por Fernando Molle
¿Recuerda cómo surgieron sus primeros poemas?Recuerdo que durante la escuela primaria lo que más me atraía en los libros de lectura eran los textos breves, compuestos de líneas cortas. Esos son versos, poesía, me dijeron las maestras; lo otro es prosa, pero ninguna supo explicarme en qué consistían ni la una ni la otra. Un día, a los 12 años, me senté en un sillón de mimbre en una especie de living que teníamos, cuya parte exterior de vidrio daba a un patio techado por una gran glicina en flor, con el libro de lectura, papel y lápiz, decidido a no levantarme hasta saber cómo estaban hechos los versos. Pese a su aparente trivialidad, esa fue para mí una experiencia fundante, porque si bien en la universidad descubrí la estilística y las técnicas literarias, nunca partí de ellas para hacer mi obra. No fui más allá del mero desahogo emocional hasta poco después de los 15 años. Ocurrió que descubrí la revista de poesía Cosmorama, que se hacía a la vez en Buenos Aires y en Rosario. Unas pocas conversaciones con Nélida Ester Oliva, la codirectora en Rosario, me hicieron comprender intuitivamente la diferencia que hay entre ese tipo de poesía, tan común en la adolescencia, y la poesía como obra de arte del lenguaje. Pocos meses después ocurrió el episodio que ya relaté muchas veces. Bajaba yo los escalones que llevaban a uno de los patios de mi colegio cuando vi las ramas desnudas de los plátanos como signos y escuché internamente las palabras: las ramas tienen su actitud cada una. Me escapé hasta mi casa, me recosté vestido, cubierto con una mantita y escribí mentalmente mi primer poema, “Misión”, que inmediatamente pasé a máquina y esa misma tarde llevé a Nélida, quien lo hizo publicar en Cosmorama, ilustrado por Bruno Venier.
Vivió sus primeros años en el campo. ¿Cómo impactó la naturaleza en su poesía?
En el aspecto propiamente imaginario, mis experiencias de la naturaleza, que fueron al parecer providenciales por su riqueza y variedad, influyeron de manera casi absoluta. Hasta tal punto que sólo recuerdo haber usado una sola imagen fuerte proveniente de la ciudad contemporánea: el ojo del semáforo.
¿Cómo fue su acercamiento a las culturas y religiones orientales?
En unas vacaciones de verano, fui a visitar a un compañerito del colegio. Había allí tres o cuatro libros, uno de ellos era A los pies del maestro de Krishnamurti. De ahí pasé a los orientalistas académicos. Descubrí que se dedicaban a traducir y casi siempre malinterpretar los textos originales. Luego descubrí a Ramana Maharshi, cuya universalización del vedanta aclaró casi todos mis interrogantes metafísicos hasta hoy, y a Ma Ananda Moyi, ambos considerados por toda la India como 'liberados en vida' o encarnaciones divinas. Nunca dejaron su medio para ir a vender sus enseñanzas en América, como tantos falsos gurúes. Ninguna relación, desde ya, con las tergiversaciones de la llamada New Age. Viajé a la India a principios de los 60, donde pasé unos meses en un ashram (monasterio). Ocurrió que al estar allí me di cuenta de que ya no sabía por qué ni para qué había ido, ya que si bien fue importantísimo para mí el contacto con esa cultura y ese paisaje, perdí por completo, alojado ya en un ashram en los Himalayas, todo interés por encontrar un maestro; más aún, comprendí que, de haberlo encontrado, no estaba ni capacitado ni dispuesto para quedarme y seguirlo. Mi verdadera vocación era otra; es decir la que de hecho se realizó.
¿Qué balance hace de su acercamiento al misticismo cristiano?
Que el cristianismo me quedaba grande. Creía que ser cristiano es ser algo así como un San Juan de la Cruz. Como soy bastante persistente, llegué a quemarme mucho varias veces hasta que pude desistir. Había otro inconveniente y es la casi absoluta dificultad que tengo por temperamento para adherir sinceramente a cualquier formulación dogmática que ponga límites al infinito.
¿Se considera hoy miembro de alguna religión o doctrina?
Como el budismo ofrece ricas posibilidades para exponer estéticamente experiencias metafísicas, hay mucha teoría e imaginería budistas en buena parte de mis poemas, pero cuando me preguntan si soy budista, aunque he practicado larga y seriamente varias disciplinas budistas, respondo que no. Me identifico más con la concepción hinduísta de los darshan, 'puntos de vista' que se complementan en vez de contradecirse, a diferencia de nuestros sistemas metafísicos occidentales, que compiten entre sí.
