Soy yo quien te escribe: buen viaje y hacé
lo que puedas; esos cisnes, el sol en los ojos
y los ojos llenos de moscas no admitían
réplicas, te hubiera gustado verlos, hermano,
la fragilidad de las luces que los colmaban.
Hoy abrí un libro para recordarte un poco,
alguien lo olvidó en el asiento y yo mentí
y dije que era mío (la sensibilidad
es rebañega).
Didascalia: ella es ella y eso es todo
(mi debacle, la tersura de su ruina
limpia conminando humildes y rotundos
síes a este pequeño anhelo o pequeña
tentación sobre el cieno de la calle
o bajo el redondel que atestigua
una sola alegre verdad al soñar
sin saber que sueña el sueño de otro
para olvidarla o remitirla en el acto).
Ya quisiera Ajab ser un poeta moderno
y tísico que le canta a la piadosa
blancura, al perfecto derecho de vivir
donde le plazca, así en la greda como en el
ceño o disponer de un público al que explotar;
pero le honra el no haber olvidado
que si hay palabras hay bestias y que todas
son del mismo pelo y que si aceptase
que su libertad reside en el pulmón
o en el pulso valdría menos que un perro.
Que yo sepa o te comedís entre el pulgar
y el índice a una escansión ajena,
por ejemplo, el castilla o te disparás
en la boca. Al morir otro dirán quienes
fuimos. Es un saludo de teatro: podés
contar con ella si necesitás exhumar
junto al color un sitio para el recuerdo.
Adonde quiera que fuere me vas a odiar
y allí cifro mi ventura, un brazo,
un hacha de distancia; y en su defecto
es literatura o su consiguiente,
la emisión de un voto: cuando salga
a matar me llamaré el infrascrito
delinque o loco de mierda o ( el hado
no lo permita) este país es así.
E inmovilizándose como la nieve
impretatoria del sueño de los veranos
en que no la conocía ( entonces ya era verano
y llevaba un vestido floreado) trata
de recordar el ínfimo punto de sus ojos
como quien carece de todo otro dato para
ubicar un paradero; y la certidumbre
del tacto o la última palabra que asedia
al tiempo poco dirían de sus destellos.
Que sé yo de él a miles y miles de millas
de distancia, escuchando hablar según su propia
naturaleza al siempre inmisericordioso;
digo junto al condenado y al maldito,
al contrario a la venganza y al prudente:
trituramos nuestra espiga para vos
que eras siempre inmisericordioso; allí
estuvimos, ninguno inferior a la ley
de su destino, treceava letra del alfabeto,
nantucket, nantucket.
A los doce días del mes esta lluvia
es marceña si una gota puede
mensurar más allá de la experiencia
un criterio o si el corazón
de los abandonados se amplifica,
se omite, se abrevia e incita
otra grama, faltas, la obscenidad
del conjunto.
Y bastaría, me bastó entonces entre otros
náufragos (los yertos) cuando sus historias
y las muelas que tenían en este mundo
difundían pus; lejos de este lugar
perdido, era cierto,te recordaba,
ebrio y con la cordiona pegada
al rostro por si llegabas a volver,
antes de que la línea ecuatorial
y las variaciones de la eclíptica
adjudiquen al atlas un palmo haciendo
cruz, la tierra que no pedí.
Este patmeño oriundo ya elidió
de su jerga ambulatoria al primer
simbolo, al que sigue en orden y a la jota;
la literalidad es ardua materia
y nombrarse congrega la mirada
senil del que mira a un desconocido
y tampoco lo hubiera limpiado.
Lucro (si existe el libre albedrío)
para el tangible silencio de tu
mano un tasajo limpio de súplica
donde el arpón del sueño y su incontenible
arrebato (a fuer de otro ejercicio
de sintaxis) me aviene desde un
principio antes de su recuerdo;los íntegros
que declaren fuera de la ley al pasado
Para que pasases las manos por el vidrio
empañado hablé hasta equivocarme,
como un pájaro muerto que expone la congruencia
que había en su brillo, otra noche fingidamente
azul. Campesina, alguna vez he creido
vencer y desaparecí; y todo ya es muy lejos
sintigo ( un tallo roto y mordisqueado).
Quien fuese un burgués para con regocijo
tasar sólo el bolsillo y la sopa
y al poner entre paréntesis los muchos
gusanos que contiene el fuego asir
el resultado de esas reducciones
su trance optativo y los cuentos de princesas
y fantasmas que ocurren en la moraleja
y desde allí inspeccionarlo todo
lentamente, los ojos de pronto blancos,
bien atusado el bigote, un hombre
útil a la sociedad, un general
de ejercito triunfador de las batallas
o un ventrílocuo, que asegún dicen, hablan
con el estómago.
Aquel que creyera que los mitos
son verdad y, sin eludir una
respuesta, cite la inquietud
que juráramos, aunque repugne
por evidente, no exceptúe el amor
Alberto Cisnero (Argentina, Bs.As., La Matanza, 1975)
(Sugerido por Marisa Negri)
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