Como hizo el Parmigianino, con la mano derecha
más grande que la cabeza, adelantada hacia el espectador
y replegándose suavemente, como para proteger
lo que anuncia. Unos cristales emplomados, viejas vigas,
muselina plisada, un anillo de coral corren unidos
en un movimiento sobre el que se apoya el rostro, que flota
acercándose y retirándose como la mano
sólo que está en reposo. Es lo que está
sustraído.Dice vasari: “Francesco se puso un día
a sacarse su retrato, y se miró con ese proposito
en un espejo convexo, como los que usan los barberos…
Para ello mandó a un tornero que le hiciera
una bola de madera y tras partirla por la mitad y
reducirla al tamaño del espejo, con gran arte
se puso a copiar cuanto veía en el espejo"
principalmente su reflejo, del que el retrato
es el reflejo una vez quitado.
El espejo decidió reflejar tan sólo lo que él veía,
que fue suficiente para su propósito: su imagen
barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo
de ciento ochenta grados.
La hora del día o la densidad de la luz,
adhiriéndose al rostro, lo conservan
vivaz e intacto en una ola recurrente
de llegada. El alma se asienta.
Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos flotando
y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la superficie
del espejo convexa,la distancia aumenta
significativamente; es decir lo bastante para apuntar
que el alma es prisionera, tratada humanitariamente
mantenida en suspenso, incapaz de avanzar hasta mucho más allá
de tu mirada cuando intercepta el cuadro.
El Papa Clemente y su corte se quedaron “estupefactos”,
quedó Vasari, y le prometieron un encargo
que nunca se materializó. El alma ha de permanecer donde
está
aunque se inquiete, oyendo gotas de lluvia en el cristal,
el suspirar de las hojas de otoño azotadas por el viento,
anhelando estar libre, fuera, pero debe quedarse
posando en este sitio. Debe moverse
lo menos posible. Esto es lo que dice el retrato.
Pero hay en esa mirada fija una combinación
de ternura, diversión y pesar, tan poderosa
en su contención que uno no puede mirar mucho tiempo.
El secreto es demasiado evidente. Escuece su piedad,
hace brotar lágrimas calientes: que el alma no es alma,
no tiene secreto, es pequeña, y encaja
en su hueco perfectamente; su habitación, nuestro momento
de atención.
Esa es la melodía pero no hay letra.
La letra es sólo especulación
(del latín speculum, espejo):
busca el significado de la música sin poder hallarlo.
Vemos tan sólo posturas del sueño,
jinetes del ademán oscilante que hace aparecer
el rostro bajo cielos de tarde, sin
falso desaliño como prueba de autenticidad.
Pero es la vida englobada.
Uno querría sacar la mano
fuera del globo, pero su dimensión,
lo que lo soporta, no lo permitirá.
Sin duda es esto, no el reflejo
de esconder algo, lo que hace que la mano destaque tanto
mientras retrocede ligeramente. No hay forma
de erigirla plana como la sección de un muro:
debe unirse al segmento de un círculo,
volviendo al azar al cuerpo del que parece
tan improbable parte, para cercar y apuntalar el rostro
en el que el esfuerzo de este estado se ve
como el ápice de una sonrisa, un destello
o estrella que uno no está seguro de haber visto
cuando se reanuda la oscuridad. Una luz perversa cuyo
imperativo de sutileza de antemano condena su
presunción de alumbrar: insignificante pero intencionada.
Francesco, tu mano es lo bastante grande
para destrozar la esfera, y demasiado grande,
pensaría uno, para tejer delicadas mallas
que sólo arguyen su posterior detención.
(Grande, pero no tosca, simplemente a otra escala,
como una ballena dormitando en el fondo del mar
en relación con el diminuto, presuntuoso barco
de la superficie.) Pero tus ojos proclaman
que todo es superficie. La superficie es lo que está ahí
y nada puede existir excepto lo que está ahí.
No hay entrantes en la habitación, sólo concavidades,
y la ventana no tiene mucha importancia, ni ese
plateado de ventana o espejo de la derecha, ni siquiera
como indicador del tiempo, que en francés es
le temps, la palabra de tiempo, y que
sigue un curso en el que los cambios son sólo
características del conjunto. El conjunto es estable dentro
de la inestabilidad, un globo como el nuestro, que descansa
sobre un pedestal de vacío, una bola de ping-pong
segura sobre su surtidor de agua.
Y así como no hay palabras para la superficie, es decir,
no hay palabras para decir lo que es realmente, que no es
superficial sino un núcleo visible, así no hay
salida para el problema de pathos contra experiencia.
Ahí seguirás, intranquilo, sereno en
tu gesto que no es abrazo ni aviso
pero que encierra algo de ambos en pura
afirmación que no afirma nada.
Estalla el globo, la atención
se desvía mortecinamente. Las nubes
en el charco se convierten al moverse en fragmentos serrados.
Pienso en los amigos
que vinieron a verme, en qué tal
fue ayer. Un sesgo extraño
de la memoria que atraviesa al modelo que suena
en el silencio del estudio mientras piensa
si levantar el lápiz hasta el autorretrato.
Cuánta gente vino y se quedó algún tiempo,
pronunció palabras claras u oscuras que se hicieron parte de
ti
como la luz tras niebla y arena empujadas por el viento,
influida y filtrada por ellas, hasta que ya no queda
ninguna parte que sea sin duda tú. Esas voces del atardecer
te lo han contado todo y sin embargo prosigue el cuento
en forma de recuerdos depositados en bloques
irregulares de cristales. ¿De quién, Francesco, la mano arqueada
que controla las estaciones cambiantes y los pensamientos
que se van pelando y emprenden el vuelo a velocidades de
vértigo
con las últimas y obstinadas hojas arrancadas
de ramas húmedas? En esto veo tan sólo el caos
de tu espejo redondo que lo organiza todo
en torno a la estrella polar de tus ojos que están vacíos,
no saben nada, sueñan pero nada revelan.
