Charla entre los poetas Arturo Carrera (Argentina, Pringles, 1948) y Jorge Aulicino (Argentina, Bs.As., 1949) acerca del poema, la huella, la imagen, las infinitas muertes de la metáfora, la máscara...el estilo...Recomendamos procesar la voz de Carrera por sintetizadores. La de Aulicino por un estéreo de alta fidelidad...
18 WHISKYS:
EMPECEMOS POR ESTABLECER, SI ES POSIBLE, AQUELLO QUE SE CONSTRUYE Y SE DILUYE CUANDO SE ESCRIBE...
ARTURO CARRERA
Bueno... Lo que está y no va estando, y no estará, construye ese otro crecimiento de castillos por escisiparidad. Recorridos de crecimientos de un polvillo cuyos granos son más duros y más imperceptibles que la arena. Es lo visible construyendo lo invisible y dando paso a lo que Lezama llamó la imagen. En el hueco de una espera que no se colma, de un silencio que no se llena, está la llegada del colibrí de las 10 AM, en Pringles; está el chistido del buhíto milenario en el campanario de la iglesia parroquial Santa Rosa de Lima, a medianoche...
Escribir sería eso: no plantearse de qué está hecho el vacío que nos horroriza e invita sino ocuparlo con nuestra propia estatua de sonido duradero. Ocuparlo con nuestros sistemas de músicas y de alas y sellarlo con seda de rana. Lo que queda es una cicatriz de potlatch, un derroche casi sacrificial, como sumas fabulosas de pequeñas cuentas de vidrios multicolores ofrecidas a un rival invisible para el pago del teléfono. El murmullo de un paso de un jinete cuya polvareda vemos después a lo lejos, y otra vez es la imagen. Cada partícula de polvo, una metáfora, entre miles y miles de metáforas que se agitan en esa luz de pesadilla.
Y queda el poema: un enjambre delator de un centro como contínuo, que es lo único de descontinuidad que logramos atrapar.
Es lo que pasa cuando uno escribe: un niño pesca, está pescando, está mirando el señuelo fluorescente de su propia espera. Y de súbito el pez es toda esa espera soluble, y el zumbido en otro árbol más líquido; el pico insoportable del pique; lo que flota con luz de sueño y lo ignoto que se burla de él con oscurísimas tijeras... algo intentamos retener, ¿decir?
JORGE AULICINO
Yo no creo que pueda decir algo parecido. Lo que se construye es ilusorio y momentáneamente nos produce una sensación que yo llamaría inminencia, algo que no se sabe si habla de lo que pasó o de lo que pasará. Me gusta la imagen de la polvareda, no me interesa cada grano de polvo como una metáfora girando en una constelación. Me interesa la constelación, sea de metáforas o de frases hechas, siempre que cumpla la función de sugerir. Digo, entonces, lo que se diluye es el todo; obstinamenle queda en el poema, si es bueno, algo -no una parte, pero tampoco la totalidad- de aquello que se retira de nuevo al vacío, a la nada, al misterio. Una sombra, una ilusión... ¿De qué poema es eso?
UN BOLERO...
AULICINO
"La vida es sueño", Calderón de la Barca, buen bolerista.
¿ESO QUE APARECE, SE BUSCA O ES NADA MAS QUE UN RESULTADO?
AULICINO
Yo creo que es un resultado, si lo colocas en esos términos, uno parte de un acto de soberbia, no pretende lograr la sugerencia sino atrapar el todo. La poesía enseña, piadosamente, la humildad. Siempre me acuerdo cómo me decepcionó la convivencia de Viernes con Robinson Crusoe. El momento glorioso de la novela es cuando aparece la huella (después se sabe, es de Viernes) en la arena. En ese instante, podes pensar hasta en dios o en dioses. No sé si me siguen: una isla desahabitada, mar, arena, y de pronto la huella de un pie desnudo. Incluso el avizorar a Viernes desde lejos, con otros de su raza, en extraños rituales, sigue siendo sugerente, pero hacer que Viernes se convierta en esclavo de Robinson... Bueno, de todos modos eso encierra algún mensaje, lo haya querido o no Defoe: convivir con el misterio carece de toda gracia; por eso nunca entendí a los adivinos. ¿Cómo se puede estar todo el día con una lechuza en la cabeza y mirando una bola de cristal? Salvo que uno supiera que la bola puede hablar una vez en la vida. Entonces sí valía la pena una vida sin gracia acechándola. Pero hablar todo el día con divinidades puede ser tan aburrido como mirar televisión. La poesía ha creado, con todo, una estética casi siempre bastarda: las películas de suspenso. Lamentablemente, en casi todas ellas, el suspenso lleva a una solución convencional, pero mientras tanto se pueda gozar un rato... Creo que me fui del tema.
SÍ...
