en primorosa delicia transformados,
alto llegamos, a bien servida mesa
y polvo que somos nos muerde
delicado diente aún no derrotado.
la fina polvareda somos del entrechoque de fortunas:
doradas postergaciones de los muchos,
polvorientos guerreros en billetes intactos,
rozamiento de monedas quemantes
en tenaces números nos conciliamos,
respiración de sueños intranquilos,
y tanto pesamos y asfixiamos tanto
que soñador y sueño al fin
son polvo para los dueños.
del fondo de los baúles venimos
de los rincones desdeñados
por el historiador del Mismo Ombligo
por el afinador del Eterno Piano:
el polvo somos de escritorios
brillantemente obsoletos
sillas curules que esperan
mejor y más sabia posesión.
el polvo refugiado
en los pliegues más callados de la historia
en los hombros de yeso de los bustos
de los grandes derrumbes somos
la ceniza de los más luminosos incendios
y no sabemos cuándo fueron
ni si duran todavía.
el polvo y la ceniza de los libros
perdidos, prohibidos, quemados,
mal interpretados, nunca leídos,
la carbonilla de las letras
torcidas, retorcidas para significar otra letra
la borra de los tinteros
que evaporaron su tinta esperando,
la arenilla somos de las palabras
que se hicieron polvo
de tanto rodar en cauce seco:
no dichas, no escuchadas de tan duplicada repetición:
y tratamos de volver a articularnos
pero nos cuesta y te duele,
te pesa y nos confunde.
el polvo ya asentado
que fue la polvareda de las grandes marchas
de las carretas de la huída
caminos hacia ninguna parte
hacia más camino y polvareda.
el polvo de los cántaros enterrados
y su dorada leyenda hecha polvo
somos
la ceniza de los primeros muertos
de los muertos acurrucados en cántaros
ya ni en sus cantos rescatados
y en la mezcla no sabemos
quién es muerto o sólo tierra,
ni quiénes son los que nos cantan
los que nos pisan, ni hacia dónde.
somos la flor hecha polvo,
el polvo de tu esperanza
patria querida
pulverizada
Joaquín Morales (Asunción del Paraguay, 1959)
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