Siento el tiovivo ponerse en marcha lentamente
y cada vez ir más de prisa: mesa, papeles, libros,
fotografías de amigos, la ventana y los árboles
fundiéndose en una sola banda neutra que me rodea
por todas partes, dondequiera que mire.
Y no puedo explicar la acción de igualar,
por qué habría de reducirse todo a una sola
sustancia uniforme, a un magma de interiores.
Mi guía en estas cuestiones es tu yo,
firme, oblicuo, que lo acepta todo con el mismo
espectro de sonrisa, y al acelerarse el tiempo de modo que es
pronto
mucho más tarde, puedo conocer tan sólo la salida recta,
la distancia entre nosotros. Hace mucho tiempo
los datos esparcidos significaban algo,
los pequeños accidentes y placeres
del día a medida que avanzaba desgarbadamente,
un ama de casa con sus quehaceres. Imposible ahora
restituir esas propiedades en la plateada mancha que es
el registro de lo que lograste al sentarte
«a copiar con gran arte cuanto veías en el espejo»
para perfeccionar y excluir lo ajeno
para siempre. En el círculo de tus intenciones quedan
algunas vigas que perpetúan el encantamiento de un yo con
otro yo:
miradas, muselina, coral. No importa
porque estas son cosas que son iguales hoy
antes de que la sombra propia se saliera del campo
por vez primera para hacerse pensamientos del mañana.
El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado,
desolado, reacio como cualquier paisaje
a rendir lo que son leyes de la perspectiva
sólo para profunda desconfianza del pintor
después de todo, un instrumento endeble aunque
necesario. Por supuesto algunas cosas
son posibles, el hoy lo sabe, pero no sabe cuáles. Algún día
intentaremos
hacer tantas cosas como sean posibles
y tal vez lo logremos con un puñado
de ellas, pero esto no tendrá nada
que ver con lo que es hoy prometido, nuestro
paisaje que se nos vuela para desaparecer
por el horizonte. Brilla hoy lo bastante de una envoltura
para mantener la suposición de promesas unidas
en un solo trozo de superficie, que lo dejan a uno volver
paseando desde ellas a casa para que estas
aún mayores posibilidades puedan permanecer
intactas sin someterse a prueba. De hecho
la cascara del cuarto-burbuja es tan resistente como
huevos de reptil: todo allí se ve «programado»
a su debido tiempo; se va incluyendo más
sin que ese más se añada a la suma, y así como uno
se acostumbra a un ruido que
lo mantenía despierto pero ya no lo hace,
así la habitación alberga este flujo como un reloj de arena
sin variar de clima ni de calidad
(excepto quizá para iluminarse sombría y casi
invisiblemente, en un foco que se afila hacia la muerte: habrá
más sobre esto luego). Lo que debería ser el vacío de un
sueño
se va llenando continuamente al ponérsele espita
al manantial de los sueños para que este concreto sueño
pueda crecer, florecer como una rosa de cien hojas,
desafiando suntuarias leyes, dejándonos
para que despertemos y tratemos de empezar a vivir en lo que
se ha convertido ahora en un suburbio. Sydney Freedberg en su
Parmigianino dice del cuadro: «El realismo en este retrato
no crea ya una verdad objetiva, sino una bizarría...
Sin embargo su distorsión no produce
una sensación de falta de armonía...Las formas conservan
una fuerte dosis de belleza ideal», porque
las nutren nuestros sueños, tan inconsecuentes hasta que un día
nos fijamos en el hueco que dejaron. Ahora su importancia
está clara si no su significado. Habían de nutrir un sueño que
las incluye a todas, ya que están
finalmente invertidas en el espejo acumulador.
Parecían extrañas porque en realidad no podíamos verlas.
Y de esto sólo nos damos cuenta en un punto en el que se
esfuman
como una ola rompiendo en una roca, renunciando
a su forma en un gesto que expresa esa forma.
Las formas conservan una fuerte dosis de belleza ideal
al hurgar en secreto en nuestra idea de la distorsión.
¿Por qué estar descontentos con esa ordenación, si
los sueños nos prolongan al ser absorbidos?
Algo ocurre que parece vivo, un movimiento
que sale del sueño para entrar en su codificación.
Al empezar yo a olvidarlo
presenta su estereotipo otra vez
pero es un estereotipo desconocido, el rostro
fondeando, salido de mil peligros, para encarar
otros pronto, «más de ángel que de hombre» (Vasari).
Tal vez un ángel tenga el aspecto de cuantas cosas
se nos han olvidado, quiero decir las cosas
olvidadas que no nos son familiares al
volver a encontrarlas, perdidas inefablemente,
que una vez fueron nuestras. Este sería el motivo
para invadir la intimidad de este hombre que
«se interesó por la alquimia, pero cuyo deseo
no era aquí examinar las sutilezas del arte
con espíritu distanciado y científico: deseaba a través de ellas
transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro»
(Freedberg). Retratos posteriores como el «Caballero»
de los Uffizi, el «Joven prelado» de la Borghese y
la «Antea» de Nápoles resultan de tensiones
manieristas, pero aquí, como señala Freedberg,
la sorpresa, la tensión están en el concepto
más que en su realización.
La consonancia del Alto Renacimiento
está presente, aunque distorsionada por el espejo.
Lo que es novedoso es el extremo cuidado en representar
las veleidades de la redondeada superficie reflectora
(es el primer retrato de espejo),
de modo que podrías engañarte por un instante
antes de darte cuenta de que el reflejo
no es el tuyo. Te sientes entonces como uno de esos
personajes de Hoffmann a los que se ha privado
de reflejo, sólo que la totalidad de mí
se ve que está suplantada por la rigurosa
otredad del pintor en su
otra habitación. Lo hemos sorprendido
trabajando, pero no, él nos ha sorprendido
mientras trabaja. El cuadro está casi acabado,
la sorpresa casi pasada, como cuando uno se asoma a mirar,
sobresaltado por una nevada que aún ahora está
terminando en chispas y partículas de nieve.
