miércoles, 3 de marzo de 2010

MONÓLOGO DEL QUIETO



En los tiempos en que todavía era un poeta

sucedió que me enamoré
de una estatua

Pude seducirla
cuidarla de otras manos
dejarla erguida en el jardín

Los problemas empezaron
el día de su primer palabra

Desde aquel momento
miro cómo me cagan las palomas
y no me cansa dejar la mano extendida
saludando un parque vacío

En el hueco del otro brazo
alguien suele ponerme
un diario doblado a la mitad



(De Caballo en la catedral, 1999)

Horacio Fiebelkorn (Argentina, La Plata, 1958)



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