A la pregunta no responden
aquellos que debieran responder
desde el fino apetito,
la conciencia calibrada
a un palmo por encima de la tierra.
Cómo decir blanco
sin quedar desnudo ante desconocidos,
cómo decir negro
sin lastimar lo que apenas admite roce.
En qué lengua habla.
En qué medida esa lengua
alcanza oquedades, jorobas, ardores.
Cómo entablar diálogo,
cómo inquirir acerca de pulsaciones
y destellos, la manera
en que el mundo se dispone
para que brote una flor
y en la flor se hagan el color y el perfume.
Hay todavía más. Y más.
Tal vez no alcance para contenerlo
cuanto hay a mano, lo ancho
y profundo, lo advertido
y lo ignorado, cuanto
vibra, fluye, se tensa, sube o se precipita.
A la pregunta, el aire fijo,
la llave de paso bloqueada.
Hacia la luz una polilla,
choca una y otra vez contra la lámpara;
a cada golpe el tiempo
hunde un poco más su aguja,
avanza a través de la carne
hacia el nervio central, la médula
(Inédito)*
Carlos Barbarito (Buenos Aires, Pergamino, 1955)
*Enviado especialmente por su autor para este blog.
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