Tuvo lugar mientras estabas dentro, dormido,
y no hay ninguna razón por la que debieras haber
estado despierto para ello, salvo que el día
se está acabando y te será difícil
conciliar esta noche el sueño, hasta tarde al menos.
La sombra de la ciudad inyecta su propia
urgencia: Roma donde Francesco
trabajaba durante el Saqueo: sus invenciones
asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio;
decidieron perdonarle la vida pero él se fue al poco tiempo;
Viena donde está hoy la pintura, donde
la vi con Pierre en el verano de 1959; Nueva York
donde estoy ahora, que es un logaritmo
de otras ciudades. Nuestro paisaje
rebosa de filiaciones, viajes rápidos de ida y vuelta;
los negocios se llevan con la mirada, el gesto,
los rumores. Es otra vida de la ciudad,
la azogada espalda del espejo del
estudio inidentificado pero dibujado precisamente. Quiere
sacar con sifón la vida del estudio, reducir
a decretos su espacio en el mapa, hacerlo isla.
Esa operación se ha visto paralizada temporalmente
pero algo nuevo está en camino, un nuevo preciosismo
en el viento. ¿Puedes soportarlo.
Francesco? ¿Eres lo bastante fuerte?
Este viento trae lo que no sabe, es
autopropulsado, ciego, no tiene noción
de sí mismo. Es la inercia que una vez
reconocida mina toda actividad, secreta o pública:
susurros de la palabra que no puede entenderse
pero sí sentirse, un escalofrío, una plaga
que sale hacia el exterior por los cabos y penínsulas
de tus nervaduras y así para los archipiélagos
y para el aireado y bañado secreto del mar abierto
éste es su lado negativo. Su lado positivo
es que te hace notar la vida y las tensiones
que parecía sólo que se marchaban, pero que ahora,
a medida que esta nueva manera va cuestionando, se ve que
se apresuran a pasar de moda. Si han de convertirse en clásicos
tienen que decidir de qué lado están.
Su reticencia ha socavado
el decorado urbano, ha hecho que sus ambigüedades
parezcan tercas y cansadas, los juegos de un anciano.
Lo que ahora necesitamos es ese improbable
aspirante al título que aporrea las puertas de un castillo
asombrado. Tu argumento, Francesco,
había empezado a ponerse rancio al no verse venir
respuesta ni contestaciones. Si ahora se deshace
en polvo, eso sólo significa que su hora había llegado
hace ya algún tiempo, pero mira ahora, y escucha:
puede ser que esté ahí almacenada otra vida
en escondrijos de los que nadie sabía; que ella,
no nosotros, seamos el cambio; que de hecho seamos ella
si pudiéramos volver a ella, revivir en parte el aspecto
que tenía, volver nuestros rostros al globo mientras se pone
y aún salir con bien de ello:
nervios normales, respiración normal. Al ser una metáfora
hecha para incluirnos, somos parte de ella y
podemos vivir en ella como de hecho hemos vivido,
con tal de dejar nuestras mentes en blanco porque el cuestio-
namiento
vemos ahora que no se dará caprichosamente
sino de un modo ordenado que no pretende amenazar
a nadie: el modo normal en que se hacen las cosas,
como el crecer concéntrico de los días
en torno a una vida: correctamente, si piensas en ello.
Una brisa como el volver de una página
trae de nuevo tu rostro: el momento
se lleva un enorme bocado de la neblina
de placentera intuición a la que sucede.
Encajar en un lugar es «la muerte misma»,
como dijo Berg de una frase de la Novena de Mahler;
o, para citar a Imógenes en Cymbel'me, «No puede
haber en la muerte pellizco más fuerte que éste», pues,
aunque sólo ejercicio o táctica, lleva
el impulso de una convicción que había ido creciendo.
La mera capacidad de olvido no puede borrarlo
ni hacerlo volver el deseo, mientras siga siendo
el blanco precipitado de su sueño
en el clima de suspiros lanzados a través de nuestro mundo,
un trapo encima de una jaula. Pero es seguro que
lo que es bello lo parece tan sólo en relación a una vida
específica, experimentada o no, canalizada en alguna forma
empapada en la nostalgia de un pasado colectivo.
La luz hoy se sumerge con un entusiasmo
que he conocido en otro sitio, y he sabido por qué
parecía significativo, que otros sintieron así
hace años. Sigo consultando
este espejo que ya no es mío
durante tanta activa ociosidad como esta vez
ha de tocarme. Y la vasija está siempre llena
porque lo único que hay es justamente tanto espacio
y en él cabe todo. La muestra que uno ve no ha de tomarse
como
eso tan sólo, sino como todo en cuanto
puede ser imaginado fuera del tiempo: no como un gesto
sino como totalidad, en el refinado, asimilable estado.
Pero, ¿de qué es este universo el pórtico
pues entra y sale, retrocede y avanza,
negándose a rodearnos y sin embargo la única
cosa que podemos ver? El amor una vez
inclinó la balanza pero ahora está en sombra, invisible,
aunque misteriosamente presente, por algún lado.
Pero nosotros sabemos que no puede intercalarse
entre dos momentos adyacentes, que sus meandros
no llevan a ninguna parte excepto a más afluentes
y que éstos desembocan en una vaga
sensación de algo que no puede conocerse nunca
aun cuando parezca probable que cada uno de nosotros
sepa qué es y sea capaz de
comunicarlo al otro. Pero la mirada
que algunos llevan como señal le hace a uno querer
avanzar haciendo caso omiso de la evidente
ingenuidad del intento, sin que le importe
que no esté nadie escuchando, ya que la luz
ha quedado encendida en esos ojos de una vez para siempre
y está presente, incólume, una anomalía permanente,
silenciosa y despierta. En su apariencia
no parece haber especial razón por la que esa luz
debiera enfocarla el amor, o por la que
la ciudad que cae con sus hermosas zonas residenciales
en el siempre menos claro, menos definido espacio,
debiera verse como el soporte de su progreso,
el caballete sobre el cual se desplegó el drama
para su propia satisfacción y hasta el fin
de nuestro sueño, ya que nunca habíamos imaginado
que acabaría, a la gastada luz del día con la pintada
promesa transparentándose como una prenda, un vínculo.