CARRERA
En cuanto a lo de Aulicino acerca de "la huella", me gustan las huellas duras que dejan los caballos en el barro y que después se secan y permiten que unos pájaros pequeñísimos aniden en los huecos de los bordes: las cachilas, descriptas por Hudson. Y las huellas más blandas, las de los camellos, en la arena, como la de los Reyes Magos. Y las huellas insolentes que aparecen en Las Nubes de Aristófanes, cuando el Saber Justo refiere que los efebos atenienses, una vez terminada su gimnasia en la playa, eran obligados a borrar las huellas de sus sexos, para no perturbar a los guerreros que venían a hacer sus ejercicios después de ellos... Pero la más impresionante es la huella acuática de una hoja que pasa en la corriente, entre otras hojas, que en realidad es una ranita flotando panza arriba. Y la huella de la lagartija, lucífuga, en la arena de la siesta. Huellas que crean la misma sensación deceptiva: ¿Hemos sido engañados? ¿O estamos participando de un engaño "selectivo", como una incertidumbre de la ilusión -su mezcla de misterio, del juego?
El músico John Cage agregaría: contrástese con el animal del lejano Oriente que en las noches de invierno, cuando le da sueño, se sube a un árbol y deja que siga cayendo la nieve de tal manera que no deja huellas...
¿QUE ES LO QUE HACE SEGUIR LAS HUELLAS A PESAR DEL DESENGAÑO...?
AULICINO
Es que yo no hablo de desengaño... Hablo de misterio.
CARRERA
Claro, yo sí...Bueno, de engaño...
AULICINO
Él es más melancólico...
CARRERA
Creo que lo que hace que uno "reincida" no es la decepción que provoca lo ya escrito sino cierta sensación de ubicuidad en relación a frases, versos, estrofas que como en los sueños creímos pasajeras y aparecen por segunda y tercera vez, con una fuerza que nos fascina y desconcierta. Y en nuestra agonía de perplejos respondemos con una interrupción del silencio: Hablamos, escribimos, actuamos. Esa especie de desengaño y locura amorosa hace que uno reincida. El deseo aumenta cuando vemos lo deseado por segunda vez, por tercera vez...En mi caso no creo que sea una posición melancólica. Yo lucho contra lo anterior. Aún si no se nota en mi escritura, en la que parece que hay un crescendo, una continuidad. No...es sólo ese vínculo sospechoso con algunas formas "ya deseadas", "ya escritas"; el resto es la imposición de una ruptura. Empiezo con facilidad a creer que estoy escribiendo otro libro.
AULICINO
El tema es el siguiente: supongamos que viste la cola de la sirena parada en un peñasco, ese es el resultado, Lo cierto es que luego opera la decepción, pero no como retiro sino como impulso para cambiar de peñasco. (Yo cuando dije que eras melancólico fue en tono de broma). Creo que la decepción opera como motor, para que el milagro aparezca en otra parte.
CARRERA
Hasta me atrevo a pensar que no hay siquiera desengaño ni engaño literarios, pues lo cierto parece ser mímesis y no lo cierto lo real. Habría que lavarles la cara otra vez, a estas palabras tan gastadas, a estos conceptos. Y dejar, como decís vos Aulicino, que actúe ese "impulso". Y creer un poco más en las Hadas. Y no orinarles tan seguido la fuente.
Dejarnos, como Lorca, convencer por las hadas. En un ensayo dice: "...en 1917 tuve la suerte de ver un hada en la habitación de un niño pequeño, primo mío. Fue una centésima de segundo, pero la vi. Es decir, la vi... como se ven las cosas puras, situadas al margen de la circulación de la sangre, con el rabillo del ojo, como el gran poeta Juan Ramón Jiménez vio a la sirena, a su vuelta de América: la vio que se acababa de hundir."
Esa sirena que desaparece es algo nuestro y el poeta ve que nos desaparece: ¿la metáfora?
AULICINO
Nos pasamos escribiendo sobre la muerte de la metáfora...
CARRERA
Yo no escribí nada aún. Acerca de lo que hice en mis últimos libros, Eduardo Milán escribió que el saber, que es una operación esencialmente metafórica - sobre todo en el mundo de los "adultos"-, es cuestionado, en mis libros, por la utilización de una figura contraria, la metonimia, el arte de la prolongación... dice. Quizás no se trate de abolir la metáfora sino de cambiar la manera de utilizarla. Mi pequeña, mínima invención, si la hay, es cambiar su "predominio", su orden, su "autoritarismo pantuflario". Cambiar, en todo caso su relación con el Poder: ¡la Metáfora! ¡Qué palabra! Parecería ser que hay todo un momento, un movimiento, en que la metáfora no tiene la fuerza que tenía en la época de Darío.
PROBABLEMENTE SE TRATE DE UN IR HACIA LAS COSAS; PROBABLEMENTE LAS METÁFORAS YA ESTÁN AHÍ...
