IV
A ella no le digo que la bota del día molesta
por su orín de luz y su suela de aceite
cuando anda en los algodones temblorosos del habla
y en las vigas que trizan las ropas del invierno.
No le digo siquiera la tez del tamarindo
fresca como la tarde cristalina en la mesa
cuando bebemos por la memoria de un cadáver
sentido adentro, en la onda gris del tiempo
que surca la palma de anciano del arcángel
que cuida del higo y de la guinda.
No sabe que nadie habita el aire en mi deseo,
que nadie ha tocado el polvo en el hueco de mis ojos,
que nadie verá el gusano que busca la sal de la bilis.
Para ella, mientras ignora el cauce de la dicha,
sólo soy una puerta de sangre derramada.
Sebastián Salazar Bondy (Perú -Lima, 1924-id.,1965)
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