La casa estaba vacía.
Sólo en el descuidado jardín la luz marcaba las horas.
Hacia ese mar me precipitaba en los días de la infancia
para descubrir los ínfimos secretos.
Entre las hiedras amarillas y las flores marchitas
encontraba multitudes arrinconadas bajo el ojo del viento.
Mis manos se hundían en el hedor de la tierra
y recogían el rocío del amanecer entre las hojas muertas.
Nunca me atreví a dejar ese retazo de cielo
para violar el secreto que moraba tras las puertas clausuradas.
No existía en mí esta sed que traiciona cada paso:
no había nadie en la casa.
Daniel Chirom (Argentina, Buenos Aires, 1955-2008)
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