Este anodino tiempo diurno, que nunca estará definido, es
el secreto de dónde tiene lugar el sueño
y ya no podemos volver a las diversas
declaraciones contrarias acumuladas, fallos de la memoria
de los testigos principales. Lo único que sabemos
es que llegamos un poco pronto, que
el hoy tiene esa especial, lapidaria
calidad de hoy que la luz del sol reproduce
fielmente al proyectar sombras de ramas sobre aceras
amigables. Ningún día previo habría sido así.
Yo solía pensar que eran todos semejantes,
que el presente tenía siempre el mismo aspecto para todo el
mundo
pero esta confusión se desvanece al estar
uno siempre encaramándose en su propio presente.
Sin embargo el espacio «poético», pajizo,
del largo corredor que lleva de vuelta al cuadro,
su oscurecedor contrario, ¿es esto
aguna ficción del «arte», que no ha de imaginarse
como real, no digamos especial? ¿No tiene también
su guarida
en el presente del que estamos escapando siempre
y volviendo a caer en él, como la noria de los días
sigue su sosegado, incluso sereno curso?
Creo que está intentando decir que es el hoy
y nosotros debemos salir de él del mismo modo que el
público
se abre paso ahora a empujones en el museo para
estar fuera a la hora del cierre. No puedes vivir ahí.
El gris barniz del pasado ataca toda destreza:
secretos de lavado y acabado que llevó toda una vida
aprender y son reducidos a la condición de
ilustraciones en blanco y negro de un libro en el que escasean
las láminas en color. Es decir, el tiempo todo
se reduce a ningún tiempo en especial. Nadie
alude al cambio; hacerlo podría
suponer llamar la atención sobre uno mismo
lo cual aumentaría el pavor de no salir
antes de haber visto la colección entera
(a excepción de las esculturas del sótano:
están donde les corresponde).
Nuestro tiempo llega a velarse, a verse comprometido
por la voluntad de durar del retrato. Insinúa
la nuestra, que teníamos la esperanza de mantener oculta.
No nos hacen falta pinturas ni
aleluyas escritas por maduros poetas cuando
la explosión es tan precisa, tan excelente.
¿Tiene algún sentido reconocer siquiera
la existencia de todo eso? ¿Existe
acaso? Desde luego no el tiempo libre para
consentirse pasatiempos majestuosos,
ya no. El hoy no tiene márgenes, el acontecimiento llega
de una pieza con sus bordes, es de la misma sustancia,
indistinguible. El «juego» es otra cosa;
existe, en una sociedad específicamente
organizada como demostración de sí misma.
No hay otra manera, y esos estúpidos
que lo confundirían todo con sus juegos de espejos
que parecen multiplicar premios y posibilidades, o
al menos confundir las cosas por medio de un aura
envolvente que corroería la arquitectura
del todo en una neblina de reprimida burla,
están al margen del asunto. Están fuera del juego,
que no existe hasta que ellos estén fuera de él.
Parece un universo muy hostil
pero puesto que el principio de cada cosa individual es
hostil a todas las demás y existe a costa de ellas
como a menudo han señalado los filósofos, al menos
esta cosa, el presente indiviso y mudo,
tiene la justificación de la lógica, que
no es mala cosa en este caso
o no lo sería, si la manera de contar
no se entrometiera de algún modo, tergiversando el resultado
final
en una caricatura de sí mismo. Esto ocurre
siempre, como en el juego en el que
una frase susurrada que da la vuelta a la habitación
acaba en algo completamente distinto.
Es el principio lo que hace las obras de arte tan diferentes
de lo que pretendió el artista. A menudo éste descubre
que ha omitido lo que se puso a decir
en primer lugar. Seducido por flores,
placeres explícitos, se culpa (aunque
secretamente satisfecho con el resultado), imaginando
que tuvo algo que decir y ejerció
una opción de la que apenas fue consciente,
ignorante de que la necesidad sortea tales resoluciones
para crear algo nuevo
por su cuenta, que no hay otra manera,
que la historia de la creación procede según
leyes estrictas y que las cosas
se hacen de este modo, pero nunca las cosas
cuya realización emprendimos y que tan desesperadamente
queríamos
ver nacer. El Parmigianino
debió darse cuenta de esto mientras trabajaba
en su tarea obstructora de vida. Uno se ve forzado a atribuir
la realización perfectamente plausible de un propósito
al terso, quizá incluso suave (pero tan
enigmático) acabado. ¿Acaso hay algo
que merezca tomarse en serio fuera de esta otredad
que se incluye en las formas
más corrientes de la actividad cotidiana, cambiándolo todo
ligera y profundamente, y arrancando la materia
de la creación, cualquier creación, no sólo la artística,
de nuestras manos para instalarla en alguna monstruosa,
próxima
cima, demasiado cercana para no hacer caso, demasiado lejana
para que uno intervenga? Esta otredad, este
«no ser nosotros» es cuanto bay que mirar
en el espejo, aunque nadie pueda decir
cómo llegó a ser de este modo. Un barco
enarbolando colores desconocidos ha entrado en el puerto.
Estás permitiendo a materias ajenas
quebrar tu día, nublar el foco
de la bola de cristal. Su escenario se pierde a la deriva
como vapor esparcido en el viento. Las fértiles
asociaciones mentales que hasta ahora venían
tan fácilmente, ya no aparecen, o rara vez. Sus
coloridos son menos intensos, desteñidos
por lluvias y vientos otoñales, echados a perder, embarrados,
devueltos a ti porque no valen nada.
