Hemos visto árboles desnudos en la ciudad
que levantan veredas y reclaman lo suyo.
Sus raíces se abrazan como amantes subterráneos
que saben de sueños y pérdidas.
Es extraño estar aquí y oír el grito de las gaviotas
que caen inciertas sobre el agua.
Esperar una barcaza de madera
o la huida del sol en el océano.
Seis y media de la tarde en las riberas del Mapocho;
la inevitable cicatriz de Santiago.
Estos escritos se perderán con el fluir del río
y su eco será como verse en una película absurda
cuyos actores principales han sido dados de baja.
Francisco Véjar
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