AULICINO
Carrera habla de Darío. Cronológicamente después viene Huidobro y el sustento es otro. En Huidobro no se trata de hacer metáforas en el sentido de comparación explícita o implícita entre dos términos, sino construir un poema tal como la naturaleza construye un árbol. El objeto debe respirar en un poema como respira en la naturaleza -natural- o en esa segunda naturaleza que son las ciudades. Creo que hubo un proceso de rechazo de la metáfora perfectamente saludable. Después hubo la percepción,la sospecha, de que todo el lenguaje es nada más que una metáfora. Ahora, yo creo, se trata de otra cosa: se trata de capturar el lenguaje y hacerlo eficaz. No digo que no puede intervenir alguna que otra metáfora convencional. Pero del mismo modo pueden intervenir cientos de lugares comunes. Fuera de eso, decir las metáforas están ahí, son las cosas, me parece un solipsismo. Prefiero pensar que las cosas son cosas, estemos o no mirándolas. Al mundo lo podemos llamar vacío.
CREO QUE FUI UN SOLIPSISTA, PERO YA NO LO SOY.
CARRERA
Una cosa que escuché en la presentación del libro El paseo internacional del perverso, de Libertella, que charlaba con Guebel y Chitarroni, es precisamente esto (pásenlo por sintetizadores y cámaras antieco): EL ESTILO ES LA VOZ Y ES INÚTIL DECIR "YO PIENSO QUE".
La escritura acaso nos sirva únicamente para hacer más inteligibles las cosas que nos rodean. Como hizo Lucrecio en De la naturaleza de las cosas. Y está aquí ese doble movimiento que se crea entre lo audible y lo visible, y a la inversa. Pues, como escribió Magritte, lo que no carece de importancia es el misterio evocado de hecho por lo visible y lo invisible, y que pueda ser evocado en teoría por el pensamiento que une las cosas en el orden que evoca el misterio. Hay un rumor de las palabras que van a la conquista de las cosas y una respuesta, una resonancia de las cosas que buscan a las palabras. Hay algo que va más allá de todo esto. La utilización de las figuras retóricas, la metáfora, en este caso, en esta época, se vuelve prescindible porque tenemos otros modos -¿medios, miedos?-, de alcanzar las cosas. Ideas de velocidad, nuevos tortuguismos, y mecanismos para nosotros aún imperceptibles, que hacen posible nuestro avance en la Vía de los Sigilos.
Estos mecanismos teleonómicos y estas nociones de tangibilidad, posibilidad, variación, están (lo estuvieron siempre) más visibles en las ciencias. Calvino habla de multiplicidad. Sarduy de "nueva inestabilidad".
Para decirlo en una palabra. (Risas). Hay una escritura de la espontaneidad: hay más encuentro con un mecanismo súbito. ¿Cuál es?
EL TEMA SERÍA SI EN LA ESCRITURA HAY ALGUNA LEY QUE RESPETAR...
AULICINO
La ley de la calle.
CARRERA
La ley de la baldosa floja. Si es que existen leyes o variaciones de un insaciable horror, las más respetables son comer, beber, hacer el amor. Esto lo dijo Pavese. ¿Cuándo dejaremos de "citar"? Y a partir de ahí todo lo demás (menos ver cómo la gente come) podrá ser citado. Para Queneau un clásico es libre porque se atiene a cierto número de reglas y un poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza es esclavo de leyes que desconoce.
AULICINO
Yo pienso que (yo digo yo pienso porque todavía creo en Descartes) hay ciertas leyes a las que uno se somete. En primer lugar, para aclarar la broma de la ley de la calle, está la ley de hacerse entender. Es la primera ley que respeto. No sólo cuando escribo. Es, diría, una cuestión personal. Pero estoy de acuerdo con lo que dice Arturo: los clásicos y no los románticos. Prefiero los clásicos que saben a qué ley se someten y no los románticos que lo desconocen.
CARRERA
Yo no dije eso...
AULICINO
Me pareció. Vuelvo a la ley: creo que hay que detenerse cuando uno cree que lo que está haciendo no responde al impulso inicial de ser inteligible. Digo ser inteligible con los términos más convencionales: forzándolos al máximo. Si esto no se logra, la ley es detenerse ahí.
CARRERA
Otra ley es el ocio.
AULICINO
No es la mía. Yo prefiero el trabajo. Mezclar y dar de nuevo.
¿POR QUÉ UNA TRADICIÓN?
CARRERA
Leer la tradición significa leer poesía. Siempre será así. Y de allí no podremos desprendemos, pues de cualquier modo y forma que el mito nos haya rozado y atravesado, es siempre el juego agonal de fanfarronería, amor, adoración, burla, y otra vez -como un arco iris que se va desluciendo- : la discontinuidad vuelta contínuo en el poema...