Pero somos animales de costumbres en tan gran medida que sus
implicaciones todavía rondan en permanence, confundiendo las
cosas. Tomarse en serio tan sólo el sexo
es tal vez un camino, pero las arenas sisean
al acercarse al comienzo del gran deslizamiento
en lo que ocurrió. Este pasado
está ahora aquí: el rostro
reflejado del pintor, en el que nos demoramos, recibiendo
sueños e inspiraciones en una frecuencia
no designada, pero los tintes se han hecho metálicos,
las curvas y bordes no son tan ricos. Cada persona
tiene una gran teoría para explicar el universo
pero éstas no cuentan la historia entera
y al final es lo que está fuera de cada uno
lo que importa, para él y sobre todo para nosotros
que no hemos recibido ningún tipo de ayuda
para descifrar nuestro inmenso cociente y debemos apoyarnos
en conocimientos de segunda mano. Sin embargo yo sé
que el gusto de cualquier otro no va a ser
de ninguna ayuda, y se le podría también no hacer caso.
Pareció una vez tan perfecto: brillo sobre la delicada
piel pecosa, labios humedecidos como a punto de abrirse
liberando el habla, y el familiar aspecto
de las ropas y muebles que uno olvida.
Este podría haber sido nuestro paraíso: exótico
refugio dentro de un mundo exhausto, pero eso no estaba
en las cartas, porque no podría haberse tratado
de eso. Remedar la naturalidad puede ser el primer paso
para alcanzar una calma interior
pero es tan sólo el primer paso, y a menudo
queda como un congelado gesto de bienvenida grabado al
aguafuerte
en el aire que detrás se materializa,
una convención. Y verdaderamente no tenemos
tiempo para convenciones, salvo utilizarlas
para prender fuego. Cuanto antes se quemen
mejor para los papeles que tenemos que interpretar.
Te lo imploro por tanto, retira esa mano,
no la ofrezcas ya más como escudo o saludo,
escudo de un saludo, Francesco:
en la recámara hay sitio para una bala:
nuestro mirar por el otro extremo
del telescopio mientras tú retrocedes a una velocidad
mayor que la de la luz para al final aplanarte
entre los rasgos de la habitación, una invitación
nunca echada al correo, el síndrome de «fue todo
un sueño», aunque el «todo» dice bastante
sucintamente que no lo fue. Su existencia
fue real, aunque turbulenta, y el dolor
de este sueño que despierta no puede nunca acallar
el diagrama todavía esbozado en el viento,
elegido, pensado para mí y materializado
en el disimulado resplandor de mi habitación.
Hemos visto la ciudad: es el ojo protuberante
y reflejado de un insecto. Todas las cosas ocurren
en su balcón y se resumen en el interior,
pero la acción es el frío y empalagoso flujo
de una cabalgata. Uno se siente recluido en exceso,
cerniendo la luz del sol de abril a la busca de pistas,
en la mera quietud de la tranquilidad de su
parámetro. La mano no sostiene tiza
y cada parte del todo se desprende
y no puede saber que supo, excepto
aquí y allá, en fríos bolsillos
de remembranza, susurros salidos del tiempo.
John Ashbery (E.E.U.U.; Rochester, Nueva York; 1927-Hudson, Nueva York, 2017)
(Traducción: Javier Marías)
As Parmigianino did it, the right hand
Bigger than the head, thrust at the viewer
And swerving easily away, as though to protect
What it advertises. A few leaded panes, old beams,
Fur, pleated muslin, a coral ring run together
In a movement supporting the face, which swims
Toward and away like the hand
Except that it is in repose. It is what is
Sequestered. vasari says, “Francesco one day set himself
To take his own portrait, looking at himself for that purpose
In a convex mirror, such as is used by barbers...
He accordingly caused a ball of wood to be made
By a turner, and having divided it in half and
Brought it to the size of the mirror, he set himself
With great art to copy all that he saw in the glass,”
Chiefly his reflection, of which the portrait
Is the reflection once removed.
The glass chose to reflect only what he saw
Which was enough for his purpose: his image
Glazed, embalmed, projected at a 180-degree angle.
The time of day or the density of the light
Adhering to the face keeps it
Lively and intact in a recurring wave
of arrival. The soul establishes itself.
But how far can it swim out through the eyes
And still return safely to its nest? The surface
of the mirror being convex, the distance increases
Significantly; that is, enough to make the point
That the soul is a captive, treated humanely, kept
In suspension, unable to advance much farther
Than your look as it intercepts the picture.
Pope Clement and his court were “stupefied”
By it, according to vasari, and promised a commission
That never materialized. The soul has to stay where it is,
Even though restless, hearing raindrops at the pane,
The sighing of autumn leaves thrashed by the wind,
Longing to be free, outside, but it must stay
Posing in this place. It must move
As little as possible. This is what the portrait says.
But there is in that gaze a combination
of tenderness, amusement and regret, so powerful
In its restraint that one cannot look for long.
The secret is too plain. The pity of it smarts,
Makes hot tears spurt: that the soul is not a soul,
Has no secret, is small, and it fits
Its hollow perfectly: its room, our moment of attention.
That is the tune but there are no words.
The words are only speculation
(From the Latin speculum, mirror):
They seek and cannot find the meaning of the music.
We see only postures of the dream,
Riders of the motion that swings the face
Into view under evening skies, with no
False disarray as proof of authenticity.
But it is life englobed.
one would like to stick one’s hand
out of the globe, but its dimension,
What carries it, will not allow it.
No doubt it is this, not the reflex
To hide something, which makes the hand loom large
As it retreats slightly. There is no way
To build it flat like a section of wall:
It must join the segment of a circle,
Roving back to the body of which it seems
So unlikely a part, to fence in and shore up the face
on which the effort of this condition reads
Like a pinpoint of a smile, a spark
or star one is not sure of having seen
As darkness resumes. A perverse light whose
Imperative of subtlety dooms in advance its
Conceit to light up: unimportant but meant.
