Ella está lejos
con sus pechos henchidos
y su mirada que divaga.
No me visita ya hace tiempo.
Debo entregarle, sin embargo,
mis hojas en blanco
como todas las cosas
que voy entregando.
Ecos llegan de otros lugares
trayendo nuevas que resultan tardías.
Allá hubo alguien que se refugió
en mis brazos:
aquí hubo alguien
en cuyo hombro puse mi cabeza.
Todo guardado en oscuros rincones
de la memoria,
que acechan para señalarme
lo que se va desgranando
como uvas ya demasiado maduras.
Mis pies en la arena caliente
de las tardes
cuando el aire escurría
las sábanas tendidas
y mi llegada era aguardada
con impaciencia
a la puerta de hoteles provincianos,
y su llegada, en cambio,
acontecía en las noches
agrietadas de gestos repetidos,
para recibir de sus manos la palabra
que quería decirme simplemente:
Nada hay tan valioso como el amor.
Ella está lejos con su mirada
que divaga.
Y aunque cada día la espero vanamente
hay algunas veces —como esta noche—
que me visita.
Emma Barrandéguy (Argentina; Gualeguay, Entre Ríos, 1914-Id., 2006)
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