Cuando empecé a escribir mis últimos libritos, a partir de Arturo y yo, lo que hice es aceptar cierta tensión y cierto castigo de la tradición. Y modularla. Hacer una intercepción en la vanidad de la generación: apartarme parodiando, de los discursos que como alambres de floristas armaban mi propia antología: hoy no sé demasiado bien de dónde me alejo, y mi amistad, mi artificio, huye como una estrella por la mesa de los magos: Lezama, Girri, Girondo, Gelman, Juanele, Sarduy.
AULICINO
En mi caso la tradición contra la que inicio un juego de ruptura, es la latinoamericana que rinde tributo al modernismo; o sea Neruda. Yo empiezo escribiendo bajo esa influencia, lo cual encierra una paradoja porque se suponía que Neruda hacía una ruptura con otra tradición. Se trata de recuperar una tradición de la ruptura que vuelve la rueda al punto inicial. Esto depende de experiencias muy localizadas. En España se recupera en los años 70 una tradición de uso suntuoso de la metáfora y la imagen como reacción a la generación del 60 que cultivaba el coloquialismo. Lo que vemos hoy, se supone, por rigor, y el trabajo desde una inteligencia que gobierna el artefacto poético es que podemos estar recuperando el clasicismo.
¿COMO FUERON CONSTRUYENDO LO QUE SE LLAMA, UN ESTILO...?
AULICINO
Yo creo que uno busca el estilo.
CARRERA
Yo no lo busco. El estilo es como llevar una frágil máscara.
AULICINO
...uno lo busca de una manera abismal, vertiginosa, contra sí mismo o sin saberlo. Hay ambigüedad. La idea de estilo nos acerca a la máscara y resulta obvio que no por causualiidad: etimológicamente, persona significa máscara. Entonces; hay un movimiento ambiguo que consiste en encontrarla propia definición y al mismo tiempo una máscara, no el propio rostro. Un proceso parecido al que hace un chico, que va desde el caos que es su vida hasta los tres o cuatro años a los rasgos que lo definen. Y se encuentra con que asumirse es ponerse una máscara. Sin embargo, no hay salida: el estilo es reunir rasgos ajenos, quizá únicos, pero no propios, pero permanecer en el caos implica a su vez una potencialidad absoluta, algo que nunca es. Eramos las cosas, decía Pavese. Decía; éramos el viento, las piedras o los carteles caídos en las calles. A veces añoraba... o añoraba siempre, pero al mismo tiempo sabía que siendo el caos no hubiese escrito nunca. Ni hubiese crecido ni hubiese existido en absoluto. Creo que los hombres eligen siempre existir. Y las máscaras llevan huellas de esta tensión. Después viene el asunto de qué hacer con la muerte. La máscara se contrae. Ustedes saben la sensación tremenda que da una máscara cuando alguien habla detrás de ella. Por más rasgos originales que la máscara tenga, es siempre máscara; pero la máscara se contrae o cabalga sutilmente sobre las contracciones musculares de alguien que habla detrás. Me parece que entonces puede decirse que es una máscara con estilo. O que la utilización de todas las palabras convencionales de que se vale un escritor lleva un sello. Y se puede -no soy maniático- develar ese sello y describirlo y entenderlo, pero sólo producirá su efecto cuando abandonando el análisis literario, volvemos a él. No estoy contra el análisis y muchas veces me ha hecho gozar más de mi primera impresión de las obras. Otras veces no ha logrado destruirlas.
CARRERA
Los estilos están en la lengua y no en la psiquis de los usuarios, decía Todorov. Si aceptamos que la lengua es un cuchillo, un estilete, bueno, está todo dicho. Pero no es así. Hay una dimensión distinta del estilo, que es mucho más sutil y que está en la "inocencia" de cada escriba que lo define.
Si aceptamos con Marianne Moore que un poeta no habla la lengua sino que la medita, quizá el estilo sea la partícula más agitada de esa extraña meditación.
Ya dije que estuve en una presentación de un libro de Libertella. Bueno, él dio una definición maravillosa de estilo. Dijo: "La voz es el estilo o se identifica con él." Y después citó una carta que Osvaldo Lamborghini escribió a Támara Kamenszain diciéndole: "La Argentina es pura lengua y estilo." Sin embargo quisiera creer que el estilo es esa velocidad paciente y remotísima que experimentó Rilke en Rusia: sintió que la realidad es una cosa distante que viene con infinita lentitud hacia los que tienen paciencia. Esa realidad voluptuosa e impaciente que como una sospechosa musiquita eterna se aproxima y cambia sin alcanzar jamás su completud definitiva...es el estilo.
EMPECEMOS POR ESTABLECER, SI ES POSIBLE, AQUELLO QUE SE CONSTRUYE Y SE DILUYE CUANDO SE ESCRIBE...
