La bruja, le decían,
porque soñaba fuego solitario
en cada uno de los rumbos
de su cuerpo. Iba
caminando en silencio
hasta llegar al páramo.
Y de prondo sentía que sus manos
ardían como soles. Un alud
florecido quemaba la llanura.
Y "la bruja, la bruja",
gritaban los niños.
A la orilla del aire lloraba
lágrimas solas
y candentes. Todas
las tardes en el mismo sitio.
Llena de luz. La boca henchida
de mansas oraciones mudas.
Y a la orilla
del aire, todavía,
llueve lumbre cuando reverdece
su memoria perdida;
Y "la bruja", murmuraban
las voces de los niños.
Jaime García Terrés (Ciudad de México, 1924 -Id., 1996)
IMAGEN: Recreación en alta tecnología de Lilias Adie, de Torryburn, Fife, que murió en 1704 mientras estaba en prisión por sus crímenes «confesos» de ser una bruja y tener relaciones íntimas con el diablo.
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