sábado, 20 de septiembre de 2008

ÁNGELES CAÍDOS


borracho de alcohol
y desesperación
Dylan con sus aullidos estremece la noche
Vallejo tose en un conventillo parisino
la noche se extiende en los hemisferios
en Méjico Lowry
oculta sus visiones zoológicas
en las abrasivas lenguas del mezcal
viajando sobre el chirrido de un tren de carga
Kerouac canta ronco vómito tras vómito
las bondades del agrio vino californiano
Bukowski resbala y cae
en la noche brillante del Sunset Boulevard
en la trastienda de una farmacia de turno
Carver abre una botella de licor clandestino
mientras una vieja con un perrito ridículo
espera el preparado
que tranquilizará sus tormentas
a esta hora de la madrugada
quizás alguien se esté preguntando
qué sucede
bajo el ardiente sol de los parajes sureños
en el extremo de Oriente pálido de luna
en una jaula iluminada por reflectores
Pound murmura palabras
que sus carceleros no comprenden
Michaux cubierto de noche
en un cementerio de Cuernavaca
se deja volar en sustancias
sin entender la magia del paisaje
en una ciudad que lo desconoce
Julio Huasi
decide por mano propia
abrazar las tinieblas
otros en el pico de una botella
apagan los exactos compases del corazón
en un sitio donde todos cantan la belleza
de las cimbreantes mujeres junto al mar
alguien bebe risueño su caipira
absorbe el oscuro aroma del azúcar
el rancio perfume de pobladas axilas
la imaginada fragancia de una flor
pleno sabor deseado
nosotros desde Montevideo observamos
el cielo cargado
los modos cambiantes del tiempo
no conocen la amabilidad de tus deseos
se desplazan imperturbables
a través de las cordilleras los océanos
las llanuras
cruzan el oriente
amanecen el poniente
someterán a cada uno de aquellos
que intenten penetrar sus polos de radiación
a las pequeñas
obsesivas cuestiones cotidianas
Perlongher viaja en un automóvil
que se desliza
a través de los suburbios
su destino
una capilla donde frente al altar
en el círculo de energía otorgada
ante los ojos
del sangrante cordero de Dios
un sacerdote administra la esperanza
sí y...
qué dones qué palabras mama
en su desesperada desilusión
en qué aguas alimenta esa fe apresurada
Padre Nuestro...
que estás en las sacrísimas alturas
comienza la invocación inútil
su único consuelo
la voracidad de Dios
al viento en el río
voces extrañas
en el río al viento
desconocidas almas en pena
aquél que elige
en la pobreza del exilio
el nombre de Sebastián Melmoth
recuerda una esposa los hijos tan amados
añora ese mundo al que no podrá regresar
infantilmente extraña la redondez
de su colección de fina porcelana
el color de Londres bajo la luz del otoño
anota en su cuaderno:
poseo la tranquilidad de los objetos perdidos/
soy un hombre que ha vivido su tiempo/
en simbólica relación con el arte/
ya no se avergüenza en las calles
cuando alguien
murmura a sus espaldas
o gritan Fingal O'Flagertie o o o ooooooohhhhhh
él repite en voz baja mansamente:
el dolor es un momento demasiado prolongado
tampoco imaginará de Joyce
el calembur lanzado en
Yhe ballad of Persse O'Reilly:
Fingal Mac Oscar Onesine Bargearse Boniface
a quién se le ocurre
Ortodebarcaza Carabonita
las sombras
su proyección geométrica
permanecen
quién o qué
erosiona la forma que envuelve
grabará en la historia
las marcas del pudor ajeno
alguien recuerda
el eclipse la luna de Lu T'ung
la figura del cielo el emperador
la visión de sus ojos
apagándose en la belleza terrenal
la luna el ojo nocturno del cielo
devorada por la tremenda boca del sol
y de la terrible ejecución
de este poeta que amó las alegorías
en el 835 año del Señor
no tienen nada que decir
pregunta una voz ajena
el gran círculo gira sobre su propio eje
las primeras luces del alba
penetran profundos pliegues abismales
las imágenes fulgentes
se repiten
una y otra vez
en la superficie bruñida
qué podrán decir en Méjico
en Montevideo en Buenos Aires
que no haya sido cantado en el Occidente
en Venezuela en el extenso Brasil
en el muerto Oriente perdido
donde los magos
buscan en el firmamento
la luminosa trayectoria de una estrella
la develación del secreto
Auden
en vísperas de un nuevo año
propone un brindis alza su copa
elevo dice
en el agrio aroma del licor
el peso de los planetas
la mutabilidad del universo
no busquemos en el pasado
edenes ilusorios
menos aún
la seguridad de las jerarquías
el siglo nos presentará
las imaginadas ruinas
Rimbaud arrastrará
su gangrena de oros
el cuerpo de Alejandra
sus oscuros labios de sangre quieta
callarán nunca la última palabra



a Yeyé in memoriam
Viena, abril/ 1994.


Esteban Moore
(Argentina, Bs.As., 1952)



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por suerte nos quedan, Marcelo, poetas como Esteban Moore, temerarios, que no le temen al espacio ni a ser entendidos cabalmente. Siempre habrá quien entienda y disfrute el verbo poético. Esto está dicho hoy, noche en la cual este planeta se empareja y por un instante a todos nos iguala.
Un abrazo de xavier.

Marcelo dijo...

Hola Xavier:
Creo que Stephen, a quien tuve la suerte de conocer en el primer encuentro de poesía de Rosario, escribe una respuesta a "qué es lo que quieren", un poema de Bukowsky, que el mismo Moore traduce en "Una de las más ardientes y otros poemas". El propio Bukowsky aparece aquí, por otra parte.

Pero estoy de acuerdo con vos, con una variante: El alcohol a todos nos hermana...y nos destruye, por igual, por más belleza que hayan podido encontrar todos estos grandes poetas que Moore homenajea en su poema.

Por suerte, Xavier, quedan muchos otros poetas, además de Stephen, que siguen volando alto como El albatros de Baudelaire.

Gracias por tu comentario,

Un abrazo,
Marcelo