ARTURO CARRERA
Bueno... Lo que está y no va estando, y no estará, construye ese otro crecimiento de castillos por escisiparidad. Recorridos de crecimientos de un polvillo cuyos granos son más duros y más imperceptibles que la arena. Es lo visible construyendo lo invisible y dando paso a lo que Lezama llamó la imagen. En el hueco de una espera que no se colma, de un silencio que no se llena, está la llegada del colibrí de las 10 AM, en Pringles; está el chistido del buhíto milenario en el campanario de la iglesia parroquial Santa Rosa de Lima, a medianoche...
Escribir sería eso: no plantearse de qué está hecho el vacío que nos horroriza e invita sino ocuparlo con nuestra propia estatua de sonido duradero. Ocuparlo con nuestros sistemas de músicas y de alas y sellarlo con seda de rana. Lo que queda es una cicatriz de potlatch, un derroche casi sacrificial, como sumas fabulosas de pequeñas cuentas de vidrios multicolores ofrecidas a un rival invisible para el pago del teléfono. El murmullo de un paso de un jinete cuya polvareda vemos después a lo lejos, y otra vez es la imagen. Cada partícula de polvo, una metáfora, entre miles y miles de metáforas que se agitan en esa luz de pesadilla.
Y queda el poema: un enjambre delator de un centro como contínuo, que es lo único de descontinuidad que logramos atrapar.
Es lo que pasa cuando uno escribe: un niño pesca, está pescando, está mirando el señuelo fluorescente de su propia espera. Y de súbito el pez es toda esa espera soluble, y el zumbido en otro árbol más líquido; el pico insoportable del pique; lo que flota con luz de sueño y lo ignoto que se burla de él con oscurísimas tijeras... algo intentamos retener, ¿decir?
JORGE AULICINO
Yo no creo que pueda decir algo parecido. Lo que se construye es ilusorio y momentáneamente nos produce una sensación que yo llamaría inminencia, algo que no se sabe si habla de lo que pasó o de lo que pasará. Me gusta la imagen de la polvareda, no me interesa cada grano de polvo como una metáfora girando en una constelación. Me interesa la constelación, sea de metáforas o de frases hechas, siempre que cumpla la función de sugerir. Digo, entonces, lo que se diluye es el todo; obstinamenle queda en el poema, si es bueno, algo -no una parte, pero tampoco la totalidad- de aquello que se retira de nuevo al vacío, a la nada, al misterio. Una sombra, una ilusión... ¿De qué poema es eso?
UN BOLERO...
AULICINO
"La vida es sueño", Calderón de la Barca, buen bolerista.
¿ESO QUE APARECE, SE BUSCA O ES NADA MAS QUE UN RESULTADO?
AULICINO
Yo creo que es un resultado, si lo colocas en esos términos, uno parte de un acto de soberbia, no pretende lograr la sugerencia sino atrapar el todo. La poesía enseña, piadosamente, la humildad. Siempre me acuerdo cómo me decepcionó la convivencia de Viernes con Robinson Crusoe. El momento glorioso de la novela es cuando aparece la huella (después se sabe, es de Viernes) en la arena. En ese instante, podes pensar hasta en dios o en dioses. No sé si me siguen: una isla desahabitada, mar, arena, y de pronto la huella de un pie desnudo. Incluso el avizorar a Viernes desde lejos, con otros de su raza, en extraños rituales, sigue siendo sugerente, pero hacer que Viernes se convierta en esclavo de Robinson... Bueno, de todos modos eso encierra algún mensaje, lo haya querido o no Defoe: convivir con el misterio carece de toda gracia; por eso nunca entendí a los adivinos. ¿Cómo se puede estar todo el día con una lechuza en la cabeza y mirando una bola de cristal? Salvo que uno supiera que la bola puede hablar una vez en la vida. Entonces sí valía la pena una vida sin gracia acechándola. Pero hablar todo el día con divinidades puede ser tan aburrido como mirar televisión. La poesía ha creado, con todo, una estética casi siempre bastarda: las películas de suspenso. Lamentablemente, en casi todas ellas, el suspenso lleva a una solución convencional, pero mientras tanto se pueda gozar un rato... Creo que me fui del tema.
SÍ...
CARRERA
En cuanto a lo de Aulicino acerca de "la huella", me gustan las huellas duras que dejan los caballos en el barro y que después se secan y permiten que unos pájaros pequeñísimos aniden en los huecos de los bordes: las cachilas, descriptas por Hudson. Y las huellas más blandas, las de los camellos, en la arena, como la de los Reyes Magos. Y las huellas insolentes que aparecen en Las Nubes de Aristófanes, cuando el Saber Justo refiere que los efebos atenienses, una vez terminada su gimnasia en la playa, eran obligados a borrar las huellas de sus sexos, para no perturbar a los guerreros que venían a hacer sus ejercicios después de ellos... Pero la más impresionante es la huella acuática de una hoja que pasa en la corriente, entre otras hojas, que en realidad es una ranita flotando panza arriba. Y la huella de la lagartija, lucífuga, en la arena de la siesta. Huellas que crean la misma sensación deceptiva: ¿Hemos sido engañados? ¿O estamos participando de un engaño "selectivo", como una incertidumbre de la ilusión -su mezcla de misterio, del juego?
