En el techo juega a que no es Ella:
de pie en la proa de las casas del pueblo
Dominio que la conforta
abajo, en su patio, sombras.
Allá el cielo de la gente.
Casas
calles
puertas cerradas.
Olor a cebolla detrás de las paredes.
Alguien.
Si derriba las casas
se acorta la distancia
forzar la cercanía: estúpido juego
que ampara la fatiga
que hoy asoma del pliegue.
La respiración del río
la convence
el color promete
cuna al revés la ola
hasta que
un poema de Carver que recuerda
la desconcierta:
un pez avanza
en contra de la corriente
hasta
dar la vuelta
Incesante la proa baja sube
sus manos no apresan siquiera
lo poco que necesita
se fue vaya a saber adónde
El anochecer humedece la sábana tendida,
la iza
hostiga el aire
fabrica el viento que la empuje
la tela como un sudario la inmoviliza.
¿O es el rojo encendido del Dragón
que barre con su cola las estrellas
y cae, maltrecho
descabezado siete veces
Una estrella cae
abrazada a Mascarón pide
tres deseos.
En el rumbo claro canta
como aquella loca que nunca
escuchó cantar.
No es insano vivir y jugar, se dice.
Aquella mujer no cantaba:
abrazaba una flor inerte
la estoy velando
su aliento inquietaba la flor
la loca reía, desencadenaba la tarde.
Otras mujeres la visitan
¿naufragios?
De ella sola es el viaje,
su fortaleza este juego.
¿Qué significa entonces permanecer
en el techo, sin ancla
ni olor a río
sin Mascarón
ni cuchillo para abrir
el vientre de los pescados?
La Voz regresa:
eso es tocar fondo.
Camina, ahora, extasiada
en el aparecer de sus pies descalzos;
se inventa una vida perfecta como
un amor pensado
la invención se agota
sus manos abiertas preguntan qué hago.
Basta su mirada sobre el río:
el Dorado suspendido en su acrobacia,
su boca ósea no alcanza el cardumen de mojarras
o el Biguá que, en picada, no llega a la presa.
Camalotes, Repollitos de agua, petrificados.
Paisaje de piedra por su dominio.
(No lo hará, Ella es la Medusa buena).
¿Quién anda?
Su propio olor le responde.
Cuenta las ventanas que se apagan.
Una a una. Una a una.
Ya en la borda
de entre los brazos aplastados
su ojo aparece
deambula
el pensamiento lo empuja
la realidad confunde
cuesta ponerla en foco.
La Voz, otra vez:
tuviste tiempo de navegar el río entero
con el barco anclado.
Ah, -piensa- si pudiera quedarme, para siempre,
en el techo
donde lo fabuloso es posible.
Si el paisaje de agua ya no está.
De todas maneras crece en regocijo su cuerpo
como la actriz de aquella película de los cincuenta
corre y estalla en un risa que la abarca
sobre este pasto, dócil, rueda
hasta que el vestido se enreda, la embalsama.
La Mujer comienza un paso
el pie en el aire, se detiene
quiere hablar
la lengua se ahueca
en su puño un mínimo canto:
la última chicharra agoniza
el coro de silencio no pide
su salvación.
La fragilidad del momento apura
a fundar un jardín
con árboles que prometan
flores o frutos.
Hoy da lo mismo comer o mirar
Juega con su pelo
junta palabras
de la divina proporción
para ordenarlo
y se ata con hilos de seda
como si fuera a aparearse ella misma, para
no comerse ella misma
Mira los objetos: anuncian otros fríos.
Acalla sus voces
hasta la de un papel sin resistencia
lo despedaza.
Si lo uniera tendría un caleidoscopio
para mirar el mundo
aunque lo girara
y lo maldijera
y lo girara
vería el gris.
Quiere envejecer del todo
que no quede en Ella rastro de belleza.
Y se ama de pronto: desvelo
por sus propios huesos
el amoroso y blanco roce.
Es necesario planificar
los quehaceres de la mañana
ordenar la siesta, el atardecer.
A la noche limpiar el cuerpo
cepillar el pelo.
Antes de deslizarse entre las sábanas
no desear.
Ya no juega
abraza, sí, la fuente con cerezas que
delicadas resbalan hasta
el favor del hueco.
¿Por qué anuncian la caída?
bajo la loza fría su corazón
persiste en el trabajo.
Existen palabras que quisiera olvidar:
proa noche juego
Mascarón
lava la intimidad de su aliento, dice:
¿a quién puede importarle que una mujer vea
barco es vez de techo o
que la caída de una cereza sea una catástrofe?
Necesita palabras que tengan
la estatura de las puertas.
En su patio la bicicleta oxidada no avanza.
¿Por qué Ella insiste en partir en este día de septiembre?
Pedalea aunque no avance
flores rosas enriquecen el cerezo
la deslumbran
pedalea sostiene el ritmo
sus rodillas crujen al completar el círculo, cada vez,
el sol del último día de octubre deslíe el viaje
pedalea
en esta otra tarde mansa
las ramas de los sauces rozan la tierra
su boca las esquiva
o las besa
Ya es noviembre pedalea
cada lluvia desprende otro pedazo de su ropa
esta noche “Ella es menos que una sombra”
el fruto que desde el lugar de la flor cae
tiene, en diciembre, un color nunca visto.
Indiferente
Ella respeta el deseo de sus dedos
no se desnudará
para mirarse al espejo
ni para hacer el amor
ata
desata
ata
desata
sólo la gracia de un lazo sobre su hombro.
Susana Tosso
Poeta argentina, nacida en San Pedro, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1942. Ha realizado talleres con Sylvia Iparraguirre, Abelardo Castillo y Arturo Carrera. Publica los libros Destiempo y Delgadísima Hebra, libros que fueron multipremiados. Poemas suyos han sido publicados en las Revistas Prometeo (Colombia)- Río (México)- Itaca (México)- La Balandra (Argentina).En la actualidad posee cuatro libros inéditos y dirige el Taller de las Artes de San Pedro.
2 comentarios:
Gracias, Marcelo Leites, muchísimas gracias.
Susana.
Gracias a vos, Susana por estar acá adentro con tu poesía luminosa.
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