Su voz se
oye gruesa y nítida a través del tubo de teléfono. Habla con la confianza de un
niño que todavía se comunica con su padre. Es como si dijera aquí estoy papá
mientras yo estoy atento y lo escucho.
Me pide una
guitarra. Miramos varias. Cualquiera, me dice. Y yo señalo alguna mientras él
se preocupa por una armónica que pagará de su propio bolsillo. La elige como si
fuera un experto. La observa, la hace bailar sobre su mano izquierda y la pone
entre sus labios para hacerla vibrar.
El tiempo
pasa rápido. Un día es la sombra de los bigotes que asoman. Otro, esa
transpiración agria. Los cambios se suceden y no soy capaz de fijarlos. El
recuerdo sigue a lo que acaba de pasar y no hay piedad para un padre que
contempla.
Está
enamorado por primera vez y habla con su novia por teléfono de manera
insistente. Ahora ella se fue de vacaciones. Se nota la dependencia de sus
llamados; si está triste es porque no hubo, si no es porque se hablaron.
Imagino cómo será el reencuentro. Contar los días, los minutos, las horas hasta
verse cara a cara y besarse.
Deseo ese
momento y me alegro por él.
Llegamos al
vinilo sin darnos cuenta. Una novia regala At Budokan impreso en un
viejo disco de surcos negros y brillantes. La tapa cuadrada y de cartón con el
perfil de Dylan sumido en contraluz de tono rojizo nos abre una antigua y nueva
forma de compartir el gusto musical.
Ya subió al
micro. Me mira, no me mira. No sabe cómo irse pero igual se va. Tomamos
distancia, venimos y vamos. Es demasiado cariño y no sé hasta dónde llega.
La discusión
es por el sentido de los materiales: si el CD o el mp3, si el vinilo original o
la edición de 180 gramos. Yo me pierdo en este sistema de sospechas. Somos
amateurs pero hablamos como especialistas. Ya me voy a callar, ya voy a dejar
de escuchar, pienso.
Llega torpe
por la escalera de entrada, me mira fijo y tararea furthermore, I hope my
meaning won’t be lost or misconstrued. Ha pasado poca agua bajo el puente
desde que cortó con su novia pero Paul Simon es así, los dos lo sabemos, y con
un dejo de alguien íntimo ese pequeño hombre se mete en nuestras cosas.
El culto al
vinilo es una fiebre delicada.
Vamos de
excursión por un parque los domingos como si fuéramos a La Meca para dar
vueltas y vueltas entre los puestos y nos pusiéramos a regatear.
Patti Smith
es el futuro. Las infinitas armonías de los Beatles están junto a nuestros
alaridos de ¡People have the power! Ella va y viene blanca y negra. Es
la reina, nos escupe y ama al mismo tiempo.
Control de
Cobjirn me ayuda a escuchar Joy Division en ese canto monótono y espeso a punto
de quebrarse de Ian Curtis. Lo vemos una víspera de navidad tirados e
hipnotizados en la cama aunque me embarga cierta inquietud, ¿para qué mostrarle
a un hijo la existencia del suicidio?
Hace más de
dos años que estudia armónica y nunca lo escuché tocar. Cuántos enigmas guarda
el misterio de su silencio, la pérdida de no ver sus gestos mientras toma el
instrumento, lo apoya levemente en sus labios y sopla.
A Vera
¿Tendremos
que agradecerle a Morrisey?
Su voz del
grave al falsete invade la casa día tras día mientras su adolescencia
solitaria, sus gustos de cine, de literatura, de música son una auténtica
educación sentimental.
Me despierto
un domingo a las siete de la mañana sin ninguna posibilidad de volver a dormir.
En el mp3 está toda la discografia de los Smiths. No tengo alternativa: oigo la
voz sinuosa de Morrisey, representante ejemplar del cuarto sexo.
El gusto por
el vinilo es una lucha inútil por recuperar lo que ya no existe. Así se suceden
infinitas escenas por el disco que se oye mal, la púa que se gasta o la
impedancia que hay de un equipo a otro. Entre éxitos y fracasos nos movemos con
soltura y otras veces con grave incomodidad mientras la música suena, bien o
mal, sin parar.
Dylan es
nuestro cordón umbilical. De Charleville, 1854, a New York, 1963. Del poeta
bello y precoz al músico adolescente, sabio y provocador. Frente a eso el viejo
Bob se planta y nos une de por vida.
Hay momentos
en que el padre es hijo. Me acerco, le rozo la espalda encorvada y anhelo algún
reconocimiento. Con un hijo así responde y de modo torpe me saca el
saludo.
(Fragmentos
de: La educación musical,
de: La educación musical,
Ed. Bajo la
luna, 2013)
Yaki Setton (Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 1961)
IMAGEN: Bob Dylan (1966).
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