Oh si viniera una bella niña en edad de merecer
y me tomara de las manos
sin dudarlo, retrocedería ante tal fenómeno,
y dejando de lado la parábola, el arco, salto mortal o caída libre,
con una previa voltereta circense
me iría a echar en los musculosos brazos de lo absurdo;
y cuál sino este acto es el que me otorga una estirpe,
ya no un león de mi escudo sino una alimaña.
Oh si viniera ahora en su defecto una viejecita
-jactándose de haber sido una bella joven-
y me tomara de las manos
sin dudarlo retrocedería ante tal fenómeno
pues a mi calavera se le antoja
que ni siquiera un seno blando
entibia a una mano muerta.
No, no vendrá, y ninguna otra niña merecedora
se acercara jamas a este regazo de lo ridiculo
donde me encuentro hace cien años,
ni me daría cuenta de que las jornadas pasan y pasan
sino fuera por esa rana que todos los días
viene a mear en el acervo de lo cotidiano.
Eduardo Ainbinder (Banfield, provincia de Buenos Aires, 1968)
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