domingo, 3 de agosto de 2008

Elena imaginada





























BAJO la sombrilla
de un restaurant de la costa
ella tomaba su vermú.
Tabla de quesos
aceitunas
picles
producían la ilusión
de estampado
en su vestido blanco.
Con gruesos
anteojos oscuros
miraba el mar anochecido
a mediodía.
Saludaba casi
con displicencia
a personas que debían
ser amigas
conocidas
parientes
o relaciones pasajeras.
No estaba sola.
Se sentía mirada por constelaciones
de azorados
ojos
y de labios.
Respondía
llevándose a la boca una
aceituna
demorada.



No hay música nocturna

que no escuchen sus ojos
al calor de la sombra de la luna.
Elena lleva en la mano
su ovillo de sonidos
para tejer la arruga de la rana
el calambre de la cigarra
la tos rampante del grillo
la campana del agua
mientras crece
como un don de su espalda
el sol de medianoche de la iglesia.

Descansada, en el agua
deja entrar el pie.
Hermosa resbala en la piedra de musgo.
Desierta
por el anillo de las olas
respira y
se hincha el pecho de claridad.
El pie de Elena es el grito de un ahogado.

Sobre la tabla la luna
de la cebolla.
Elena sabe que llorar no es todo el cielo.
Corta
y el agua vuelve
a iluminar las cicatrices de la luna.

Nació con una llave de castillo en la mano:
la puerta estaba abierta.
No salió porque quiso:
signaron su destino las matronas
los claveles del aire
las torrejas.
En el muro decía una leyenda:
Elena, la que brilla
no tiene compañero.

Atada a los espejos, Elena se peinaba.
Morena
como un pozo sin estrellas.


(De: Mujeres,
Edic. Último Reino, 1990)

Eduardo Mileo (Argentina, Buenos Aires, 1953)



IMAGEN La modelo Morena Rosa.



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