Francesco, your hand is big enough
To wreck the sphere, and too big,
one would think, to weave delicate meshes
That only argue its further detention.
(Big, but not coarse, merely on another scale,
Like a dozing whale on the sea bottom
In relation to the tiny, self-important ship
on the surface.) But your eyes proclaim
That everything is surface. The surface is what’s there
And nothing can exist except what’s there.
There are no recesses in the room, only alcoves,
And the window doesn’t matter much, or that
Sliver of window or mirror on the right, even
As a gauge of the weather, which in French is
Le temps, the word for time, and which
Follows a course wherein changes are merely
Features of the whole. The whole is stable within
Instability, a globe like ours, resting
on a pedestal of vacuum, a ping-pong ball
Secure on its jet of water.
And just as there are no words for the surface, that is,
No words to say what it really is, that it is not
Superficial but a visible core, then there is
No way out of the problem of pathos vs. experience.
You will stay on, restive, serene in
Your gesture which is neither embrace nor warning
But which holds something of both in pure
Affirmation that doesn’t affirm anything.
The balloon pops, the attention
Turns dully away. Clouds
In the puddle stir up into sawtoothed fragments.
I think of the friends
Who came to see me, of what yesterday
Was like. A peculiar slant
of memory that intrudes on the dreaming model
In the silence of the studio as he considers
Lifting the pencil to the self-portrait.
How many people came and stayed a certain time,
Uttered light or dark speech that became part of you
Like light behind windblown fog and sand,
Filtered and influenced by it, until no part
Remains that is surely you. Those voices in the dusk
Have told you all and still the tale goes on
In the form of memories deposited in irregular
Clumps of crystals. Whose curved hand controls,
Francesco, the turning seasons and the thoughts
That peel off and fly away at breathless speeds
Like the last stubborn leaves ripped
From wet branches? I see in this only the chaos
of your round mirror which organizes everything
Around the polestar of your eyes which are empty,
Know nothing, dream but reveal nothing.
I feel the carousel starting slowly
And going faster and faster: desk, papers, books,
Photographs of friends, the window and the trees
Merging in one neutral band that surrounds
Me on all sides, everywhere I look.
And I cannot explain the action of leveling,
Why it should all boil down to one
Uniform substance, a magma of interiors.
My guide in these matters is your self,
Firm, oblique, accepting everything with the same
Wraith of a smile, and as time speeds up so that it is soon
Much later, I can know only the straight way out,
The distance between us. Long ago
The strewn evidence meant something,
The small accidents and pleasures
of the day as it moved gracelessly on,
A housewife doing chores. Impossible now
To restore those properties in the silver blur that is
The record of what you accomplished by sitting down
“With great art to copy all that you saw in the glass”
So as to perfect and rule out the extraneous
Forever. In the circle of your intentions certain spars
Remain that perpetuate the enchantment of self with self:
Eyebeams, muslin, coral. It doesn’t matter
Because these are things as they are today
Before one’s shadow ever grew
out of the field into thoughts of tomorrow.
Tomorrow is easy, but today is uncharted,
Desolate, reluctant as any landscape
To yield what are laws of perspective
After all only to the painter’s deep
Mistrust, a weak instrument though
Necessary. of course some things
Are possible, it knows, but it doesn’t know
Which ones. Some day we will try
To do as many things as are possible
And perhaps we shall succeed at a handful
of them, but this will not have anything
To do with what is promised today, our
Landscape sweeping out from us to disappear
on the horizon. Today enough of a cover burnishes
To keep the supposition of promises together
In one piece of surface, letting one ramble
Back home from them so that these
Even stronger possibilities can remain
Whole without being tested. Actually
The skin of the bubble-chamber’s as tough as
Reptile eggs; everything gets “programmed” there
In due course: more keeps getting included
Without adding to the sum, and just as one
Gets accustomed to a noise that
Kept one awake but now no longer does,
So the room contains this flow like an hourglass
Without varying in climate or quality
(Except perhaps to brighten bleakly and almost
Invisibly, in a focus sharpening toward death – more
of this later). What should be the vacuum of a dream
Becomes continually replete as the source of dreams
Is being tapped so that this one dream
May wax, flourish like a cabbage rose,
Defying sumptuary laws, leaving us
To awake and try to begin living in what
Has now become a slum. Sydney Freedberg in his
Parmigianino says of it: “Realism in this portrait
No longer produces and objective truth, but a bizarria. . . .
However its distortion does not create
A feeling of disharmony. . . . The forms retain
A strong measure of ideal beauty,” because
Fed by our dreams, so inconsequential until one day
We notice the hole they left. Now their importance
If not their meaning is plain. They were to nourish
A dream which includes them all, as they are
Finally reversed in the accumulating mirror.
They seemed strange because we couldn’t actually see them.
And we realize this only at a point where they lapse
Like a wave breaking on a rock, giving up
Its shape in a gesture which expresses that shape.
The forms retain a strong measure of ideal beauty
As they forage in secret on our idea of distortion.
Why be unhappy with this arrangement, since
Dreams prolong us as they are absorbed?
Something like living occurs, a movement
out of the dream into its codification.
As I start to forget it
It presents its stereotype again
But it is an unfamiliar stereotype, the face
Riding at anchor, issued from hazards, soon
To accost others, “rather angel than man” (vasari).
Perhaps an angel looks like everything
We have forgotten, I mean forgotten
Things that don’t seem familiar when
We meet them again, lost beyond telling,
Which were ours once. This would be the point
of invading the privacy of this man who
“Dabbled in alchemy, but whose wish
Here was not to examine the subtleties of art
In a detached, scientific spirit: he wished through them
To impart the sense of novelty and amazement to the spectator”
(Freedberg). Later portraits such as the Uffizi
“Gentleman,” the Borghese “Young Prelate” and
The Naples “Antea” issue from Mannerist
Tensions, but here, as Freedberg points out,
The surprise, the tension are in the concept
Rather than its realization.
