Un hombre entra en la catedral.
Silencio sepulcral. A lo lejos, ante el altar,
hay una joven arrodillada rezando. De pronto se da vuelta.
El hombre se enamora al instante. Como en trance va hacia ella.
Sus pasos golpean regulares penetrando el tiempo.
La mujer lo observa inmóvil. Su belleza va encaneciendo,
las arrugas marcándose en su rostro. El hombre acelera.
Apresura el ritmo de sus pasos.
La mujer envecece patentemente. El hombre echa a correr,
el tic tacm de sus pasos se vuelve un sonido
regular, casi doloroso, descolorido.
A la mujer se le caen los dientes, la piel se le vuelve áspera,
el cabello blanquísimo. El hombre se detiene aterrado.
Comienza a retroceder. La mujer va haciéndose más joven,
recupera su belleza anterior. El hombre
vuelve a acercarse. Y a retroceder. Y a acercarse.
Y a retroceder. Y un día se decide. Sin más
consideraciones se le acerca y le toca un hombro.
En las bóvedas de la catedral resuenan los sonidos del órgano.
La gente está reuniéndose, delante del altar aparece
un sacerdote. Va vestido de negro.
Alojz Ihan (Ljubljana, Eslovenia, 1961)
(Traducción;Marjeta Drobnic y Francisco Javier Uriz)
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