El músico John Cage agregaría: contrástese con el animal del lejano Oriente que en las noches de invierno, cuando le da sueño, se sube a un árbol y deja que siga cayendo la nieve de tal manera que no deja huellas...
¿QUE ES LO QUE HACE SEGUIR LAS HUELLAS A PESAR DEL DESENGAÑO...?
AULICINO
Es que yo no hablo de desengaño... Hablo de misterio.
CARRERA
Claro, yo sí...Bueno, de engaño...
AULICINO
Él es más melancólico...
CARRERA
Creo que lo que hace que uno "reincida" no es la decepción que provoca lo ya escrito sino cierta sensación de ubicuidad en relación a frases, versos, estrofas que como en los sueños creímos pasajeras y aparecen por segunda y tercera vez, con una fuerza que nos fascina y desconcierta. Y en nuestra agonía de perplejos respondemos con una interrupción del silencio: Hablamos, escribimos, actuamos. Esa especie de desengaño y locura amorosa hace que uno reincida. El deseo aumenta cuando vemos lo deseado por segunda vez, por tercera vez...En mi caso no creo que sea una posición melancólica. Yo lucho contra lo anterior. Aún si no se nota en mi escritura, en la que parece que hay un crescendo, una continuidad. No...es sólo ese vínculo sospechoso con algunas formas "ya deseadas", "ya escritas"; el resto es la imposición de una ruptura. Empiezo con facilidad a creer que estoy escribiendo otro libro.
AULICINO
El tema es el siguiente: supongamos que viste la cola de la sirena parada en un peñasco, ese es el resultado, Lo cierto es que luego opera la decepción, pero no como retiro sino como impulso para cambiar de peñasco. (Yo cuando dije que eras melancólico fue en tono de broma). Creo que la decepción opera como motor, para que el milagro aparezca en otra parte.
CARRERA
Hasta me atrevo a pensar que no hay siquiera desengaño ni engaño literarios, pues lo cierto parece ser mímesis y no lo cierto lo real. Habría que lavarles la cara otra vez, a estas palabras tan gastadas, a estos conceptos. Y dejar, como decís vos Aulicino, que actúe ese "impulso". Y creer un poco más en las Hadas. Y no orinarles tan seguido la fuente.
Dejarnos, como Lorca, convencer por las hadas. En un ensayo dice: "...en 1917 tuve la suerte de ver un hada en la habitación de un niño pequeño, primo mío. Fue una centésima de segundo, pero la vi. Es decir, la vi... como se ven las cosas puras, situadas al margen de la circulación de la sangre, con el rabillo del ojo, como el gran poeta Juan Ramón Jiménez vio a la sirena, a su vuelta de América: la vio que se acababa de hundir."
Esa sirena que desaparece es algo nuestro y el poeta ve que nos desaparece: ¿la metáfora?
AULICINO
Nos pasamos escribiendo sobre la muerte de la metáfora...
CARRERA
Yo no escribí nada aún. Acerca de lo que hice en mis últimos libros, Eduardo Milán escribió que el saber, que es una operación esencialmente metafórica - sobre todo en el mundo de los "adultos"-, es cuestionado, en mis libros, por la utilización de una figura contraria, la metonimia, el arte de la prolongación... dice. Quizás no se trate de abolir la metáfora sino de cambiar la manera de utilizarla. Mi pequeña, mínima invención, si la hay, es cambiar su "predominio", su orden, su "autoritarismo pantuflario". Cambiar, en todo caso su relación con el Poder: ¡la Metáfora! ¡Qué palabra! Parecería ser que hay todo un momento, un movimiento, en que la metáfora no tiene la fuerza que tenía en la época de Darío.
PROBABLEMENTE SE TRATE DE UN IR HACIA LAS COSAS; PROBABLEMENTE LAS METÁFORAS YA ESTÁN AHÍ...
AULICINO
Carrera habla de Darío. Cronológicamente después viene Huidobro y el sustento es otro. En Huidobro no se trata de hacer metáforas en el sentido de comparación explícita o implícita entre dos términos, sino construir un poema tal como la naturaleza construye un árbol. El objeto debe respirar en un poema como respira en la naturaleza -natural- o en esa segunda naturaleza que son las ciudades. Creo que hubo un proceso de rechazo de la metáfora perfectamente saludable. Después hubo la percepción,la sospecha, de que todo el lenguaje es nada más que una metáfora. Ahora, yo creo, se trata de otra cosa: se trata de capturar el lenguaje y hacerlo eficaz. No digo que no puede intervenir alguna que otra metáfora convencional. Pero del mismo modo pueden intervenir cientos de lugares comunes. Fuera de eso, decir las metáforas están ahí, son las cosas, me parece un solipsismo. Prefiero pensar que las cosas son cosas, estemos o no mirándolas. Al mundo lo podemos llamar vacío.