The consonance of the High Renaissance
Is present, though distorted by the mirror.
What is novel is the extreme care in rendering
The velleities of the rounded reflecting surface
(It is the first mirror portrait),
So that you could be fooled for a moment
Before you realize the reflection
Isn’t yours. You feel then like one of those
Hoffmann characters who have been deprived
of a reflection, except that the whole of me
Is seen to be supplanted by the strict
otherness of the painter in his
other room. We have surprised him
At work, but no, he has surprised us
As he works. The picture is almost finished,
The surprise almost over, as when one looks out,
Startled by a snowfall which even now is
Ending in specks and sparkles of snow.
It happened while you were inside, asleep,
And there is no reason why you should have
Been awake for it, except that the day
Is ending and it will be hard for you
To get to sleep tonight, at least until late.
The shadow of the city injects its own
Urgency: Rome where Francesco
Was at work during the Sack: his inventions
Amazed the soldiers who burst in on him;
They decided to spare his life, but he left soon after;
vienna where the painting is today, where
I saw it with Pierre in the summer of 1959; New York
Where I am now, which is a logarithm
of other cities. our landscape
Is alive with filiations, shuttlings;
Business is carried on by look, gesture,
Hearsay. It is another life to the city,
The backing of the looking glass of the
Unidentified but precisely sketched studio. It wants
To siphon off the life of the studio, deflate
Its mapped space to enactments, island it.
That operation has been temporarily stalled
But something new is on the way, a new preciosity
In the wind. Can you stand it,
Francesco? Are you strong enough for it?
This wind brings what it knows not, is
Self-propelled, blind, has no notion
of itself. It is inertia that once
Acknowledged saps all activity, secret or public:
Whispers of the word that can’t be understood
But can be felt, a chill, a blight
Moving outward along the capes and peninsulas
of your nervures and so to the archipelagoes
And to the bathed, aired secrecy of the open sea.
This is its negative side. Its positive side is
Making you notice life and the stresses
That only seemed to go away, but now,
As this new mode questions, are seen to be
Hastening out of style. If they are to become classics
They must decide which side they are on.
Their reticence has undermined
The urban scenery, made its ambiguities
Look willful and tired, the games of an old man.
What we need now is this unlikely
Challenger pounding on the gates of an amazed
Castle. Your argument, Francesco,
Had begun to grow stale as no answer
or answers were forthcoming. If it dissolves now
Into dust, that only means its time had come
Some time ago, but look now, and listen:
It may be that another life is stocked there
In recesses no one knew of; that it,
Not we, are the change; that we are in fact it
If we could get back to it, relive some of the way
It looked, turn our faces to the globe as it sets
And still be coming out all right:
Nerves normal, breath normal. Since it is a metaphor
Made to include us, we are a part of it and
Can live in it as in fact we have done,
only leaving our minds bare for questioning
We now see will not take place at random
But in an orderly way that means to menace
Nobody – the normal way things are done,
Like the concentric growing up of days
Around a life: correctly, if you think about it.
A breeze like the turning of a page
Brings back your face: the moment
Takes such a big bite out of the haze
of pleasant intuition it comes after.
The locking into place is “death itself,”
As Berg said of a phrase in Mahler’s Ninth;
or, to quote Imogen in Cymbeline, “There cannot
Be a pinch in death more sharp than this,” for,
Though only exercise or tactic, it carries
The momentum of a conviction that had been building.
Mere forgetfulness cannot remove it
Nor wishing bring it back, as long as it remains
The white precipitate of its dream
In the climate of sighs flung across our world,
A cloth over a birdcage. But it is certain that
What is beautiful seems so only in relation to a specific
Life, experienced or not, channeled into some form
Steeped in the nostalgia of a collective past.
The light sinks today with an enthusiasm
I have known elsewhere, and known why
It seemed meaningful, that others felt this way
Years ago. I go on consulting
This mirror that is no longer mine
For as much brisk vacancy as is to be
My portion this time. And the vase is always full
Because there is only just so much room
And it accommodates everything. The sample
one sees is not to be taken as
Merely that, but as everything as it
May be imagined outside time – not as a gesture
But as all, in the refined, assimilable state.
But what is this universe the porch of
As it veers in and out, back and forth,
Refusing to surround us and still the only
Thing we can see? Love once
Tipped the scales but now is shadowed, invisible,
Though mysteriously present, around somewhere.
But we know it cannot be sandwiched
Between two adjacent moments, that its windings
Lead nowhere except to further tributaries
And that these empty themselves into a vague
Sense of something that can never be known
Even though it seems likely that each of us
Knows what it is and is capable of
Communicating it to the other. But the look
Some wear as a sign makes one want to
Push forward ignoring the apparent
Naïveté of the attempt, not caring
That no one is listening, since the light
Has been lit once and for all in their eyes
And is present, unimpaired, a permanent anomaly,
Awake and silent. on the surface of it
There seems no special reason why that light
Should be focused by love, or why
The city falling with its beautiful suburbs
Into space always less clear, less defined,
Should read as the support of its progress,
The easel upon which the drama unfolded
To its own satisfaction and to the end
of our dreaming, as we had never imagined
It would end, in worn daylight with the painted
Promise showing through as a gage, a bond.
This nondescript, never-to-be defined daytime is
The secret of where it takes place
And we can no longer return to the various
Conflicting statements gathered, lapses of memory
of the principal witnesses. All we know
Is that we are a little early, that
Today has that special, lapidary
Todayness that the sunlight reproduces
Faithfully in casting twig-shadows on blithe
Sidewalks. No previous day would have been like this.
I used to think they were all alike,
That the present always looked the same to everybody
But this confusion drains away as one
Is always cresting into one’s present.
Yet the “poetic,” straw-colored space
of the long corridor that leads back to the painting,
Its darkening opposite – is this
Some figment of “art,” not to be imagined
As real, let alone special? Hasn’t it too its lair
In the present we are always escaping from
And falling back into, as the waterwheel of days
Pursues its uneventful, even serene course?