En cuanto a la relación entre mística y poesía, ¿el poema sería testimonio de una experiencia trascendente que ocurre por afuera de él, o el poema en sí mismo sería la revelación?
En mi caso, como estoy totalmente convencido de que no soy un místico, y como nunca propongo en un poema un planteo ideológico anterior a él, diría que el poema en sí mismo es la revelación (una revelación relativa) tanto para mí mismo como para los lectores, quienes a menudo la interpretan desde su propia perspectiva.
Usted ha dicho que un poeta no es un escritor, que no puede escribir continuamente. ¿Tuvo períodos de improductividad?
No les llamaría períodos de improductividad; son períodos de acumulación, maduración y, por último quizá, gestación.
¿Existe aquello que se entiende por inspiración? ¿Cómo lo describiría?
En lo que a mí concierne, consiste en diversos niveles de exaltación de la sensibilidad y la conciencia que se producen periódicamente al margen de mi voluntad y en los que me siento como existiendo por encima de mí mismo.
¿Un poema, al menos su primera versión, puede pensarse previamente, o es un acontecimiento que irrumpe en el instante de la escritura?
En mi caso irrumpe en el momento de la escritura, la que puede ser solamente mental como me ha ocurrido unas pocas veces.
Plástica y poesía. ¿Cómo inter-influyen en su obra?
Funcionaron durante casi toda mi vida paralela y separadamente, una casi como un mandato interno, la otra como una fuerte vocación por lo visual estético que llegó, por caminos insospechados, a convertirse en profesión.
¿Cómo fue el proceso de reordenamiento retrospectivo de El andariego? ¿Las “Estaciones” aluden a una cronología? ¿O habría que hablar, como escribe Monteleone, de ciclos vitales?
Las Estaciones de El andariego no son temáticas, salvo indirectamente. Son sí, ciclos vitales, presentados en orden cronológico, aunque no estrictamente. Es probable que haya pasado algunos poemas de un ciclo a otro cercano por afinidad formal o temática.
Sus poemas juveniles sorprenden por su madurez. ¿Hubo algún trabajo posterior de reescritura?
Hubo algunos pequeños cambios que no podría llamar reescrituras, pero al revisarlos para El andariego volví a la versión original.
¿Cuáles fueron los poetas clásicos y modernos que lo marcaron?
Virgilio, Horacio, la antología de poesía española de Menéndez y Pelayo que leí por primera vez a los 12 años y algunos de cuyos poetas, entre ellos Fray Luis, nunca abandoné, Gérard de Nerval, Verlaine y los sonetos de Mallarmé, Emily Dickinson, Gerard Manley Hopkins, William Butler Yeats, Edith Sitwell, la poesía de Ezra Pound anterior a los Cantos y también algunos de éstos, T. S. Elliot, Wallace Stevens, Marianne Moore, especialmente los poemas más líricos y, en menor grado, muchos poemas, más que poetas, de lengua inglesa, que sería largo enumerar.
¿Cuál era su relación con el ambiente literario durante todos los años en que casi no publicó?
Nunca tuve una relación propiamente dicha con ningún ambiente literario, ni deseaba entonces tenerla. Hubiera sido una distracción y quizá un malentendido. Con el tiempo me he vuelto mucho más abierto, pero no precisamente a ningún tipo de grupos sino a la gente simplemente como gente.
Según algunos críticos, la atención es uno de los tópicos de su obra. Pero, ¿qué es para usted la atención?
La atención, para mí como para todo el mundo, es lo contrario de la distracción. No es que yo sea atento por naturaleza; es mi extrema sensibilidad a la belleza y enigma de las cosas del mundo lo que despierta a veces una intensa atención y me pone en estado contemplativo.
¿Es posible alcanzar conocimiento por la poesía?
Supongo que es posible y que todo poeta aspira a lograrlo. Lo que no es tan posible es su demostración conceptual. Parecería ser que la verdad última está más allá de las palabras y sobre todo del discurso conceptual.
¿Qué le enseñó su propia poesía?
Atención a la realidad y a la forma, oficio (trabajo exigente y el placer de hacerlo), responsabilidad, agradecimiento, humildad por no estar como hombre a la altura de lo escribí como poeta. Más que escribir lo que fui o lo que soy, escribí lo que admiraba y admiro, lo que todavía me falta. También, aunque sin esa intención, lo que quizá siempre le faltó (o escaseó) al mundo en que me tocó vivir y muy especialmente al que está decayendo, y en grave peligro, ahora.
(03-05-08)
(Sugerido por Iván García)
Hugo Padeletti (Argentina; Santa Fe, 1928 - Buenos Aires, 2018)
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