CREO QUE FUI UN SOLIPSISTA, PERO YA NO LO SOY.
CARRERA
Una cosa que escuché en la presentación del libro El paseo internacional del perverso, de Libertella, que charlaba con Guebel y Chitarroni, es precisamente esto (pásenlo por sintetizadores y cámaras antieco): EL ESTILO ES LA VOZ Y ES INÚTIL DECIR "YO PIENSO QUE".
La escritura acaso nos sirva únicamente para hacer más inteligibles las cosas que nos rodean. Como hizo Lucrecio en De la naturaleza de las cosas. Y está aquí ese doble movimiento que se crea entre lo audible y lo visible, y a la inversa. Pues, como escribió Magritte, lo que no carece de importancia es el misterio evocado de hecho por lo visible y lo invisible, y que pueda ser evocado en teoría por el pensamiento que une las cosas en el orden que evoca el misterio. Hay un rumor de las palabras que van a la conquista de las cosas y una respuesta, una resonancia de las cosas que buscan a las palabras. Hay algo que va más allá de todo esto. La utilización de las figuras retóricas, la metáfora, en este caso, en esta época, se vuelve prescindible porque tenemos otros modos -¿medios, miedos?-, de alcanzar las cosas. Ideas de velocidad, nuevos tortuguismos, y mecanismos para nosotros aún imperceptibles, que hacen posible nuestro avance en la Vía de los Sigilos.
Estos mecanismos teleonómicos y estas nociones de tangibilidad, posibilidad, variación, están (lo estuvieron siempre) más visibles en las ciencias. Calvino habla de multiplicidad. Sarduy de "nueva inestabilidad".
Para decirlo en una palabra. (Risas). Hay una escritura de la espontaneidad: hay más encuentro con un mecanismo súbito. ¿Cuál es?
EL TEMA SERÍA SI EN LA ESCRITURA HAY ALGUNA LEY QUE RESPETAR...
AULICINO
La ley de la calle.
CARRERA
La ley de la baldosa floja. Si es que existen leyes o variaciones de un insaciable horror, las más respetables son comer, beber, hacer el amor. Esto lo dijo Pavese. ¿Cuándo dejaremos de "citar"? Y a partir de ahí todo lo demás (menos ver cómo la gente come) podrá ser citado. Para Queneau un clásico es libre porque se atiene a cierto número de reglas y un poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza es esclavo de leyes que desconoce.
AULICINO
Yo pienso que (yo digo yo pienso porque todavía creo en Descartes) hay ciertas leyes a las que uno se somete. En primer lugar, para aclarar la broma de la ley de la calle, está la ley de hacerse entender. Es la primera ley que respeto. No sólo cuando escribo. Es, diría, una cuestión personal. Pero estoy de acuerdo con lo que dice Arturo: los clásicos y no los románticos. Prefiero los clásicos que saben a qué ley se someten y no los románticos que lo desconocen.
CARRERA
Yo no dije eso...
AULICINO
Me pareció. Vuelvo a la ley: creo que hay que detenerse cuando uno cree que lo que está haciendo no responde al impulso inicial de ser inteligible. Digo ser inteligible con los términos más convencionales: forzándolos al máximo. Si esto no se logra, la ley es detenerse ahí.
CARRERA
Otra ley es el ocio.
AULICINO
No es la mía. Yo prefiero el trabajo. Mezclar y dar de nuevo.
¿POR QUÉ UNA TRADICIÓN?
CARRERA
Leer la tradición significa leer poesía. Siempre será así. Y de allí no podremos desprendemos, pues de cualquier modo y forma que el mito nos haya rozado y atravesado, es siempre el juego agonal de fanfarronería, amor, adoración, burla, y otra vez -como un arco iris que se va desluciendo- : la discontinuidad vuelta contínuo en el poema...
Cuando empecé a escribir mis últimos libritos, a partir de Arturo y yo, lo que hice es aceptar cierta tensión y cierto castigo de la tradición. Y modularla. Hacer una intercepción en la vanidad de la generación: apartarme parodiando, de los discursos que como alambres de floristas armaban mi propia antología: hoy no sé demasiado bien de dónde me alejo, y mi amistad, mi artificio, huye como una estrella por la mesa de los magos: Lezama, Girri, Girondo, Gelman, Juanele, Sarduy.
