sábado, 20 de septiembre de 2008

LA ÚLTIMA APARICIÓN






















NO NECESITO bailar. Todo baila a mi alrededor.
No tengo por qué negarlo, soy bailarina. Mi cintura, mi pie, mi cuello lo declaran.
Un caballo aprendió a bailar conmigo.
Hay caballos que bailan adiestrados por norteamericanos, españoles o rusos, pero ninguno como éste.
Pero no sólo un caballo aprendió a bailar conmigo, las sillas de lona plegables también, mi cama rota, mi sombrero de paja de Italia. Es claro que todos los objetos no aprenden con la misma facilidad.
Una compañía de teatro me contrató o más bien me invitó a buscar otros éxitos. Acepté. Bailé en un barco deslumbrado. Se llenó de aplausos. Por la noche bailaba hasta dormirme echada en la cubierta, esperando la salida del sol.
Cuando vi en esa sala con olor a champagne estremecerse los muebles amarrados al piso, me emocioné. ¡Qué fuerza para arrancarlos tiene el baile! Todo se movía: las mesas, las sillas, los candelabros, las canastas de pan, las personas, los manteles de las mesas.
Yo para brillar mejor canté una canción de cuna. Toda la concurrencia lloró. No sabían por qué. Mi voz era la voz de las ondinas.
Cinco minutos después, cuando el barco llegó al fondo del mar entre liqúenes y algas, se acercaron para saludarme y me dijeron "Es mejor morir en el silencio aterrado del baile, en el éxtasis de la suerte".
Tu retrato queda en este barco y el caballo que aprendió a bailar en tu memoria.



Silvina Ocampo (Argentina, Bs.As, 1906 - 1993)




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