Parrilla
Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:
es verano
pero corre una pequeña
brisa.
Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.
No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.
Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.
Las piedras del cielo
Las piedras que alguna vez
tocaron
las algas,
ellas,
no las piedras duras, sino
las piedrecitas tan sin nombre,
las piedras que con trazos
surgidos desde adentro
rozaron la sustancia de las
algas,
no su núcleo
sino sus bordes rosados,
ellas están cerca, las
rozo
o aspiro
como si aspirara un caudal
de agua o de rosas
apenas marchitas, fuera del
viento,
ellas permanecen
pero no como un Ser
sino como un Río.
Grave caudal de las horas
las piedras
se disuelven en el humo
de la mañana,
parecen flores deshechas,
pétalos, tallos…
Materia
Miro a los niños. Uno, dos,
tres…El peso de
estos años
fue terrible
y casi no hay paz
en el
aire. ¿Quién
podrá
fuera de la política,
alejado del Capital,
decirme: este objeto
es pequeño
aquella alegría
es versátil
esto se inscribe
en el terreno de la
bondad?
Saludo con mi mano izquierda
a los próceres
del día
y camino
bajo la lluvia
a costa
del pasado.
La línea de la playa
es gris, pero hay
viento. En estos terrenos
fríos la pobreza
no es posible, el constante
sobresalto
se vuelve una moneda
real. Apoyo mis pies
en la arena, hago un hoyo
con mis manos,
arrojo
sin tristezas
un poco de materia
al aire.
Carlos Battilana (Argentina, Corrientes, Paso de los Libres, 1964)
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