Cortinado oscuro y entreabierto, así me parecía alernativamente, actuaba una mujer cuyo rostro no distinguía, sino los contornos de una vaga vestidura femenina; y yo sabía quién era, la sentía conocida , sin verla en verdad; sentía cordialidad, compañía de ella, que no me era enemiga su alma; también por momentos no sabía si la veía y reconocía o no. En el despertar subsiguiente o estado que por idea o concepto llamamos despertar, no logré evocar su rostro." Uso comillas para los ensueños y en todo lo que escriba específicamente sobre ellos las usaré, para que si alguna vez, yo, que soy ensueño para otros, me aparezco al lector en su mente, me distinga por las comillas como ensueño suyo. Todo el Arte podría llevarlas y todo lo que yo escribí, mis tres libros hasta hoy, Vigilia, Recienvenido y La Eterna, quise plantearlo en el estado y como una figuración del estado del recién despertar y no del todo sin sueños. Es un estado que debiéramos reservarnos para frente al dolor y los presentimientos de la pasión, como para el idilio de la pasión debiéramos crearnos una super-vigilia, aunque la pasión ya lo es.
Me parece haber cierta divinidad, es decir mística, sentido de autoexistencia, en este ensueño relatado, que solo una vez tuve: es la deleznabilidad o imitabilidad de la identidad personal, el eterno zafarse de la continuidad individual y el reconocerse, confirmarse.
Fuera del estado de pasión (solo es pasión la altruística) que es de certeza, único estado de realidad por el ensueño en que ambos amantes confluyen y en que debe arriesgarse todo, comprometerse con la plena vigilia, su entera dicha, su entero dolor, debiéramos vivir a media luz y media acción, a media vigilia, sin reconocer por entero los sucesos y estados, pues fuera de la pasión la probabilidad es de prevalencia del sufrimiento; el ensueño que rememoro es fórmula del estado de media inadmisión de toda certeza y efectividad.




Macedonio Fernández (Buenos Aires, Argentina, 1874-id., 1952)





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