A Pedro Cugnasco
LAS AVES carecen de centro
mientras vuelan: la bandada
que las sostiene
las dispara.
alrededor, la inmovilidad
de la convulsión
de las torres.
cargadas con familias
lejanísimas, si alguien mira,
pero como quien mira
la gozosa turbulencia de
la claridad.
es, siempre, un instante:
luego cesa.
las aves se repliegan
en el punto
en que se expanden.
un instante en que,
increadas, desaparecen,
o casi.
pero vuelven,
giran, movidas apenas
por un remolino
abierto que no tiene
principio.
el desierto puede ser
esta extensión sin motivo
aparente: sin sombra, todavía,
mientras conversamos.
selva es
la aridez aparente
donde se vela
y se ve.
vienen las aves
que no vuelven
ni parten: comen
nuestras voces.
y soltamos el nudo
y la servidumbre
cesa.
nada de lo dicho así
como nada de lo visto
así como nada
de lo sospechado.
en la terraza donde se es
porque se está feliz.
desierto de lo no
acosado, oasis
la aparente
aridez que ve.
comen: de la memoria
y de la doble ignorancia
de quien pregunta
y pregunta
para no ser
saciado.
en el fondo, corresponden
a esta zona cautiva
de lo que huye, mientras
vuelan y sin embargo la tarde
no cesa.
sólo lo que se atora
cesa: lo que propone,
lo que presenta opción,
lo que castiga y recompensa,
atormenta y seduce y
domestica.
ni el centro voraz
ni la distracción
de la ruidosa
periferia: núcleos virados,
nuestras voces...
todavía, es lo único
que dicen mientras
ilustran la dócil
fragilidad.
Reynaldo Jiménez (Perú, Lima, 1959 -Vive en Buenos Aires, desde 1963)
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