El libro ha de quedar abierto permanentemente sobre
la mesa de trabajo.
Y es más: queda estipulado que haya un guardián.
Ángel
o aquel miembro de la familia que no ignora nuestras
tradiciones.
Uno u otro
de larguísimos cabellos rojos y la máscara del fauno
y del adolescente.
Su solaz, quenas.
Pues ardua es la tarea de permanecer con la mirada
puesta sobre las páginas
que animan al estoicismo, llegan
a confundirnos como si hubiera contrafuertes
interminables canteras peldaños.
Bóvedas.
Dios de tu lado Dios tu fortín para que veas en la
crisálida y los remolinos tu
estampa de buey miedoso, abruptos
los colmenares
Que se recojan las muchachas del santuario y que
contengan la risa nerviosa durante
la oración, pese
a las abluciones
y los ejercicios ígneos se les prohiba pasar la
mano o rozar el libro con las vestiduras.
José Kozer (Cuba, 1940)
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