Al son de un saber infinito
de la orquestación más afinada que se ha oído
oscilo hipnótico lo mismo que un gato a punto de saltar el mueble
aunque al fin desiste.
Un danzón me recibió en el D.F.
Todavía se toca, sin que haya querido yo saber cómo se llama.
Pero el mejor, y no sólo por definición,
estuvo sin encarnar, en el mundo de las ideas puras,
hasta muy pocos años atrás.
El local se va llenando de una nostalgia horrenda,
de un anhídrido carbónico inhalado cien veces por hora.
Las matronas, embutidas en vestidos discretos y sensuales
por encima de las décadas,
mueven candenciosas caderas,
eternamente respetables pese a su deformidad.
Las conducen
ancianos caballeros cobrizados, perennes y graves,
con inmaculados trajes y sombreros blancos,
bailando intachables y ceremoniosos,
recordando el ritmo de los claves una lejana juventud,
más o menos repugnante.
Sobre la alta cama con barrotes de latón
finge dormir una regordeta, desnuda y de perfil,
con la pierna de arriba en ángulo sapiente,
entreabriendo vías de observación y experimentación posibles
-como la ciencia,
incluida la lingüística comparada.
(De: Ahora o nunca, Poesía
reunida, Ed. Argonauta, 2009)
reunida, Ed. Argonauta, 2009)
Gerardo Deniz (España, Madrid, 1934- Ciudad de México, 2014)
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