A la gran flauta
El mirlo literario es un ave de garrapiña que encuentra regocijo anidando en los vastos bosques adjetivos que crecen invariablemente al sur de los cuatro puntos cardinales del deseo. Su canto (asociado erróneamente en la antigüedad con el de las sibilas tornasoladas) posee la milagrosa virtud de provocar agradables cosquilieos en las cavidades ausentes (1) y presentes en las mujeres, hasta ponerles los pendejos de punta, tiesos y punzantes como pequeñas agujas de cobre - por lo que se recomienda en estos casos tomar las debidas precauciones, incluyendo guantes o dedales a la hora de llevar las manos a la obra -.
Si el refrán popular afirma que una golondrina no hace verano, basta con el gorjeo de un solo mirlo literario para que cien muchachas abran sus capullos a la espera de la primavera, sobre todo en aquellos enmarañados adjetivales del sur, sobrepoblados por estas preciosas avecillas, donde más de una vez las crónicas carnestolendas han consignado desfloraciones en masa. No es de extrañar entonces que la preciosa cualidad de esta rara avis haya alentado su cacería entre los aficionados a las artes poéticas, cuyas pretensiones no siempre han sido tan nobles como aquella de escalar el Parnaso con el solo objeto de contemplar desde la cumbre solitaria al resto de la inculta mortalidad. No señoras, ya los antiguos vates sabían que la palabra posee las propiedades de una flecha envenenada, un terreno movedizo o una trampa pegajosa, de la que luego se hace difícil escapar con el honor y el ego inmaculados.
Es hora por lo tanto de ir abriendo un poco más los ojos y menos las piernas, ante las intenciones de cualquier pequeño embaucador sentimental que con el pretexto de aportar su grano de arena al barroco altar de la musas utiliza el hechizo gorjeante de este pájaro para objetivos más bajos que el de vuestras cinturas (2).
Si el refrán popular afirma que una golondrina no hace verano, basta con el gorjeo de un solo mirlo literario para que cien muchachas abran sus capullos a la espera de la primavera, sobre todo en aquellos enmarañados adjetivales del sur, sobrepoblados por estas preciosas avecillas, donde más de una vez las crónicas carnestolendas han consignado desfloraciones en masa. No es de extrañar entonces que la preciosa cualidad de esta rara avis haya alentado su cacería entre los aficionados a las artes poéticas, cuyas pretensiones no siempre han sido tan nobles como aquella de escalar el Parnaso con el solo objeto de contemplar desde la cumbre solitaria al resto de la inculta mortalidad. No señoras, ya los antiguos vates sabían que la palabra posee las propiedades de una flecha envenenada, un terreno movedizo o una trampa pegajosa, de la que luego se hace difícil escapar con el honor y el ego inmaculados.
Es hora por lo tanto de ir abriendo un poco más los ojos y menos las piernas, ante las intenciones de cualquier pequeño embaucador sentimental que con el pretexto de aportar su grano de arena al barroco altar de la musas utiliza el hechizo gorjeante de este pájaro para objetivos más bajos que el de vuestras cinturas (2).
(1) Lía Colombino, Las Cavidades Ausentes. Síntomas de radicalidad en la mujer del nuevo milenio.
(2) En lo que a mí respecta, pueden tener la certeza de que hablo con verdad y soy persona recta, pues como he pasado la mayor parte de mi vida sembrando parábolas en tierra yerma, me da exactamente igual elegir entre un mirlo literario y media res nula.
(2) En lo que a mí respecta, pueden tener la certeza de que hablo con verdad y soy persona recta, pues como he pasado la mayor parte de mi vida sembrando parábolas en tierra yerma, me da exactamente igual elegir entre un mirlo literario y media res nula.
Fredi Casco
Fredi Casco. Poeta paraguayo, nacido en Asunción, en 1967. Artista plástico y ensayista. Expuso sus obras en diversas salas de Latinoamérica y Europa. Co-fundador y director de Ediciones de la Ura, actualmente edita la revista Wild. Publicó Ojos de Leteo (2000) y Antesala/ El mirlo literario (2001).
Más poemas, aquí.
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