¿Qué es lo primero: el deseo, la voluntad o la razón?
No me lo pregunto en términos históricos, porque de términos históricos no entiendo nada. Soy un ignorante. Soy incluso más ignorante que mi abuelo, que no lee ni escribe lengua alguna, pero no tan ignorante como mi padre, ni como la mayoría de mis congéneres, que en lo único que piensan es en tomarse un bicho para ir a bailar a una rave en la costanera.
En la nieve, todos los caminos conducen a la misma piedra fatal: la que le aconsejó a mi mujer que me dejara, hundido en el resentimiento hasta los dientes. Tengo que permanecer callado. Si me quiero mover, con el esfuerzo me desgarro. Me hincho y me pudro.
Dos snowboarders venían bajando la montaña por la pista más difícil. Uno se retrasó; lo descubrieron cinco horas más tarde, mientras agonizaba en la meditación.
Nada de melancolía: primero es el deseo.
No quise salir, porque el fin había encontrado su forma y me endulzaba la sangre.
Rodearon el lugar con cinta fosforescente que los lobos arrancaron a tarascones, esa misma noche. Esa misma noche, a pocos metros, descubrí a los murciélagos arañando la piedra fatal para sacarle un poco de nitro.
¡Qué ironía!
Detrás del deseo, la voluntad.
Ezequiel Alemian (Argentina, Buenos Aires, 1968)
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