Yo, que no estuve en una sola parte complicada del mundo.
Yo que fui invitado a un museo y cometí el error
de llevar cuadros.
Que por Lisboa me empapé toda una noche
buscando el famoso bar irlandés.
Que conocí el lado no lisérgico, el lado racista
del orgullo de un heroinómano de provincia.
Que fui feliz mientras hundía mi cuerpo
en un agujero en el hielo sobre el Báltico.
Que escuché hablar de la nación africana
toda una tarde entre dos formularios de empleo.
Que improvisé una literatura desde un punto de vista ausente,
una suavidad ridicula, un continentalismo de apartado.
Yo que extrañé cuando nació mi hijo.
Que jugué al pool con una estrella islandesa
a la que medio mundo conoce a través de películas.
Que fui invitado a hablar y cometí el error
de postular, en vez de un trópico indulgente, una teoría.
Yo que creí que teoría significaba viajar para ver.
Yo que amanecí sobre un arbusto de rosa mosqueta
con alguien durmiendo al lado
después de una fiesta en la playa con sol a las cuatro de la mañana.
Yo crecí más. Y eso no es todo.
Cristian de Nápoli (Argentina, Buenos Aires, 1972)
IMAGEN: Rosa mosqueta.
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