I think it is trying to say it is today
And we must get out of it even as the public
Is pushing through the museum now so as to
Be out by closing time. You can’t live there.
The gray glaze of the past attacks all know-how:
Secrets of wash and finish that took a lifetime
To learn and are reduced to the status of
Black-and-white illustrations in a book where colorplates
Are rare. That is, all time
Reduces to no special time. No one
Alludes to the change; to do so might
Involve calling attention to oneself
Which would augment the dread of not getting out
Before having seen the whole collection
(Except for the sculptures in the basement:
They are where they belong).
our time gets to be veiled, compromised
By the portrait’s will to endure. It hints at
our own, which we were hoping to keep hidden.
We don’t need paintings or
Doggerel written by mature poets when
The explosion is so precise, so fine.
Is there any point even in acknowledging
The existence of all that? Does it
Exist? Certainly the leisure to
Indulge stately pastimes doesn’t,
Any more. Today has no margins, the event arrives
Flush with its edges, is of the same substance,
Indistinguishable. “Play” is something else;
It exists, in a society specifically
organized as a demonstration of itself.
There is no other way, and those assholes
Who would confuse everything with their mirror games
Which seem to multiply stakes and possibilities, or
At least confuse issues by means of an investing
Aura that would corrode the architecture
of the whole in a haze of suppressed mockery,
Are beside the point. They are out of the game,
Which doesn’t exist until they are out of it.
It seems like a very hostile universe
But as the principle of each individual thing is
Hostile to, exists at the expense of all the others
As philosophers have often pointed out, at least
This thing, the mute, undivided present,
Has the justification of logic, which
In this instance isn’t a bad thing
or wouldn’t be, if the way of telling
Didn’t somehow intrude, twisting the end result
Into a caricature of itself. This always
Happens, as in the game where
A whispered phrase passed around the room
Ends up as something completely different.
It is the principle that makes works of art so unlike
What the artist intended. often he finds
He has omitted the thing he started out to say
In the first place. Seduced by flowers,
Explicit pleasures, he blames himself (though
Secretly satisfied with the result), imagining
He had a say in the matter and exercised
An option of which he was hardly conscious,
Unaware that necessity circumvents such resolutions
So as to create something new
For itself, that there is no other way,
That the history of creation proceeds according to
Stringent laws, and that things
Do get done in this way, but never the things
We set out to accomplish and wanted so desperately
To see come into being. Parmigianino
Must have realized this as he worked at his
Life-obstructing task. one is forced to read
The perfectly plausible accomplishment of a purpose
Into the smooth, perhaps even bland (but so
Enigmatic) finish. Is there anything
To be serious about beyond this otherness
That gets included in the most ordinary
Forms of daily activity, changing everything
Slightly and profoundly, and tearing the matter
of creation, any creation, not just artistic creation
out of our hands, to install it on some monstrous, near
Peak, too close to ignore, too far
For one to intervene? This otherness, this
“Not-being-us” is all there is to look at
In the mirror, though no one can say
How it came to be this way. A ship
Flying unknown colors has entered the harbor.
You are allowing extraneous matters
To break up your day, cloud the focus
of the crystal ball. Its scene drifts away
Like vapor scattered on the wind. The fertile
Thought-associations that until now came
So easily, appear no more, or rarely. Their
Colorings are less intense, washed out
By autumn rains and winds, spoiled, muddied,
Given back to you because they are worthless.
Yet we are such creatures of habit that their
Implications are still around en permanence, confusing
Issues. To be serious only about sex
Is perhaps one way, but the sands are hissing
As they approach the beginning of the big slide
Into what happened. This past
Is now here: the painter’s
Reflected face, in which we linger, receiving
Dreams and inspirations on an unassigned
Frequency, but the hues have turned metallic,
The curves and edges are not so rich. Each person
Has one big theory to explain the universe
But it doesn’t tell the whole story
And in the end it is what is outside him
That matters, to him and especially to us
Who have been given no help whatever
In decoding our own man-size quotient and must rely
on second-hand knowledge. Yet I know
That no one else’s taste is going to be
Any help, and might as well be ignored.
once it seemed so perfect – gloss on the fine
Freckled skin, lips moistened as though about to part
Releasing speech, and the familiar look
of clothes and furniture that one forgets.
This could have been our paradise: exotic
Refuge within an exhausted world, but that wasn’t
In the cards, because it couldn’t have been
The point. Aping naturalness may be the first step
Toward achieving an inner calm
But it is the first step only, and often
Remains a frozen gesture of welcome etched
on the air materializing behind it,
A convention. And we have really
No time for these, except to use them
For kindling. The sooner they are burnt up
The better for the roles we have to play.
Therefore I beseech you, withdraw that hand,
offer it no longer as shield or greeting,
The shield of a greeting, Francesco:
There is room for one bullet in the chamber:
our looking through the wrong end
of the telescope as you fall back at a speed
Faster than that of light to flatten ultimately
Among the features of the room, an invitation
Never mailed, the “it was all a dream”
Syndrome, though the “all” tells tersely
Enough how it wasn’t. Its existence
Was real, though troubled, and the ache
of this waking dream can never drown out
The diagram still sketched on the wind,
Chosen, meant for me and materialized
In the disguising radiance of my room.
We have seen the city; it is the gibbous
Mirrored eye of an insect. All things happen
on its balcony and are resumed within,
But the action is the cold, syrupy flow
of a pageant. one feels too confined,
Sifting the April sunlight for clues,
In the mere stillness of the ease of its
Parameter. The hand holds no chalk
And each part of the whole falls off
And cannot know it knew, except
Here and there, in cold pockets
of remembrance, whispers out of time.
IMAGEN: Parmigianino – “Autorretrato en un espejo convexo” (h. 1524, óleo sobre tabla, diámetro 24 cm, Kunsthistorisches Museum, Viena).
2 comentarios:
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