Suenan guitarras.
La voz canta tristezas
de amores rotos.
Limpia el espejo.
Afila la navaja.
Corta su lengua.
Da pena verla:
la casa demolida
Cartel de venta.
Barre la escoba
partículas de polvo,
chispazos de luz.
Verdulería:
el niño estornuda;
brillan las uvas.
Dientes de vidrio
sobre las medianeras:
jardín de presos.
Hundo la pala
en la tierra húmeda
murió mi gato.
Rompo las nueces
y destapo botellas;
mañana me iré.
En la penumbra
horizontal del cuarto
sudan dos cuerpos.
Verde perejil
sobre blanco almidón
manjar sencillo.
Nidos caídos
después de la tormenta;
pichones muertos.
El vaso lleno.
La botella vacía.
Puños cerrados.
Ella no llega.
Los músicos afinan
los instrumentos.
Una flor seca
cae del viejo libro:
mi primer amor.
Alquitrán duro.
Ya no fuman mis pipas;
maderas sabias.
A la deriva,
perdido en la ciudad:
un globo rojo.
La teclas blancas.
Los dedos amarillos.
Las teclas negras.
De madrugada.
Solo en la cocina,
pensando en vos.
Es infalible:
la flor del jacarandá
tiñe noviembre.
Fuera del mundo.
Solo en la bañera;
canto bajito.
(De: 100 haikus)
Santiago Espel (Argentina, Capital Federal, Bs.As., 1960)
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