...y el vinoso Ponto,
mar de tinta azul
fluyendo de la nave misma:
un bolígrafo con su capuchón!
¡Y, a su bordo,
ese nuevo Ulises navegando,
por entre los tipografiados
renglones, de una revista
cultural!
¡Y navegó -¡oh peripecias de la Diagramación!-
derivando por artículos, reseñas, notas
y fotografías; ilustraciones
y dibujos;
y avisos publicitarios,
y pequeños, y medianos, y grandes titulares,
yendo de un margen al otro margen
de cada página, (47 págs.),
como de un mar-, a otro mar-,
atravesando cientos de tipográficas
columnas,
a lo largo de aquellos blancos,
apretadísimos resquicios!
(Y Cartoon
escribió, y Palimpsestos
varios).
¡Oh insondables Espacios!
¡Oh Éter enigmático!
¡Oh Ultramundo!
¡Que Cordero, el paródico,
-nuestro Héroe-
hable en espíritu,
(con su voz, por mi voz),
de su jamás antes
concebida Odisea!
¡De ese prodigio
de absoluta inutilidad;
del absoluto y prodigioso
fracaso de ése, su intento!
¡Permitidlo!
¡Y que aquella otra voz,
no de cordero,
mas la del fiero Calaf, el salvador,
-cuando salvar quiso a su pueblo-
así, y del mismo modo,
oír podamos!
II Cordero, el paródico
Confinado, harto
de vivir, encallado
en esa hartura,
a navegar aquellas páginas
-¡ay nimia astucia-
con repentino, cuan extraño,
entusiasmo me di.
Y un día un Bernárdez y otro, un Hornero;
y un José Hernández, otro, y un otro un Garcilaso;
y otro un Eliot y un Lugones, otro;
y un Pound un día y otro, un Discépolo;
y otro un Virgilio y un Quevedo, otro-,
y otro día un del Campo y otro, un Dante y otro
un Macedonio;
y un Apollinaire otro y un Borges, otro día;
y un otro un Boscán y un Marechal, otro,
volví a sentirme:
en grotesca, infernal -así lo juzgo ahora-
mescolanza.
Pero entonces,
como ya en anteriores crisis
habíame ocurrido,
escuchar parecíame esas Voces
en polifónico, ordenado,
excelso Coro.
Y, entre ellas,
mi voz -en paralelo canto-
con ellas concenada,
(lo hubiese yo jurado, lo juraba),
magnífica elevábase.
Y esta alucinación,
también como otras veces,
noche y día, obsesiva persiguiéndome,
de mi endeble, trastornada razón,
se apoderaba.
Hasta llegar a convencerme
que sin más, que sin duda,
un par, un igual,
de ellos era,
¡Oh rara!
¡Oh fortísima locura!
Locura, que a la de aquel
personaje recordaba,
(aquel de cuyo nombre no quiero
ya acordarme)!
¡Aquel que por sus caballerescas
lecturas desquiciado,
en su reseca mente, a figurarse vino,
¡que su linaje
a tal linaje respondía!
¡Oh ilusoria escritura!
¡Oh delirio! ¡Oh espejismo!;
que sólo eso y no más que eso,
finalmente,
acabó siendo.
¿O algo más fue?
¿O, acaso, mucho más?
Aunque a mis ojos,
a mi entendimiento, en trance
de leerme,
ni una cosa ni la otra fuera,
alcanzó a ser.
¡Sí, tal mi caso!
Doble locura la mía,
locura doble: sacrilego,
pretender parodiar
a los excelsos.
Y, entre aquellos
innúmeros resquicios,
creerme al abrigo
de los Dioses.
¡Doble o, tal vez,
una sola, una y tremenda:
aquella en que las dos
fueron sumándose, sumáronse!
(Fragmento)
Leónidas Lamborghini (Argentina, Buenos Aires, 1927-2009)
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