AULICINO
En mi caso la tradición contra la que inicio un juego de ruptura, es la latinoamericana que rinde tributo al modernismo; o sea Neruda. Yo empiezo escribiendo bajo esa influencia, lo cual encierra una paradoja porque se suponía que Neruda hacía una ruptura con otra tradición. Se trata de recuperar una tradición de la ruptura que vuelve la rueda al punto inicial. Esto depende de experiencias muy localizadas. En España se recupera en los años 70 una tradición de uso suntuoso de la metáfora y la imagen como reacción a la generación del 60 que cultivaba el coloquialismo. Lo que vemos hoy, se supone, por rigor, y el trabajo desde una inteligencia que gobierna el artefacto poético es que podemos estar recuperando el clasicismo.
¿COMO FUERON CONSTRUYENDO LO QUE SE LLAMA, UN ESTILO...?
AULICINO
Yo creo que uno busca el estilo.
CARRERA
Yo no lo busco. El estilo es como llevar una frágil máscara.
AULICINO
...uno lo busca de una manera abismal, vertiginosa, contra sí mismo o sin saberlo. Hay ambigüedad. La idea de estilo nos acerca a la máscara y resulta obvio que no por causualiidad: etimológicamente, persona significa máscara. Entonces; hay un movimiento ambiguo que consiste en encontrarla propia definición y al mismo tiempo una máscara, no el propio rostro. Un proceso parecido al que hace un chico, que va desde el caos que es su vida hasta los tres o cuatro años a los rasgos que lo definen. Y se encuentra con que asumirse es ponerse una máscara. Sin embargo, no hay salida: el estilo es reunir rasgos ajenos, quizá únicos, pero no propios, pero permanecer en el caos implica a su vez una potencialidad absoluta, algo que nunca es. Eramos las cosas, decía Pavese. Decía; éramos el viento, las piedras o los carteles caídos en las calles. A veces añoraba... o añoraba siempre, pero al mismo tiempo sabía que siendo el caos no hubiese escrito nunca. Ni hubiese crecido ni hubiese existido en absoluto. Creo que los hombres eligen siempre existir. Y las máscaras llevan huellas de esta tensión. Después viene el asunto de qué hacer con la muerte. La máscara se contrae. Ustedes saben la sensación tremenda que da una máscara cuando alguien habla detrás de ella. Por más rasgos originales que la máscara tenga, es siempre máscara; pero la máscara se contrae o cabalga sutilmente sobre las contracciones musculares de alguien que habla detrás. Me parece que entonces puede decirse que es una máscara con estilo. O que la utilización de todas las palabras convencionales de que se vale un escritor lleva un sello. Y se puede -no soy maniático- develar ese sello y describirlo y entenderlo, pero sólo producirá su efecto cuando abandonando el análisis literario, volvemos a él. No estoy contra el análisis y muchas veces me ha hecho gozar más de mi primera impresión de las obras. Otras veces no ha logrado destruirlas.
CARRERA
Los estilos están en la lengua y no en la psiquis de los usuarios, decía Todorov. Si aceptamos que la lengua es un cuchillo, un estilete, bueno, está todo dicho. Pero no es así. Hay una dimensión distinta del estilo, que es mucho más sutil y que está en la "inocencia" de cada escriba que lo define.
Si aceptamos con Marianne Moore que un poeta no habla la lengua sino que la medita, quizá el estilo sea la partícula más agitada de esa extraña meditación.
Ya dije que estuve en una presentación de un libro de Libertella. Bueno, él dio una definición maravillosa de estilo. Dijo: "La voz es el estilo o se identifica con él." Y después citó una carta que Osvaldo Lamborghini escribió a Támara Kamenszain diciéndole: "La Argentina es pura lengua y estilo." Sin embargo quisiera creer que el estilo es esa velocidad paciente y remotísima que experimentó Rilke en Rusia: sintió que la realidad es una cosa distante que viene con infinita lentitud hacia los que tienen paciencia. Esa realidad voluptuosa e impaciente que como una sospechosa musiquita eterna se aproxima y cambia sin alcanzar jamás su completud definitiva...es el estilo.
(Tomado de la Revista de poesía 18 whiskys,(*) un buen record, Nº1/2
Bs.As., Noviembre 1990.)
Bs.As., Noviembre 1990.)
(*) Nació bajo la advocación de Dylan Thomas, que murió por una vocación largamente anunciada, coronada cuando el poeta galés se zampó dieciocho whiskys de un tirón. La dirigía José A. Villa y el Consejo de redacción estaba integrado por: Teresa Arijón, Fabián Casas, Daniel Durand, Rodolfo Edwards, Gerardo Foia, Darío Rojo, Alejandro Recagno y Mario Varela.
Gradualmente, en pequeños sorbos, pensaba tomarme los 18 whiskys, pero como suele suceder en la Argentina, sólo salieron dos números, así que sólo tomé esos dos; alcanzaron sin embargo, para convertir la revista en un mito (M.Leites).
Imagen: Tapa del primer número.
3 comentarios:
buen ping-pong. me encantó.
Me gustó muchísimo; y sin ningún whisky encima.
Susana.
Gracias, Susana. Sibila, un placer.
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