Esta bestia magnífica y clinuda,
portentosa ramera de dos pesos,
nacida en el festón de piedra de las esquinas,
clinuda y magnífica
y cada día más bestia,
walkiria del mulataje,
sexo tatuaje,
con el ano empotrado en la nostalgia
de su tribu cafre,
¡tiene mí amor!
Amo, a esta bestia, a esta prostituta,
autóctona y salvaje. ..
Amo su olor a Chaco,
clavado en la calle Talcahuano,
refugio de morconas y de hampones,
viaducto picaresco
de su amor que no pregunta,
que no averigua las ideas políticas del cliente
ni su opinión sobre las dictaduras.
Esta es la mujer en la que, impunemente,
se puede despreciar a todas las mujeres
y rebajarlas a torpezas ignominiosas,
y llamarla con los nombres obscenos
que uno debe callar a la consorte.
La amo en el nombre del hijo que no cuajó en su entraña
y en el cálido pelvis donde se hamacan
las murrias de todos los de mi casta,
vagos y atorrantes, poetas y furbantes
de esos que vienen al mundo protestando por haber
nacido
y que tienen siempre la boca caliente de puteadas.
La amo en el film cortado de su angustia
puramente física
-inseguridad de techo y abrigo
y amenazas de hospital—.
La amo en la raíz de sus clines
de bestia amansada
a patadas
en el vaivén grasiento de sus ancas
chamuscadas
por el turbio fuego de las lujurias
y de las injurias
que se purifican en el Asilo San Miguel.
Mujer con quien hubiera sido
feliz, compartiendo su destino,
a pesar del cuello almidonado,
dogal ciudadano
de nuestra cobardía, hermanos.
No nacimos para ello
y la vemos pasar,
con ganas de tirar
por la espalda al prejuicio.
Y la vemos pasar
rumbo a la comisaría,
y hasta nos animamos a aumentar
su vergüenza, con nuestra pillería.
Y la vemos pasar
y me retracto,
yo nunca te he amado,
¡eso, claro está!
Porque tenemos miedo
de que nos descubran la afición,
y perdamos de condición,
al pedo.
Y por eso, magnífica bestia, encelada y clinuda,
hacia quien me tira la barbarie de mi ancestralidad,
de pirata y furbante, de poeta y anarquista
a fuerza de ser haragán, informal y atrabiliario,
agacho la testa y me voy al diario
a escribir contra la trata de blancas...
(De: El gato escaldado)
Nicolás Olivari (Argentina, Buenos Aires, 1900-1966)
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