El diablo son las cosas, voy caminando por La
Esquina de Tejas y no
me cae una teja en la
cocorotina, me rasco,
me noto un bulto, qué
susto, acabo de descubrir
mi muerte, por suerte allá,
aquí estoy bien.
Lo anoto, y me despido, de allá, acá saludo con
fanfarrias, oíd el estruendo
de la ovación, a mi llegada:
Nueva York, 1960, acné
rosácea, pelo largo, cambio
de guardia (eufemismo por
mujer) a diario (donde dice
mujer debe decir lea, jeba,
ligue, y al aumentar mi
vocabulario de desterrado,
polola y mina): vendí
avionetas Mooney, yerba,
libros robados, me negué
en rotundo a ser honrado,
mucho menos decente,
por la zurda mentía (pedí
limosna por las calles de
Nueva York sin estar en
verdad necesitado) por la
diestra cobraba, por poco
acabo en chirona, aquel
correccional que llamaban
Las Tumbas, sus inquilinos
mayoría puertorriqueños.
Nunca me reformé, pese a las apariencias: aprendí
a disimular.
De simulacro en simulacro he vivido esta simulación
del ser abocado al no ser,
ladrón que roba a ladrón,
nada debo a una existencia
hecha de cabo a rabo, ocho
máximo diez décadas, para
su desaparición: absoluta:
sin vuelta de hoja: ni de
oxidada tuerca: jaque mate,
una ínfima espiral (gris) de
polvo, un poco de aroma a
carne chamuscada, y a otra
mariposa con el cuento chino
de la no sé qué resurrección,
sí cómo no: naranjas de China
y un jamón (serrano, por favor,
lascas finas, no muy salado).
Cincuenta años más tarde me inclino a pensar que
me malbaraté haciendo lo
que se llama vida intelectual,
y para colmo, en dos idiomas:
no fueron por desgracia pali
y japonés.
Puede que aún lo remedie, salud no me falta, hago
vida comedida donde cuenta,
que es la alimentación: baja
en grasa, subo y bajo escaleras
veinte veces al día, para
conservarme flaco. Flaqueo,
aunque no tanto, camino
hora y cuarto al día o nado
otro tanto, a este paso, o
braceando en aguas cálidas
de una piscina va y alcanzo
la bíblica longevidad.
Estaría bueno. La alcance o no me propongo ya (ya)
en unos minutos arranco,
portazo a la participación
en las cosas de los poetas,
anatema, seres más
lesionados no hay en toda
la faz de la tierra, en su
lugar, playa: tumbona: vara
de pescar: doradas caballas
pejerreyes: el afamado
estridor de los insectos:
bellas palabras cuales son
ramulla, encendajas, noray
y guardacantón, coño qué
más pedirle a un diccionario
de diez pesos (devaluados):
a la tarde, duchazo, potingues,
pomadas, y derecho a la cama:
al aliciente de tumbarme ante
un tocadiscos requetecostoso
a escuchar monodias.
(Inédito, aporte de Ignacio Uranga)
Esquina de Tejas y no
me cae una teja en la
cocorotina, me rasco,
me noto un bulto, qué
susto, acabo de descubrir
mi muerte, por suerte allá,
aquí estoy bien.
Lo anoto, y me despido, de allá, acá saludo con
fanfarrias, oíd el estruendo
de la ovación, a mi llegada:
Nueva York, 1960, acné
rosácea, pelo largo, cambio
de guardia (eufemismo por
mujer) a diario (donde dice
mujer debe decir lea, jeba,
ligue, y al aumentar mi
vocabulario de desterrado,
polola y mina): vendí
avionetas Mooney, yerba,
libros robados, me negué
en rotundo a ser honrado,
mucho menos decente,
por la zurda mentía (pedí
limosna por las calles de
Nueva York sin estar en
verdad necesitado) por la
diestra cobraba, por poco
acabo en chirona, aquel
correccional que llamaban
Las Tumbas, sus inquilinos
mayoría puertorriqueños.
Nunca me reformé, pese a las apariencias: aprendí
a disimular.
De simulacro en simulacro he vivido esta simulación
del ser abocado al no ser,
ladrón que roba a ladrón,
nada debo a una existencia
hecha de cabo a rabo, ocho
máximo diez décadas, para
su desaparición: absoluta:
sin vuelta de hoja: ni de
oxidada tuerca: jaque mate,
una ínfima espiral (gris) de
polvo, un poco de aroma a
carne chamuscada, y a otra
mariposa con el cuento chino
de la no sé qué resurrección,
sí cómo no: naranjas de China
y un jamón (serrano, por favor,
lascas finas, no muy salado).
Cincuenta años más tarde me inclino a pensar que
me malbaraté haciendo lo
que se llama vida intelectual,
y para colmo, en dos idiomas:
no fueron por desgracia pali
y japonés.
Puede que aún lo remedie, salud no me falta, hago
vida comedida donde cuenta,
que es la alimentación: baja
en grasa, subo y bajo escaleras
veinte veces al día, para
conservarme flaco. Flaqueo,
aunque no tanto, camino
hora y cuarto al día o nado
otro tanto, a este paso, o
braceando en aguas cálidas
de una piscina va y alcanzo
la bíblica longevidad.
Estaría bueno. La alcance o no me propongo ya (ya)
en unos minutos arranco,
portazo a la participación
en las cosas de los poetas,
anatema, seres más
lesionados no hay en toda
la faz de la tierra, en su
lugar, playa: tumbona: vara
de pescar: doradas caballas
pejerreyes: el afamado
estridor de los insectos:
bellas palabras cuales son
ramulla, encendajas, noray
y guardacantón, coño qué
más pedirle a un diccionario
de diez pesos (devaluados):
a la tarde, duchazo, potingues,
pomadas, y derecho a la cama:
al aliciente de tumbarme ante
un tocadiscos requetecostoso
a escuchar monodias.
(Inédito, aporte de Ignacio Uranga)
José Kozer (Cuba, 1940)
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